En cualquier marco de sociedad, los y las seres humanos somos parte de una gran diversidad. Esta diversidad aglomera personas de diferentes religiones, posiciones políticas, etnias, culturas, visiones de mundo, sexualidades, entre otros.
Es por ello que tratar de justificar acciones de discriminación, como lo es la homofobia, no tiene cabida para sociedades que, por un lado se precian de ser democráticas; y que, por otro, proclaman que esa democracia está asentada en el respeto a todas las diversidades.
Normalmente el discurso social-oficial, dogmático, patriarcal, económico, cultural y hasta político que se utiliza alrededor del tema de la homosexualidad, es decir que la misma es una “enfermedad”, asumida o adquirida; cuando, por el contrario, quien reproduce acciones o discursos de carácter homofóbico es, verdaderamente, el que está enfermo.
Vale la pena reiterar que la homofobia es una enfermedad capaz de llegar a atentar contra la vida de seres humanos, contra el desarrollo emocional y social de quienes también tienen familias y personas queridas; contra las aspiraciones de un desarrollo integral como ser humano, incluyendo la de alcanzar la plenitud de su propia diversidad sexual.
Es necesario exigir respeto a las diferencias, vernos dentro de la sociedad como iguales sin distinción de ellas; ser solidarios entre nosotros y nosotras, buscar la cohesión y hacer la lucha, porque la lucha no sólo surge del discurso sino del compromiso y la acción.
Como seres humanos de derechos, es nuestra obligación y compromiso denunciar públicamente toda acción de discriminación, de odio y de violación hacia los derechos humanos.
La homofobia no debe de tener parte en la sociedad costarricense y en el mundo. Ante ello, las instituciones políticas y religiosas deberían de ser las pregoneras en buscar que este discurso y estas acciones no se reproduzcan.
Por el contrario, debería de velarse para que todos y todas nos veamos como humanos y humanas en condiciones de igualdad, así como profesar de manera vehemente y con conciencia social ese discurso del amor al prójimo más allá de una consigna de panfleto, sino, vivida en lo más profundo de cada ser humano.
Para finalizar, es importante apelar a la necesidad de la unión y manifestación de nuestro pensamiento y posiciones sociopolíticas y culturales, contra este tipo de acciones y situaciones inhumanas, intrínsecas a la homofobia, que atentan contra los derechos humanos de las personas y que se dan y se presentan en el mundo.
Es urgente y necesario construir, forjar y exigir ese cambio, el cual inicia desde el momento en que cada uno y cada una toman esa visión y la comienza a trabajar.
La conciencia social parte por visibilizar quiénes somos, qué hacemos y cuál es nuestro modo de vida, por ende, exigir respeto de esto. Parte también, por gritar libremente que independientemente de nuestra orientación sexual somos humanos y humanas; que sentimos, lloramos, amamos, crecemos, soñamos y tenemos a nuestro alrededor personas que han concientizado y que hoy día nos apoyan y creen en la necesidad de ese cambio en la forma de pensar de la sociedad.
Ya debemos de dejar de ser permisivos con lo injusto, con lo que mata, con lo que estigmatiza y con el discurso que se reproduce, con las desigualdades, con la violación del derecho a vivir, con la violencia en sí misma.
Ya es hora de ponerle un alto a las etiquetas, de permitir ser inviabilizados e invisiblizadas y concebidos como “minorías”; de aceptar que la sociedad y las instituciones traten de marcar nuestro modelo de vida.
Sociedad en general: Es momento de abrir los ojos y concientizar que todos y todas somos humanos y humanas; que acciones inhumanas como la homofobia y otras de similar estirpe, sólo hacen crear entre nosotros y nosotras diferencias; diferencias que pueden marcar el desarrollo de un ser humano o que, hasta inclusive, pueden atentar contra la vida de los mismos.
*Sociólogo