¡A politiquear se ha dicho!

Políticos y partidos tradicionales, la prensa y el nutrido ejército de los ideólogos-sabios oficiales, andan atareadísimos convenciéndonos de que ese es la única política que es posible hacer. A lo que se observa, el PAC no está aportando, y ni siquiera insinuando, ni una ínfima novedad en ese panorama estandarizado y previsible.

Se supone que esa política es como una competencia en piscina olímpica. Cada partido en posición; suena el pistoletazo y, entonces, ¡al agua y a brasear y patear con todo! La ciencia política oficial dice que en eso consiste el torneo electoral: es una competencia entre distintos partidos políticos procurando ganarse el apoyo del electorado. Se afirma que todo está normado según las reglas equitativas y racionales propias del sistema democrático.

Puro cuento, como vemos. A estas alturas solo la gente muy ingenua o desinformada se lo cree. Y solo los politólogos despistados, o quienes descaradamente mienten, pueden repetirlo sin ruborizarse.

Repasemos brevemente algunas de las mentiritas.

  • La competencia entre partidos no es equitativa ni responde a reglas igualitarias. Para empezar, se necesita mucho dinero. Tampoco es un proceso que dignifique ni eduque.
  • La oferta que los partidos presentan al electorado el llamado programa de gobierno resulta ser un artilugio altamente combustible. Cualquiera sea el resultado de las elecciones, su único destino es el olvido.
  • Las campañas electorales son gigantescos shows publicitarios: partidos y candidatos devienen mercancías que se venden con base en carísimos despliegues publicitarios, abundantes en manipulación y por completo vacíos de ideas.
  • Los partidos construyen maquinarias electorales que se rigen por ciertos principios bien reconocibles: en la cúpula, la realeza, a la cual se le rinde pleitesía y cuyo palabra es sagrada; en el medio, la bandada de incondicionales, corte bullangera y angurrienta; en la base, los pega-banderas, gente que ejercita una lealtad ciega y una obediencia robotizada.
  • Para las corporaciones mediáticas la política es un juego frívolo y superficial y un negocio muy rentable. Eficaces y cumplidas, actúan como espejo fiel de los intereses e ideología de los sectores más privilegiados. Ignoran y silencian cualquier visión crítica y toda propuesta alternativa.
  • Quienes ganan las elecciones tan solo alcanzan con ello una limitada cuota de poder. No reciben del pueblo la responsabilidad y el poder para “regir” los destinos del país, por la sencilla razón de que el pueblo carece de ese poder. Éste permanece prisionero en manos de grupos muy reducidos. El limitado poder que logran quienes salen electos
  • Basado en la capacidad para la ejecución de las leyes y la administración de las instituciones públicas- está subordinado a la densa telaraña de intereses y visiones ideológicas de esos grupos dominantes, base de sustentación y plataforma sobre la que se hizo posible todo el proceso de elección.

O sea, y en resumen, esta llamada democracia electoral no pasa de ser una farsa, en cuyo montaje se invierten muchos, pero muchos millones, incluyendo los pagos generosos a geniecillos encargados de diseñar la escenografía y los trajes. Pero, al cabo, va quedando claro que es puro teatro. Dicho en términos que los politólogos entiendan: es simplemente falso que los partidos sean ningún mecanismo mediador entre la sociedad civil y la sociedad política (agregaré que la tal sociedad civil es tan solo otra abstracción, tan conveniente como vacía).

Después de las cosas realmente extraordinarias que la ciudadanía organizada de Costa Rica hizo con motivo de la lucha contra el TLC, resultaba razonable pensar que, en adelante, estaríamos en capacidad de reinventar la política. Renovarla a profundidad, darle formas y contenidos y posibilidades nuevas. Sería, entonces, la política como participación informada y responsable. Un despliegue multicolor de organización ciudadana, construyendo, decidiendo, resolviendo. Un enorme intercambio de ideas y propuestas. Un concierto de mil voces, expresándose diversas y libres, con respeto e inteligencia. La política, también, como fragua y fruto de la creatividad e imaginación popular, y como espacio de alegría y fiesta, en plenitud de la vivencia ciudadana, autónoma y soberana.

Justo eso hicimos durante la lucha contra el TLC, particularmente en la fase del referendo. Y si me contestan que una elección presidencial y legislativa es otra cosa, les diré que justo de eso se trata: de hacer que esas elecciones sean efectivamente otra cosa y no esa farsa corrupta que son hoy día. Si este país ha de cambiar y sin duda que le urge hacerlo también ha de cambiar la concepción de lo político, incluyendo lo electoral. Plantearse entonces el reto supremo de lograr que, más allá de leyes y reglamentos, los procesos electorales sean apropiados por el pueblo y, entonces, resignificados, reinventados y, finalmente, reconstruidos enteramente, desde sus mismos cimientos. En el contexto costarricense, nada podría ser más revolucionario.

La madurez política acumulada a lo largo de la lucha contra el TLC sigue viva en el corazón de mucha gente que, sin duda, constituye el sector líder del pueblo costarricense. El germen organizativo, de reivindicación y propuesta palpita y lucha por reverdecer y ganar renovado vigor.

Entretanto, partidos y políticos quizá el Frente Amplio sea una excepción siguen en lo de siempre. Eso es, claramente, lo que conviene a los partidos tradicionales y a la oligarquía. Que me disculpe el jefe del PAC cuya epidermis se ha comprobado muy frágil ante mis comentarios pero lo cierto es que su partido no aporta ninguna novedad a este cuadro, si más bien se ve muy deseoso de entrar en el juego.

Pareciera, pues, que la cosa ha de esperar a tiempos mejores, más allá de 2010. Dependerá del movimiento ciudadano autónomo, de su capacidad para recomponerse, rearticularse, madurar y crecer. Solo entonces la aspiración por una democracia distinta y un nuevo proyecto de país cobraría viabilidad.


18 de Agosto 2008

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