Recientemente un distinguido costarricense, quien ha estado por muchos años ligado a los movimientos sociales de nuestro país, nos visitó para conversar acerca de los actuales acontecimientos políticos que se vienen dando y de cara a lo que ha de ocurrir en las próximas elecciones generales (presidenciales y diputadiles), de febrero del 2014.
Al parecer, en estos momentos, diversos grupos ciudadanos se vienen reuniendo, unos por aquí y otros por allá, analizando cómo se presentaría ese escenario electoral y cuáles son las posibilidades que desde el campo popular y cívico, pudiese surgir alguna alternativa esperanzadora para los miles y miles de compatriotas que estamos asqueados de la sucia politiquería tradicional, especialmente la que vemos en desarrollo desde el campo neoliberal con varias banderías partidistas.
No sabemos con exactitud quién fue y en qué contexto se dio esta manifestación de que “lo malo de la política es que la gente buena no se mete en ella”.
Efectivamente, quienes tienen hoy en día “la sartén por el mango”, quienes detentan el poder real, el verdadero, en esta sociedad, se perpetúan de gobierno a gobierno y de administración en administración, precisamente porque cada vez más gente buena se aleja de la política, quedando ésta, por lo general y haciendo las honrosas excepciones de rigor, en manos de arribistas, oportunistas, pegabanderas, lametraseros y similares.
Sin embargo y desde los sectores sociales y cívicos, las responsabilidades por este estado de cosas no se pueden eludir. Desde este lado de la acera, que es la de la Patria, hace falta un profundo “mea culpa” (nosotros incluidos); precisamente porque nos ha faltado visión estratégica y real humildad para entender que la unidad de las fuerzas populares es una cuestión de enorme urgencia, ante la avalancha neoliberal que todo lo viene pudriendo, comprando, degenerando, corrompiendo, entregando y robando.
En lo personalísimo aún no nos reponemos, debemos confesarlo, del gran dolor que nos produjo el escenario electoral a nivel presidencial que se dio en las elecciones de febrero del 2010; cuando en la boleta de votación para la Presidencia de la República, de las nueve candidaturas planteadas, siete, de una forma u otra, procedían del campo cívico que se opuso al tratado de libre comercio con los Estados Unidos, mismo que, como sabemos, nos fuera impuesto con el “frauduréndum” del 7 de octubre de 2007.
Los mesianismos, los protagonismos personalistas, las vanidades, los oportunismos impidieron que para esas elecciones, el campo cívico y popular se presentara con una única candidatura presidencial; lo que habría significado un desafío al poder tradicional real, como ya lo había venido siendo la acumulación de resistencia al neoliberalismo que se había venido generando en el país, a partir de la caída del Muro de Berlín.
Las organizaciones sociales, sindicales, profesionales, gremiales, comunales, estudiantiles, académicas, cívicas, ecológicas, juveniles, femeninas, entre otras, habían venido apostando por la construcción de un camino distinto al que venía imponiendo el modelo neoliberal en Costa Rica, por medio del bipartidismo PLUSC; de forma tal que, pese a la imposición del TLC con EUA en ese “frauduréndum”, había quedado un imponente capital político tal y como se constató en la más grande manifestación de calle de la historia nacional, la del domingo 30 de setiembre de 2007, a una semana de esa votación y que por su magnitud fue invisibilizada y menospreciada por los latifundios mediáticos que todos conocemos.
Muchos abrigamos la esperanza de que, a pesar de lo que pasó ese 7 de octubre de 2007, el capital político de resistencia acumulado en casi 20 años, se transformara en una opción electoral desafiante del poder real neoliberal y que, por lo menos, tuviésemos un gobierno ni siquiera progresista, por lo menos, decente. Pero no fue así. Siete personalismos se impusieron y se dilapidó ese capital político de gran potencial para empezar a construir otra hegemonía.
Hoy, prácticamente, no tenemos nada. Los oligarcas de la hegemonía dominante ya tienen su candidato. Harán un remedo convencional y las buenas intenciones serán pisoteadas por el poder del capital. La “oposición” sigue carcomida por los personalismos protagónicos “salvacionistas” y de corto plazo. La creciente indignación popular por todo lo que ha venido pasando (trocha incluida con la “política del bikini” como valor agregado), parece no encontrar un cauce de articulación hacia una única vía de reconstrucción organizativa del campo de lo popular y de lo cívico, para enfrentar lo que se ve venir, que es la ofensiva final del capital neoliberal para apoderarse de lo poco y valioso que queda de la institucionalidad social heredada que se inspiró en el bien común.
Por eso es comprensible que no pocos costarricenses piensen que la salida no es por el campo electoral y que, por el contrario, estimen que se ocupa un “estado de excepción”, un “gobierno de facto”, para limpiar la podredumbre que carcome la democracia. Entre otros argumentos, hemos escuchado uno que nos dice que algunas de las democracias latinoamericanas del sur del continente presenciaron, primero, la caída de varios de sus gobernantes del momento, antes de que abriera el sendero para procesos de reconstrucción democrática con inclusión social. ¿Será necesario que Costa Rica viva algo semejante?… A lo mejor sí.
Pensamos que vale la pena apuntarse a un esfuerzo social integrador pese a todas las reservas que se puedan tener. Lo impresionante de todo esto es que “todo está inventado” en materia de propuesta alternativa para un gobierno decente. Mucho se ha investigado, estudiado, diagnosticado, escrito y propuesto para que Costa Rica recuperara su histórica senda de promoción del bien común en aras de la mayor equidad y movilidad sociales. ¡Cómo quisiera uno que todos esos grupos que andan por aquí y por allá, se juntaran y se promoviera algún frente electoral por un Gobierno Decente a favor de la Gente!