Debilidades y complicidades, tácitas o explícitas, parecen conjurarse en esta difícil problemática del tráfico internacional de cocaína y otras drogas que pasan por el territorio costarricense ó que se quedan en él. Pero aún así, con toda la gravedad que esta delicada situación está representando, este no es el principal problema nacional.
Asaltos, robos, hurtos, asesinatos, estafas, violencia física en todas sus expresiones (doméstica, intrafamiliar, colegial, juvenil); en bares, fiestas, casas, centros laborales, carreteras, en la calle); intolerancias, abusos de toda naturaleza… Todo esto nos acongoja, nos hace sentirnos inseguros, tememos por nuestras personas queridas, salimos de la casa y no sabemos si volveremos a ella ó cómo volveremos (sin plata, asaltados, con una puñalada, golpeados, agredidos verbalmente, etc.). Hay una espiral de violencia, potenciada, por cierto, por el sensacionalismo mediático y la nota periodística roja. Pero aún así, con toda la gravedad de esta espiral de violencia en ascenso, la violencia criminal y similar no es el principal problema nacional.
Chorizos, corrupciones de toda laya (con concesiones sin transparencia, con consultorías fantasmas), tráfico de influencias, compra de conciencias, mordidas y sobornos (como las ofrecidas en el caso de los muelles de Limón); reparto de plata, comida y materiales de construcción entre la gente más pobre para ganar votaciones; etc., etc. Sentimos que toda esta corrupción, que pareciera no detenerse, lesiona la democracia, deteriora la legitimidad republicana, golpea la confianza ciudadana en las instituciones. Pero aún así, con toda la gravedad que esto representa, la corrupción no es el principal problema nacional.
¡No! Ni el narco, ni la violencia, ni la corrupción, gravísimos problemas en sí mismos, son el principal problema nacional. El principal problema nacional es el crecimiento de la desigualdad producto de una concentración abusiva de la riqueza; producto de un sistema tributario que tritura a “los de abajo” y que beneficia a “los de arriba; producto de actividades de micro, pequeña y mediana empresa dejadas “a la mano de Dios”; producto de políticas salariales restrictivas que han empobrecido y/o han dejado a la gente asalariada con altísimos niveles de endeudamiento; producto del deterioro de la calidad de los servicios públicos sociales afectados por restricciones presupuestarias que reducen su cobertura; en fin, producto de las políticas neoliberales altamente fracasadas en los propios Estados Unidos y en países de la Unión Europea (UE), como Portugal, Irlanda, Grecia, España… La desigualdad creciente, no la pobreza, es el principal problema nacional.
Que ahora no venga ningún cro-magnon en vela, con condena judicial incluida por violar derechos laborales, a descalificar la acción social de lucha sostenida durante todos estos años por amplísimos sectores (incluyendo sectores productivos y empresariales), a fin de evitar el deterioro de nuestra legendaria convivencia basada en el bien común; de la sociedad de relativa inclusión y de movilidad social que se había venido construyendo; de una patria de oportunidades que había sido ejemplo global, especialmente para Latinoamérica. Gigantesca lucha cívica tenemos por delante: volver a la senda de la promoción del bien común, de la integración social, de la equidad… y en tiempos de TLC’s.