por José Merino del Río
Presidente Frente Amplio
A sangre y fuego acabaron con la vida de Allende y de miles de mujeres y hombres del pueblo chileno.
Asesinaron también un sueño, una esperanza latinoamericana con los ojos puestos en el proyecto chileno, que por primera vez abría el camino para construir el socialismo por la vía democrática. Un ejemplo que el imperialismo y las feroces oligarquías latinoamericanas no podían dejar prosperar, pues agrietaba la arquitectura de la guerra fría cimentada en una imagen criminal del enemigo a derrotar, labrada sobre el mito de la defensa de la libertad y de la democracia. Socialismo y democracia no podían marchar juntos, por el potencial subversivo que la misma idea encerraba.
Había que terminar con “ese hijo de puta de Allende“, como le dijo el presidente Nixon a su entonces secretario de Estado, Henry Kissinger.
Lo sabíamos entonces, y hoy forma parte de una historia confirmada. El gobierno de los Estados Unidos orquestó el golpe de Estado y se convirtió en guía y soporte de la dictadura fascista de Augusto Pinochet. Seguramente nunca habrá Corte Penal Internacional para juzgar este crimen de lesa humanidad.
El golpe criminal en Chile no sólo significó muerte, cárcel, tortura y exilio para cientos de miles de chilenos y chilenas. Se erigió también en macabro experimento para aplicarlo en otros países de América y del mundo. Los llamados “estados de seguridad nacional“ que declararon una cruenta guerra a nuestros pueblos latinoamericanos, que sembraron nuestra tierra de cadáveres, desaparecidos, miles y miles de vidas rotas para siempre.
Y sobre los muertos y los campos de internamiento, y sobre los gritos de los perseguidos y torturados, es que se levantó también la primera experiencia, dijeron que exitosa, del neoliberalismo en América Latina. Ilustres criminales académicos de la Universidad de Chicago, experimentaron con el pueblo de Chile las nuevas estrategias del despojo, de las privatizaciones, liberalizaciones, desregulaciones, del robo de derechos y de patrimonios nacionales.
Ese 11 de septiembre de 1973, seguramente ni siquiera será mencionado, menos evocado y lamentado, por las grandes cadenas de la dictadura mediática, con sus lentes exclusivamente enfocados en otro 11 de septiembre, también con sus muertos inocentes y su horror, que abrió el ciclo de la guerra infinita, como la llamó el ex presidente Bush.
Frente a la estrategia del olvido, nos toca a nosotros recordar nuestro 11 de septiembre.
Honrar la memoria de Salvador Allende y de todas las compañeras y compañeros caídos.
Desde La Moneda en llamas, a pocas horas de la muerte que sabía tan inevitable como cercana, las últimas palabras de Allende nos siguen llenando de emoción y nos dicen que no hay causa que se pierda, mientras haya hombres y mujeres que no la abandonen:
“Trabajadores de mi patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.
¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!
Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.”
Gracias, presidente Allende.