Admitamos que este es un mecanismo esencialmente democrático, que abre opciones para que la ciudadanía costarricense se pronuncie. Pero entendamos, también, que lo anterior es cierto en principio. En la realidad, puede ser desvirtuado –inclusive corrompido– si no existen condiciones mínimas que garanticen equidad y transparencia en el debate.
Dicho lo anterior, es preciso reconocer la total ausencia de tales condiciones en los procesos eleccionarios en Costa Rica, cuando, en general, estos son insulto masivo a la inteligencia de la gente, dado su énfasis obsesivo en la aparente y superficial y en los detalles escandalosos y frívolos. Es obvio que quien cuenta con mejor financiamiento tiene mejores posibilidades de triunfar. Y, por cierto, nada diferente ha acontecido con la campaña pro-TLC. A fin de cuentas, tan solo consiste en un despilfarro impúdico y manipulador.
Precisamente por eso la democracia ha pasado a ser –y no solo en Costa Rica– un ritual falaz e insustancial. Lo cierto es que el poder del dinero –a través de la gran maquinaria mediática y de marketing– se afana por burlar la voluntad popular al convertirla en blanco de la manipulación y engaño.
No tener en cuenta tales realidades quizá sea expresión de ingenuidad. E, impremeditadamente, puede dar lugar a salidas peligrosas. Hay que reconocer que un referéndum sobre el TLC pondría en marcha una versión hiperbolizada de la actual campaña propagandística, y apostaría a su favor el dinero de las oligarquías y toda la influencia de los grandes medios. Pero, además, el proceso estaría en manos de un organismo –el Tribunal de Elecciones– probadamente parcializado.
Mas, por otra parte, hay que recordar que, en sus momentos de despertar, los pueblos son capaces de hacer añicos inclusive la más refinada maquinaria de manipulación. Y, por cierto, conviene no menospreciar la inteligencia del pueblo costarricense. No olvidemos la experiencia del Combo-ICE. Más recientemente, en la pasada campaña electoral, tres de cada cuatro costarricenses se negaron a votar por un candidato que tuvo todo a su favor: ríos de dinero; la complicidad absoluta de los grandes medios de comunicación; la más aparatosa maquinaria publicitaria. Arias ganó (si es que ganó) tan solo por la incapacidad de generar un consenso mínimo en el amplio espectro de fuerzas y movimientos políticos que apuestan por una alternativa frente al proyecto neoliberal. Ojalá que esta división, mezquina e injustificada, no se reitere –a propósito de cualquier desacuerdo– en el movimiento social del NO al TLC.
Una encuesta reciente de la Escuela de Matemáticas de la Universidad de Costa Rica, realizada bajo la dirección del Dr. Jorge Poltronieri, lo ratifica. Muestra que, en lo que al TLC se refiere (como en relación con otros temas vinculados), el pueblo costarricense se muestra escéptico. No solamente no se ha dejado engañar por la propaganda edulcorada y manipuladora, sino que, además, es conciente de la gravedad de las implicaciones que este Tratado conlleva.
Otro asunto que es de crucial importancia subrayar y aquilatar en todo su alcance, es el de las características definitorias del movimiento del NO al TLC: su pluralismo y diversidad; su carácter descentralizado; su entrelazamiento complejo como red de movimiento en red; la multiplicidad de liderazgos de que se alimenta. En ello ha radicado su mayor fortaleza, y desde ahí ha crecido su capacidad creativa y su poder expresivo. Su antecedente cercano es el movimiento del Combo ICE, pero lo que ahora presenciamos supone un salto adelante: en contenido crítico, madurez política y propositiva y capacidad de saturación del tejido social.
Si el pueblo costarricense se muestra receloso y desconfiado frente al TLC, es, en parte, porque está dotado de una sensibilidad profunda que actúa como certera brújula en los momentos decisivos. Pero, además, ha contado con el mensaje de este movimiento del NO al TLC. Un mensaje que se reinventa de continuo, a través de una miríada de conductos y expresiones.
A veces se expresa preocupación por la aparente descoordinación en el seno de este movimiento del NO. Y, por cierto, bienvenidos sean los esfuerzos que procuran mayor entendimiento y cooperación. Pero sobre todo, es preciso ubicar y entender las cosas en su justa dimensión. Se equivoca quien mira este proceso desde los anteojos de los viejos movimientos sociales. Porque si estos se estructuraban desde una dirección centralizada, con liderazgos dominantes, lo que ahora presenciamos es un movimiento cuya mayor fortaleza radica –como tantas veces he insistido– en su carácter descentralizado y en la pluralidad de sus liderazgos.
Este movimiento no tiene dueños ni jefes. No hay ninguna comisión, ni coordinadora alguna, que pueda arrogarse ser su dirección ni su líder. Estas tan solo son unas instancias, entre muchas más, en esa plétora de espacios de trabajo, debate, movilización, creación y propuesta que constituyen este movimiento. Insisto: nada lo dañaría tanto como la pretensión de hegemonizarlo.
El debate en relación con la posible conveniencia o inconveniencia de la convocatoria a un referéndum debe ser realizado teniendo en cuenta estas cualidades fundamentales del movimiento del NO. Anda mal la cosa, si es planteado desde un juicio condenatorio acerca de las intenciones de los proponentes, ya que, veladamente, ello afirma que una cierta posición es la correcta –y toda otra incorrecta– lo que niega la pluralidad del movimiento. Y empeora el asunto si se sugiere que la decisión sobre el particular debería tomarse centralizadamente, en alguna comisión o coordinadora.
Comparto que la consigna es derrotar el TLC. Empecemos por preguntarnos si el referéndum puede ser una alternativa que contribuya a ese objetivo o si, por el contrario, es una propuesta que pone en riesgo el esfuerzo que tanta, pero tanta gente ha venido haciendo. Reitero lo obvio: este mecanismo resulta aceptable solo sobre una base equitativa y transparente. Si no hay garantía de tal cosa –y sin la menor duda no la hay– su convocatoria equivale a embarcarse en un juego de la ruleta rusa.
Por mi parte, confío en la inteligencia e intuición del pueblo costarricense. Pero si se me preguntara diría: canalicemos ese potencial popular hacia otras vías que no sean estas, tan inciertas, del referéndum. No juguemos en el terreno del enemigo. Obliguémoslo a venir al nuestro. Puede que incluso en ese terreno rival ganemos, porque la inteligencia de este pueblo es capaz de dar grandes sorpresas.
Pero puestos en las condiciones de realidad que es preciso enfrentar, ello viene a ser una hazaña más que heroica. Recordemos, además, que como parte del proceso de maduración política que hemos vivido en los últimos años, el pueblo costarricense ha desarrollado capacidad para la movilización ciudadana, la manifestación y protesta pública pacífica. Ese es nuestro espacio; ahí podemos construir las trincheras más poderosas.
Y acerca del justificado temor de que haya violencia. Empecemos por reconocer que ya la hay. Vivimos un estado de permanente agresión psicológica e implacable violencia simbólica. La actitud de los diputados pro-TLC en la Comisión de Internacionales es muestra cotidiana de ello. Es una violencia que ejercen sistemáticamente y que aplicarán en dosis convulsivas en el caso de que se convoque a referéndum.
Cierto que, frente a la movilización ciudadana, podrían querer llegar también a la violencia física…pero serán ellos. Y, en todo caso, ¿cuál es la sorpresa? Al fin y al cabo, ya nos es familiar el grado paroxístico de su avaricia, su voracidad e intransigencia. Nuestro objetivo es derrotar pacíficamente al TLC…hasta donde nos lo permitan.
Septiembre 16, 2006