Los cristianos de cualquier confesión aceptamos que los profetas de ayer revistieron una importancia fundamental en la historia del pueblo de Israel, símbolo de nuestra historia personal y comunitaria de salvación. Si Dios caminaba con su pueblo errante por el desierto en la época nómada, lo hizo por medio de los profetas en la época sedentaria. Por eso ahora también nos dejamos llevar por su palabra de VIDA y ESPERANZA.
Los profetas a los que aludimos vivieron una terrible época de convulsiones proféticas, en el siglo VIII a.C. cuando el imperio egipcio se había desgastado y un nuevo imperio casualmente del Norte (Asiria) estaba imponiendo su hegemonía a punta de invasiones (aunque no para buscar armas químicas o petróleo) y sometimiento esclavista. Los ciudadanos se dividían claramente en dos grupos: pro-asirios o anti-asirios, de aquí las revoluciones internas, intrigas y asesinatos para alcanzar el poder mediante alianzas estratégicas, consideradas como “adulterio” contra Yahvé por los profetas. Los reyes de la época se clasifican en sometidos al imperio (Menajén, Oseas y compañía) o rebeldes (Pecarías y otros).
Hoy tenemos también dos claras posiciones: a favor o en contra del TLC, pues los que hablan de una posición intermedia o neutral, en el fondo con sus argumentos favorecen, aunque no lo acepten, la primera postura.
Amós, “un ganadero del Sur que realizó su ministerio profético en el Norte”, tiene mucho que decir hoy a los sureños que vivimos drogados con el “sueño americano”, perdiéndonos por el paisaje norteño todo el hermoso panorama mundial. Su incómoda predicación casi trajo la deportación de este “latino inconforme”: “Vete, escapa a JudáŠallí puedes ganarte el pan” (Am 7,12). Amós negó ser un “profeta asalariado”, como aquellos que venden sus profecías al servicio del sistema dominante (Am 7,14). Acertadamente supo dibujar una sociedad lujosa, con cierto desarrollo económico mostrado en la abundancia y la riqueza de la época, y en ella desenmascarar la postura de un pueblo “que se piensa bendecido por Dios a causa de los muchos bienes que posee y cree que basta con agradecer a Dios la generosidad, olvidando la justicia” (p. 59).
Miqueas era un refugiado que vivía en los “círculos de miseria” de la capital (Jerusalén) procedente de un pueblo invadido y saqueado por el imperio de la época, Asiria. En la metrópoli se escandaliza de que aquella religiosa ciudad desborde de una descarada injusticia social (Mi 2,1-5; 3,1-4.9-12). Nunca se consideró a si mismo como profeta, aunque sí tuvo que luchar contra los falsos profetas (Mi 3,5-8.11-12). Estos falsos profetas criticados por Miqueas serán posiblemente los que predican la salvación inmediata a los ricos que pueden pagarles bien (Mi 2,11; 3,5.11), los falsos líderes que quieren congraciarse con el pueblo y el PODER político y económico, siendo recompensados por este nuevo dios.
Los cristianos debemos vigilar para que en cualquier TLC o política económica nuevamente no se vuelva a pecar de “vender al justo por dinero y al pobre por un par de sandalias”, crimen aborrecido por Dios (Am 2,6).
Desgraciadamente ante la mirada indiferente de muchos líderes religiosos que siguen juzgando como normal o beneficioso “el tráfico comercial, la abundancia de bienes, riqueza, movimiento, desarrollo, el orgullo de los habitantes de Samaría; los ojos proféticos (de ayer, como los de hoy) descubren caos, violencia y opresión El bienestar económico va a ser la causa de su desgracia por la injusticia que lo origina” (p. 61).
Sin duda alguna que el TLC podría convertirse para las señoras ricas e influyentes de las ciudades principales de Centroamérica, que Amós ayer denominaba_ “Las vacas de Basán”_ (4,1-3), en una vida de “fiestas y lujos (celebrada indiferentemente) sobre indigencia y malos tratos. La sentencia resulta literalmente coherente en la gordura de las vacas” (p. 62).
A propósito de la legalidad o no de este dantesco TLC creemos que el profeta Amós intuía desde antes que la justicia tiende a desaparecer, que en estos asuntos tan complejos “la justicia no funciona, está llena de sobornos, de condenas de inocentes y se conculca el derecho. Todos los males salen de los tribunales de Justicia” (p. 63).
La Sala IV no es el tribunal divino. Sin embargo, si algo debe quedarnos claro de esta fuerte denuncia profética es que: “Si no hay justicia verdadera, si se explota al pobre, si se oprime al hermano, aunque sea legalmente, Dios no puede cerrar los ojos destruyendo al pueblo con injusticias, se destruye a la vez su relación con Dios y se apaga el foco de esperanza en el día del Señor” (p. 69).
No podemos mantener una postura ambigua o pacífica ante las injusticias evidentes que arrastraría la aprobación del TLC, aparentando vivir una religiosidad neutral ante el conflicto de intereses, pues “mantener con Yahvé una relación cultual que subraye el rito sobre la observancia de la justicia exigida por la Ley es adorar a Yahvé como Baal y, por lo tanto, idolatría. Esto que es patente en Amós (4,4-5; 5,46.14-15) está también presente en Oseas (4,1-3; 5,8; 6,6; cf 2,21-22)” (p.74). La política de alianzas con potencias extranjeras, ante las que se acepta resignadamente nuevas formas sutiles de esclavitud es avasallamiento y generalmente traen desorden social y corrupción. “Juramos ser libres, no siervos menguados, derechos sagrados la Patria nos da”, cantábamos alegres en la escuela, cuando creíamos en esos valores. “Cuando alguno pretenda tu gloria manchar, verás a tu pueblo valiente y viril”: Adelante Costa Rica, NO a este neocolonialismo que el profetismo También Lo Cuestiona.
Nota:
Las citas usadas corresponden al libro bíblico del profeta Amós (Am), del profeta Miqueas (Mi) o al comentario exegético de J.M. Abrego de Lacy,(p.) editorial Verbo Divino, Navarra 2001, libro texto usado en la UNED para la carrera de Teología y que fue la inspiración de este artículo.