Cuando nos acercamos a la historia, no solo en nuestro país sino en otros cercanos y lejanos, pero al fin miembros de este único planeta en el que habitamos, podemos deducir que la explotación de minerales no ha significado superación de la pobreza, al contrario, los efectos devastadores en el ambiente, y en las personas que directa o indirectamente se han involucrado, han dejado una herencia de dolor y pobreza. Efectivamente, ninguna ventaja material se compara con la vida, por que evidentemente hay algunos que ganan, y ganan mucho con la explotación de minerales.
Dios, quien ante los clamores de su pueblo no permanece impasible, sino que le muestra los caminos hacia su liberación, por medio de su Palabra nos da pistas para reafirmar nuestra vocación por la vida, y por lo tanto reforzar nuestro rechazo a todo aquello que sea movido únicamente por la búsqueda de la ventaja material.
Ciertamente en La Biblia aparece mencionado el oro en múltiples oportunidades, pero eso no significa que Dios lo legitime ni le dé una categoría de bien necesario, al contrario, muestra su lejanía ante el brillo del oro para que no lo confundan a él, como Dios, con un accesorio material. En el libro del Ex 20, 22, encontramos cómo Yavé habló a Moisés: “Esto dirás a los hijos de Israel: ya han visto cómo yo les he hablado desde el cielo. No pondrán junto a mí dioses de plata ni de oro”. Dios es enfático, sólo Él basta para darle sentido a la vida de las personas; quien adora a Dios debe alejarse del brillo del oro.
Y es que en la vida de todos nosotros la tentación del esplendor del vil metal puede socavar nuestras opciones religiosas, pero la voz de Dios nos hace una urgente invitación a mantener la fidelidad hacia Él, como lo hizo Balaam (Números 22,18) cuando respondió a los servidores de Balac: “Aunque Balac me diera su casa llena de plata y de oro, no desobedecería la orden de Yavé, mi Dios, no importa que fuera para una cosa pequeña o grande”. Ahora bien, ¿cuál es la orden de Dios?: hacer el bien, procurar que la vida llegue a todos y todas, sin dilación, sin restricción, en plenitud.
Esta vida que se alcanza en Dios pasa por un orden natural que implica el respeto a los derechos humanos y en donde, de forma irrestricta, reclama el respeto al ambiente como casa para todos. Si la extracción del oro daña la Creación, daña la vida, por lo que su brillo no nos debe alejar de nuestro compromiso moral por el bien común; y aunque cueste, como Job debemos decir “no he puesto en el oro mi confianza, ni he exclamado tú eres mi apoyo (Job 31,24), porque cumplir la ley del Señor vale más que millones de oro y plata (Sal 119,72).
Hoy llama poderosamente la atención que la discusión sobre la bondad o la malicia de los proyectos mineros está causando serios distanciamientos sociales, fundamentalmente entre los que ya la misma realidad socioeconómica tiene en una situación de vulnerabilidad.
Ciertamente hay gente desempleada en muchas comunidades, pero no se vale manipular este derecho a trabajar, que es también una responsabilidad del Estado, pretendiendo que algunas prácticas económicas transitorias vayan a ser la respuesta para quienes están desempleados.
Es abominable que se esté empujando a personas para que cambien un amigo por la plata, a un verdadero hermano por el oro fino (Eclo 7,18). En nuestra Zona Norte existen diversas posibilidades para crecer, hay oportunidades para tener trabajo digno, porque si no cómo explicar la llegada de migrantes que buscan y encuentran trabajo. No necesitamos el oro para resolver el desempleo, porque el oro se acabará y la gente seguirá viviendo; cuando la gente no trabaja se enferma, y “la salud y una contextura firme valen más que todo el oro del mundo, y un cuerpo robusto más que una inmensa fortuna. No hay riqueza más grande que la salud del cuerpo, ni placer superior a la alegría de vivir. Más vale la muerte que una vida miserable, y el descanso eterno más que una enfermedad incurable” (Eclo 30,15).
La Iglesia, como madre y maestra, fiel a los mandatos del Señor, se hace eco de los clamores de quienes aún creen en la vida y saben que la justicia se puede aplicar. Los Obispos de América Latina y el Caribe, reunidos en año pasado en Aparecida (Brasil), nos han dejado ricas reflexiones, que hoy pueden ser motor de decisiones, fortaleza en las posiciones que se tienen respecto a la defensa de la Creación. Señalo algunas, para que sean consideradas, reflexionadas, sostenidas como argumentos morales ante quienes se rinden ante el destello del oro, y como criterio ante las mismas autoridades que toman las decisiones finales.
• 471. En América Latina y el Caribe, se está tomando conciencia de la naturaleza como una herencia gratuita que recibimos para proteger, como espacio precioso de la convivencia humana y como responsabilidad cuidadosa del señorío del hombre para bien de todos. Esta herencia se manifiesta muchas veces frágil e indefensa ante los poderes económicos y tecnológicos. Por eso, como profetas de la vida, queremos insistir que en las intervenciones sobre los recursos naturales no predominen los intereses de grupos económicos que arrasan irracionalmente las fuentes de vida, en perjuicio de naciones enteras y de la misma humanidad. Las generaciones que nos sucedan tienen derecho a recibir un mundo habitable y no un planeta con aire contaminado.
• 473. La riqueza natural de América Latina y el Caribe experimenta hoy una explotación irracional que va dejando una estela de dilapidación, e incluso de muerte, por toda nuestra región. En todo ese proceso, tiene una enorme responsabilidad el actual modelo económico que privilegia el desmedido afán por la riqueza, por encima de la vida de las personas y los pueblos y del respeto racional de la naturaleza. Nuestra región tiene necesidad de progresar en su desarrollo agroindustrial para valorizar las riquezas de sus tierras y sus capacidades humanas al servicio del bien común, pero no podemos dejar de mencionar los problemas que causa una industrialización salvaje y descontrolada de nuestras ciudades y del campo, que va contaminando el ambiente con toda clase de desechos orgánicos y químicos. Lo mismo hay que alertar respecto a las industrias extractivas de recursos que, cuando no proceden a controlar y contrarrestar sus efectos dañinos sobre el ambiente circundante, producen la eliminación de bosques, la contaminación del agua y convierten las zonas explotadas en inmensos desiertos. De manera especial, queremos llamar la atención sobre los peligros que implica el uso extensivo de tierras para monocultivos (piña, naranja, caña), que conlleva el uso de agrotóxicos. Mantenemos nuestra vocación de apoyar la agricultura orgánica, como alternativa dentro de la soberanía alimentaria.
El Papa Benedicto XVI, durante una comparecencia ante jóvenes de todo el mundo, en Sidney, Australia, dijo: “llegamos a admitir que también hay heridas que marcan la superficie de la tierra: la erosión, la deforestación, el derroche de los recursos minerales y marinos para alimentar un consumismo insaciable. La maravillosa creación de Dios es percibida a veces como algo casi hostil por parte de sus custodios, incluso como algo peligroso. ¿Cómo es posible que lo que es ‘bueno’ pueda aparecer amenazador…. Queridos amigos, la creación de Dios es única y es buena. La preocupación por la no violencia, el desarrollo sostenible, la justicia y la paz, el cuidado de nuestro entorno, son de vital importancia para la humanidad. Pero todo esto no se puede comprender prescindiendo de una profunda reflexión sobre la dignidad innata de toda vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural, una dignidad otorgada por Dios mismo y, por tanto, inviolable. Nuestro mundo está cansado de la codicia, de la explotación y de la división, del tedio de falsos ídolos y respuestas parciales, y de la pesadumbre de falsas promesas. Nuestro corazón y nuestra mente anhelan una visión de la vida donde reine el amor, donde se compartan los dones, donde se construya la unidad, donde la libertad tenga su propio significado en la verdad, y donde la identidad se encuentre en una comunión respetuosa”.
Como Oficina Diocesana de Pastoral Social-Caritas de la Diócesis de Ciudad Quesada ponemos en común estos criterios, para que en el debate de la pertinencia o no de un proyecto minero, los creyentes, no solo tengamos presente los datos técnicos que se nos ofrecen, sino que en nosotros resuene la voz de la verdad, la voz de Dios. Y sin arrogarnos una posición que sólo le compete a Dios, como dueño de la vida y autor de la justicia, queremos finalizar con su palabra, aunque a algunos les moleste: “El que ama el oro no estará libre de pecados, el que busca la ganancia se dejará llevar por mal camino. Muchos fracasaron por culpa del oro, la ruina les salió al encuentro. El oro bota al suelo a los que lo hacen su dios; los que no piensan en eso se dejan conquistar por él” (Eclo 31,5)
“Cuando Pedro y Juan estaban para entrar en el Templo, el hombre les pidió una limosna. Pedro, con Juan a su lado, fijó en él su mirada, y le dijo: ‘Míranos’. El hombre los miró, esperando recibir algo. Pero Pedro le dijo: ‘No tengo oro ni plata, pero te doy lo que tengo: En nombre del Mesías Jesús, el Nazareno, camina’. Y tomándolo de la mano derecha, lo levantó” (Hch 3,3). No necesitamos el oro para vivir, no necesitamos su brillo para tener salud, no requerimos de sus migajas para tener paz. Para nosotros Dios basta, y con Él podemos construir el verdadero desarrollo sin destruir lo que Dios creó para todos y todas.
* Director Diocesano de Pastoral Social-Caritas
Ciudad Quesada.