No es cierto que seamos un pueblo domesticado. Realmente hay un sentimiento de indignación creciente en importantes segmentos de la población costarricense, especialmente en su parte mayoritaria que es la clase trabajadora, tanto la que es asalariada con la suerte de tener un empleo formal, como aquella que en el mercado informal, en el cuentapropismo, la “pulsea” duramente para sobrevivir el día a día.
La percepción que va tomando fuerza en la gente de “abajo”, en el pueblo, es que las cosas andan mal y que el sistema político no está generando las condiciones necesarias para vivir con dignidad. La indignación es creciente y usted la nota en cada uno de esos episodios de resistencia, de reclamo, de protesta vecinal, comunal, laboral, sindical, gremial, social.
La desintegración social, especialmente aquella generada por el crecimiento de la desigualdad, muestra actos de violencia contra las personas que nos impacta sobremanera. Hemos venido insistiendo en que al profundizarse la brecha entre quienes cada vez más tienen más pero son muy pocos, contrariamente al proceso de empobrecimiento de la mayoría, eso alimenta, potencia, refuerza la violencia delincuencial contra las personas y contra sus bienes; igualmente, nutre el crecimiento del crimen organizado y el narcotráfico, además de fomentar la corrupción en todas sus formas, destacándose la que se hace con ropaje legal.
Los indignantes reajustes salariales, las alzas constantes en las tarifas de servicios públicos esenciales, el deterioro de los servicios sociales y la angustiante situación que vive la institución emblema de la Seguridad Social costarricense, la Caja; la doble moral pública en materia de protección ambiental y ecológica; un sistema tributario que tritura a quienes menos tienen; los últimos episodios que cuestionan la cúpula ejecutiva y legislativa del país; el desempleo, especialmente el juvenil y el de personas adultas en plena producción intelectual que son condenadas por razones de edad a no encontrar trabajo, el ataque a los agricultores, etc., etc.; poco a poco, gota a gota, aunque sea por partes, sin un todo aglutinador, van generando ese sentimiento de indignación tan necesario para pasar a escenarios de cuestionamiento estructural por el rumbo que le impone al país la gente de “arriba”, misma que parece no darse cuenta de que el suelo que está pisando se va transformando en arena movediza.
La indignación está abarcando sectores sociales que hasta el presente, nadie podía haber imaginado que pudieran sumarse a esta especie de movimiento nacional espontáneo de molestia social generalizada: las policías. Ha sido notoria la cadena de acciones de protesta de integrantes de los cuerpos policiales de Fuerza Pública, Policía Penitenciaria, Policía de Migración y Policía de Tránsito. Como partes esenciales de las tareas del servicio público de Seguridad Ciudadana, las personas trabajadoras asalariadas que laboran en estos cuerpos de policía, sienten que su ámbito de acción es cada vez más estrecho, cada vez más presionado, cada vez más difícil de controlar, precisamente por un entorno socioeconómico que se deteriora aceleradamente, incluso sus propias condiciones de salario y de empleo.
El movimiento de la gente indignada del pueblo costarricense no se va a detener. Por el contrario, tal y como poco o poco va quedando en evidencia, estos “tiempos de TLC’s”, ofrecen nuevas oportunidades de articulación intersectorial y cívico-política, similares a la generada con ocasión del Movimiento Patriótico del No al TLC. Quizás ahora haya más maduración, haya más humildad, haya más desprendimientos, haya más claridad y haya más compresión para actuar en escenarios de diversidad, que nos permitan construir y materializar el sueño de la realización de una nueva hegemonía, esa del bien común, esa del derecho a la felicidad, esa de la justicia social en plenitud, con total respecto por el ambiente y por la Ecología. Evidentemente no será un esfuerzo minúsculo, sin dificultades, pero pareciera que ese nuestro movimiento tico de la indignación, nos obliga a tendernos la mano unos a otros, unas a otras, para pasar a una ofensiva estratégica de real vocación de poder. Sí es posible. Pareciera un sueño, pero sí es posible.