Amores invisibles

A Margarita le gustan las mujeres y ama a Vivian. El sábado anterior a que nos conociéramos, la pareja había celebrado el cumpleaños de Margarita. Convidaron a sus amigos a una carne asada en la construcción de la que será su nueva casa. El almuerzo inauguró extraoficialmente una vivienda que todavía estaba en obra gris; sin embargo, estas mujeres habían construido un hogar mucho tiempo atrás.

Mientras conversamos, una mañana de miércoles, las mujeres se acarician el pelo y se toman de las manos. Aquí pueden hacerlo porque estamos en la sala gris de lo que será su casa; mas en un sitio público serían impensables estas muestras de cariño.

Margarita dice que una pareja lesbiana debe estar lista para que su vida social sea potencialmente conflictiva: la afectividad debe estar amarrada.

“A veces, en el súper, tengo ganas de gritar: ‘Mi amor, traeme el arroz’, porque es lo que me sale naturalmente, porque la relación es muy cercana cuando se tienen cinco años de vivir con una persona”, agrega.

Lo que le es permitido socialmente a las parejas heterosexuales no lo es a las homosexuales. No se permiten las escenas amorosas es un cartel que no existe, pero que también parece estar muy presente en todos los sitios públicos, y que vale solo para las personas del mismo sexo.

Los homosexuales también denuncian que hay normas legales –o falta de ellas– que marcan una diferencia entre ellos y los heterosexuales. Por ejemplo, las leyes costarricenses miden con una regla distinta cuestiones como el acceso a préstamos, al seguro social y a la separación de bienes, entre otros.

La Ley de unión civil entre personas del mismo sexo puso el tema sobre la mesa y sus grupos opositores no dudaron en hacerse escuchar.

Hoy, los costarricenses se enfrentan a la posibilidad de votar en un referendo, el cual, de realizarse, decidirá si la población apoya o no la legalización de las relaciones de convivencia entre homosexuales.

Enojada con su situación actual, Vivian agrega: “Yo pago los mismos impuestos, pero no tengo los mismos derechos”.

Amores y mentiras

“En diez años pasan tantas cosas’”, afirma Divian Brenes, un hombre homosexual de 40 años enamorado desde hace diez de Ignacio Ramírez, de 36.

La casa donde conviven tiene una decoración mínima, como sacada de revista, y en esta predominan los colores azul y blanco, así como las superficies cromadas. El orden del lugar lo tienta a uno a juzgar cierto el estereotipo sobre la pulcritud de los gais.

Su apartamento –ubicado en un condominio de San Francisco, de Heredia– tiene una historia de amor y mentiras. Divian tiene estudios en teatro pero, en el 2005, fue su novio Ignacio quien representó el papel de su vida.

Cuando quisieron optar por un préstamo para comprar la que sería su casa, Ignacio se hizo pasar por la pareja de su cuñada, la hermana de Divian, pues la entidad financiera no contemplaba los salarios de una pareja homosexual como un ingreso familiar.

“Fue muy incómodo, porque desde que nos sentamos frente a la ejecutiva de cuentas del banco, toda la situación era tan poco creíble…”, cuenta entre risas Ignacio, quien en ese tiempo tenía 31 años y debió actuar como el novio de una mujer de 55.

La pareja tiene nueve años de convivir. La casa que compraron en el 2005 les ha servido para reuniones de café y almuerzos con quienes Ignacio llama su “familia espiritual”, una unidad extendida en la que Divian incluye a su mamá, sus hermanos, su familia política y sus tres perros: Simón, Lula y Gretta (una perrita mínima recién rescatada de la calle).

Las relaciones entre las familias de ambos hombres se empezaron a estrechar desde muy temprano. La pareja tenía solo cuatro meses de conocerse cuando la mamá de Divian ya estaba asistiendo a la graduación de licenciatura de Ignacio.

“Si algún día nos tuviéramos que separar, esa presión de la familia sería un peso muy grande: ya no nos podrían imaginar separados”, conjetura Divian.

Las muestras de cariño se las prodigan en privado, en esa casa que siguen pagando juntos. Por sus caracteres, Ignacio y Divian son proclives a mantener la distancia física, pero también advierten que hay que evitar que la gente se violente. No obstante, hay afectos que no están dispuestos a negociar en público.

“En el supermercado yo le digo ‘flaco’o ‘mi amor’, porque ya no puedo medirme después de tantos años. A estas alturas uno no espera que en el súper alguien le reclame algo. Cada vez más, la gente se da cuenta de que el dinero de uno también vale”, afirma Divian.

Según la pareja, el respeto hacia las parejas “sexualmente diversas” depende de cada homosexual en primer lugar, para así poder acceder a derechos que sienten que les han sido negados.

Por ejemplo, Divian cuenta que en el 2006 laboró en Panamá en un muy buen trabajo, pero únicamente resistió por seis meses. Se deprimió, regresó a Costa Rica con una crisis nerviosa y sin seguro médico.

El costo de los medicamentos para su tratamiento era mayor a lo que podían pagar y el seguro de Ignacio no cubría a Divian como lo haría si fueran una pareja heterosexual. La pareja le pidió ayuda a un doctor para que hiciera la receta médica de Divian a nombre de Ignacio, y que así él pudiera retirar los medicamentos en la Caja del Seguro Social.

“Yo sé que eso es hacer trampa y, si eso trae consecuencias legales, pues que las traiga. Esas son cosas que se tienen que hacer ya que, si no, no hay otra forma”, comenta Ignacio.

Amor puertas adentro

Luis Paulino Vargas es un homosexual de 52 años que descubrió su gusto por los hombres cuando cursaba el sétimo año en su colegio de Zarcero (Alajuela), a inicios del decenio de 1970.

“Cuando me di cuenta de lo que me pasaba, fue tan terrible que me juré que yo nunca iba a tener sexo. Yo sentía que era la única persona que ‘padecía’ de eso”, recuerda este catedrático e investigador de la Universidad Estatal a Distancia (UNED).

Mucho tiempo ha pasado desde aquel despertar sexual que Luis Paulino quiso poner a dormir para siempre. Hoy vive en barrio San José de Alajuela, junto con Giovanni Navarro, de 42 años. El próximo 25 de diciembre cumplirán diez años de convivir.

Cuando se conocieron, Giovanni le mintió sobre su nombre a Luis Paulino: le dijo que se llamaba Jonathan y, como de Jonathan se enamoró, Luis Paulino lo ha seguido llamando así.

Si se les pregunta su historia, ellos son dos tipos sentimentales. A Luis Paulino todavía se le aguan los ojos al recordar cuando le dijo a su pareja que lo amaba, y también le da rabia no poder expresar este cariño en público.

“Algo que siempre he deseado es ir caminando con Jonathan de la mano, o darle un beso en un restaurante’, ni siquiera tiene que ser uno apasionado, solo un beso”, confiesa.

Giovanni advierte que “dos hombres agarrados de la mano en la calle es como si se pusieran la cuerda al cuello, solo van a sentir rechazo y humillaciones”.

Por ejemplo, la pareja recuerda que cuando vivieron juntos en Guadalupe, experimentaron esas vergüenzas al pasear juntos a sus perros por las noches y ser acosados por un grupo de muchachos que se sentaban en una esquina del barrio.

También han experimentado rechazos más sutiles. En un paseo que la pareja hizo a playa Carrillo, Guanacaste, se toparon con el recepcionista de un hotel que, durante el chequeo de ingreso, les advirtió que aquel era un “hotel familiar”. Lo paradójico del asunto es que Giovanni y Luis Paulino sienten que son familia. Sin embargo, al igual que el empleado de aquel hotel, el Estado tampoco los considera así.

Giovanni trabaja como obrero industrial pero actualmente está desempleado. Aunque ha convivido con Luis Paulino durante casi diez años, la cotización que hace su pareja a la Caja Costarricense del Seguro Social no lo protege, y actualmente debe pagar un seguro voluntario.

Asimismo, algunos beneficios institucionales que otorga la UNED a los cónyuges de sus empleados no pueden ser aprovechados por Giovanni.

“Si yo fuera un hombre heterosexual, mi pareja se beneficiaría”, afirma Luis Paulino, quien también se pregunta qué pasaría con su pensión complementaria obligatoria si él muriese.

“Ese montón de plata que me han quitado de mi salario no sé a quién va a ir, pero yo sé que no será para Jonathan”, agrega.

La puerta de la refrigeradora de su casa está decorada con decenas de imanes en forma de mariposa. Sobre ella también están los recordatorios de las obligaciones de la pareja para con el Estado: el teléfono vence tal día y se paga en tal otro; el préstamo de la casa se paga en tal fecha’

La vivienda que la pareja comparte tiene más cuartos de los que utilizan. Se la compraron al hermano de Luis Paulino y viven allí desde diciembre pasado. Posee espacio suficiente para un torbellino de perros recogidos de la calle: Blackie, Negra, Laika y Canelo.

Los hombres se confiesan caseros. Su diversión de fin de semana consiste en cocinar entre ambos una cena abundante, tomar unas cuantas copas de vino y bailar juntos, cuando Luis Paulino logra convencer a Giovanni.

Todo esto lo hacen en su casa. El lunes por la mañana, cuando Luis Paulino debe salir, el beso de despedida se lo dan “del portón para adentro”: no vayan a escandalizar a algún vecino.

Población elusiva

Los datos estadísticos y demográficos sobre la población homosexual en el país son pocos y contradictorios; en el caso de las lesbianas, son prácticamente inexistentes.

Por ejemplo, se calcula que había un 10% de hombres homosexuales en Costa Rica en el 2002, según un diagnóstico del Banco Mundial para calcular el costo para la prevención de VIH.

Un estudio similar elaborado por el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades, de Estados Unidos, calculó que cuatro de cada cien hombres en Costa Rica eran declaradamente homosexuales.

Otro estudio hecho en el 2006 por el Centro de Investigación y Promoción para América Central de Derechos Humanos (Cipac) calculó que el 14,5% de los homosexuales en el país vivían en pareja. Este porcentaje se dividía en un 9% de mujeres lesbianas y un 5,5% de hombres gais.

Francisco Madrigal, director administrativo del Cipac, opina que existe una dificultad evidente para tratar de medir la variable de orientación sexual en los datos demográficos del país.

“Creemos que mucha gente no expresaría su orientación por los temores obvios de ser discriminada”, conjetura.

El dato más actualizado con el que se cuenta indica que un 46% de los hombres gais y bisexuales afirmó mantener una relación estable de pareja durante un periodo igual o mayor a seis meses. Esta cifra incluye tanto a los hombres que conviven juntos como a quienes viven en casas distintas, y es parte de un estudio de prevalencia de VIH y sífilis elaborado en conjunto por el Cipac, Asovihsida, la Caja Costarricense del Seguro Social y el Ministerio de Salud en el 2009.

Francisco Madrigal ha sido uno de los activistas más dinámicos en la lucha por los derechos humanos de la llamada población LGTB (lesbiana, gai, transgénero y bisexual) en el país.

En 1989, él creó la primera organización de homosexuales rurales, llamada Gaypo (Gays Poaseños), en Poás de Alajuela, luego de que asesinaran a un amigo muy cercano por causa de su orientación sexual.

También creó, en 1994, el Triángulo Rosa, la primera agrupación legalmente inscrita para la procura de los derechos de la población homosexual en el país.

Madrigal destaca que durante los decenios de 1980 y 1990, la represión policial era el problema más grave de discriminación que sufría la población homosexual en Costa Rica. Después del 2000, identifica que la mayor amenaza es la discriminación laboral.

Giovanni Navarro, por ejemplo, reconoce que en sus trabajos anteriores en fábricas, ha debido soportar las burlas y el acoso de sus compañeros, sobre todo de los varones. Vivian Zúñiga, por su parte, cuenta que ella fue despedida de un antiguo empleo porque su exjefe era abiertamente antihomosexual.

Madrigal afirma que el Cipac ha identificado casos en los que las personas homosexuales deben trabajar más horas, pues en sus lugares de trabajo se considera tácitamente que ellas se pueden sacrificar para que los heterosexuales pasen más tiempo con su pareja y su familia.

“También es común que gais y lesbianas asuman más responsabilidades por temor a ser despedidos”, agrega Madrigal.

Unidas legalmente

La familia de Ana y Christine Unold-Sanz se hace grande. Ana es una tica de 39 años, ejecutiva de mercadeo, quien está embarazada de gemelos: nacerán en unas seis semanas.

Christine es su pareja desde el 2006, es suiza, tiene 34 años y trabaja como enfermera en una clínica privada. Ellas viven en Zurich, donde su relación está legalmente reconocida desde el 2008, como una registered partnership (Ana lo traduce como ‘unión o relación registrada’).

A pesar de que ambas deseaban vivir en Costa Rica, finalmente decidieron residir en Europa debido a los derechos legales de los cuales gozan allá.

Ana enumera: “Nos daba la posibilidad de poder vivir legalmente, cada una con un trabajo digno, que significa, al final, no solo el bienestar económico de nosotras como familia, sino la posibilidad de poder desarrollarnos profesionalmente, compartir nuestro seguro médico y pensión, pagar los impuestos como familia y, en caso de muerte, obtener no solo el derecho de posesión de bienes compartidos sino también el acceso a una pensión por viudez”.

“Sin escondernos pero sin exhibirnos”, es la política de vida que ha adoptado la pareja para prodigarse afecto en público. Por ejemplo, ellas pueden saludarse con un abrazo o caminar de la mano durante un paseo.

“Probablemente, la diferencia más grande con Costa Rica es que aquí la tolerancia y el respeto a la diversidad es mucho mayor, al punto de que ni siquiera llama la atención qué tipo de pareja se toma de la mano; creo que la gente aquí tiene otras cosas más importantes de qué preocuparse”, agrega Ana.

El embarazo de la costarricense fue una decisión tomada en pareja. Entre las dos escogieron las características del donante anónimo cuyo esperma se utilizó para una inseminación artificial.

En Suiza, Christine aún no tiene opción de adoptar a los gemelos; pero sí posee el derecho a asumir una custodia legal.

En caso de que la pareja quisiera vivir en la llamada “Suiza centroamericana”, Christine tendría problemas para residir y buscar trabajo pues, según las leyes costarricenses, no tiene ningún vínculo con su pareja. Ana sostiene que Christine no califica para solicitar la residencia como pensionada, rentista o inversionista y, en caso de hacerlo, debería esperar dos años para obtener el estatus de residente permanente y así poder trabajar. Al igual que todos los convivientes homosexuales en el país, Christine no sería cubierta por el seguro de Ana en caso de vivir como dependiente.

La pareja ya compró un terreno en Costa Rica, pero Ana dice que no podría tener acceso a un mejor crédito para construir porque sus salarios no se sumarían como “ingreso familiar”.

La tica agrega: “En caso de que algún día se aprobara en el país una ley similar (a la de Suiza), no dudaríamos en mudarnos, ya que a ambas nos encanta Costa Rica como país, la playa, el clima, la gente, y la cercanía con la familia no se compara con lo que obtenemos aquí”.

Llave en mano

La última vez que conversamos, la vivienda que construyen Vivian y Margarita acababa de estrenar pisos, y los trabajadores ya estaban pintando el cielorraso. Lo más probable es que a fines de mes se pasen a su casa nueva.

Ambas trabajan en una cooperativa llamada Sula Batsú, la cual es una empresa de servicios profesionales que se dedica a temas de economía social y solidaria, así como a las tecnologías de información y comunicación. Cuando nos encontramos por primera vez, la pareja confesó que hubiera deseado tener una mejor historia qué contar.

“Nosotras tenemos amigas con historias más bonitas y más dramáticas, pero no pueden exponerse de esta manera por cuestiones laborales y familiares”, afirma Margarita.

En el ámbito laboral, la pareja no se preocupa por las repercusiones que pueda ocasionarles el dar a conocer su relación públicamente pues, según dice Margarita, Sula Batsú es una iniciativa conjunta y de largo aliento. Asimismo, las familias de ambas respetan su relación.

“Con la familia de Margarita es con la que tenemos una relación más estrecha; en mi casa todo el mundo sabe que nosotras vivimos juntas y nadie se mete”, agrega Vivian.

Margarita argumenta que para poder exponer su relación y su vida privada en una publicación de domingo, las parejas deben tener “factores protectores” de los que, afortunadamente, ellas gozan; pero que, infelizmente, la mayoría de parejas homosexuales carece de ellos.

“Yo soy la segunda hermana de una familia de cuatro mujeres, y soy la hija de una pareja católica con 37 años de casados. Nosotras no somos un problema para mi familia, no ven una amenaza a sus creencias y somos parte de su vida”, revela Margarita.

Las parejas entrevistadas saben que sus casos son excepcionales y que todas tienen “factores de protección”.

Aún así expresaron algún tipo de temor de exponer sus rostros y sus nombres, tanto por su seguridad personal como por la de sus familias.

Sin embargo, todos sienten que la sociedad costarricense está cambiando –lentamente, eso sí– hacia el respeto de las parejas homosexuales.

“Es mejor que quitemos el dedo del sol, porque no se va a tapar jamás. Lo evidente está ahí y no es necesario ocultarlo”, dice Ignacio Ramírez, sentado junto a su pareja Divian en el desayunador de su casa. Al hilo agregó: “En cualquier sociedad hemos existido, existimos ahora y seguiremos existiendo”.

Fuente: La Nación S.A., Proa

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