Se la ve apenas uno baja del avión: es una pelota de fútbol gigantesca que cuelga del cielorraso del aeropuerto internacional de Johannesburgo, adornada con banderines amarillos en los que se lee la inscripción: “2010. ¡Vamos, la Copa del Mundo!”
Si uno alza la cabeza, advierte que todos los auspiciantes se han unido al festejo -Coca Cola, Anheuser-Busch- y están todos “marcados” con el sello de la FIFA.
Cuando uno baja la vista, ve otro universo, menos asistido por los sponsors. Dentro mismo de este reluciente aeropuerto último modelo, hombres de entre 16 y sesenta años ofrecen lustrar los zapatos, llevar las valijas o, aunque sea, guiar hasta la parada de los taxis. Es la economía informal que lucha por un respiro en medio del asfixiante despliegue de los auspiciantes. Bienvenidos a Sudáfrica, un lugar en el que abundan los contrastes: ricos y pobres, negros y blancos, inmigrantes y nativos. En una semana normal, los que nada tienen y los que poseen algo luchan por un espacio. Pero el Mundial 2010, que comenzará dentro de noventa días, hizo aflorar estos contrastes a la superficie y acentuó su carácter conflictivo.
La situación actual de Sudáfrica se podría llamar la contracara de Invictus. Para aquéllos que no tuvieron el placer de verlo, el filme Invictus cuenta cómo Nelson Mandela utilizó el deporte, sobre todo el rugby entonces mayoritariamente blanco, para unir al país tras la abolición del apartheid. Por el contrario, ahora, ante la inminencia del Mundial de Fútbol, todos los conflictos fueron camuflados para presentar al mundo la imagen de una nación unida. Como dijo Danny Jordaan, el principal organizador sudafricano de la competencia: “La gente verá que somos africanos. Pero también que tenemos nivel mundial”.
Adviértase que lo que preocupa es lo que el mundo ve, no lo que ven los sudafricanos. Lo que los sudafricanos ven, como me dijo un joven, es: “El fútbol… saqueando nuestro país”.
Los contrastes se están convirtiendo en conflictos porque el gobierno, a instancias de la FIFA, está decidido a montar un buen espectáculo sin considerar en absoluto el costo social que pueda entrañar.
Miles de sudafricanos fueron expropiados y desalojados, y obligados a trasladarse a improvisadas villas miseria, tanto para allanar el acceso a los estadios como para asegurarse de que los turistas no tengan que ver deprimentes escenas de pobreza. La medida es de tal magnitud que, incluso, las Naciones Unidas presentaron una queja formal en nombre de las veinte mil personas desalojadas del asentamiento Joe Slovo, que se encuentra en Ciudad del Cabo, y al cual los organizadores del Mundial consideran “una monstruosidad”.
También se tomaron medidas drásticas contra la gente que se gana la vida vendiendo en las cercanías de los estadios. A Regina Twala, que vende desde hace cuarenta años en la calle los días en que hay partido, se le prohibió, como a todos los otros vendedores ambulantes, que desarrolle su actividad a menos de un kilómetro de cualquiera de los estadios en los que se jueguen partidos del Mundial. La mujer comentó a un periodista del Sunday Independent: “Dicen que no nos quieren allí. No quieren que nos acerquemos a los estadios, y así, ninguno de nosotros va a poder trabajar”. Por añadidura, la FIFA exigió al gobierno sudafricano que anuncie que arrestará a cualquier vendedor que venda productos que tengan impreso “Copa del Mundo” o, incluso, la fecha. “2010”. Samson, un comerciante que tiene su negocio en Durban, me dijo: “Siempre hemos vendido así, en las proximidades de los estadios. ¿Quién hace las leyes, ahora? ¿La FIFA?”.
Samson se estaba refiriendo a las amenazas contra los vendedores ambulantes, pero bien podría estar hablando de la serie de leyes que el gobierno de Sudáfrica aprobó para preparar el torneo. De esta manera, tras establecer que el Mundial es un “evento protegido”, tal como se lo exigió la FIFA, aprobó ordenanzas que “especifican por dónde la gente puede circular y dónde puede estacionar sus coches, dónde se puede o no se puede vender o hacer publicidad, y por dónde se puede pasear al perro”. También dispusieron que los mendigos, o, incluso, quienes sean sorprendidos profiriendo palabrotas (desde luego, fuera de la cancha), podrían ir a la cárcel.
Otro tema sensible es el de los asesinatos. En un hecho que fue recogido por la prensa internacional: dos personas, de una lista de veinte, fueron asesinadas después de que denunciaran a las empresas en las que trabajaban por una posible práctica corrupta en la construcción del estadio de Mbombela, que costó 150 millones de dólares.
El diario Sunday World consiguió la lista, en la que figuran dos periodistas y numerosos dirigentes políticos. Y hay una escalada de acusaciones, según las cuales el tema de la lista está vinculado con el partido gobernante, el Congreso Nacional Africano (CNA), algo que éste ha negado con una retórica bastante rara: “El CNA reitera su condena a todo tipo de asesinato, independientemente de cuál pudiere ser el motivo invocado”, declaró Paul Mbenyane, el vocero del partido. Nunca es una buena señal que alguien se sienta obligado a aclarar que está en contra del asesinato.
Todas estas medidas, como los desalojos y las disposiciones contra los vendedores ambulantes, o hechos como las acusaciones de asesinatos presumiblemente patrocinados por el Estado, despiertan en el pueblo ecos de los días del apartheid. Y provocaron una resistencia encarnizada y totalmente previsible.
En un mes normal, en Sudáfrica se producen más protestas per capita que en cualquier otro país del mundo. Pero, cuando uno considera las enérgicas medidas tomadas a causa del Mundial, una nación que se está cocinando a fuego lento puede llegar a explotar. Más de setenta trabajadores participaron de huelgas relacionadas con obras destinadas a la Copa del Mundo, desde que comenzaron los preparativos: de hecho, desde 2007, hubo 26 huelgas. El 4 de este mes, en una conferencia de prensa que ofrecieron representantes de cuatro provincias, más de 250 personas amenazaron con organizar una protesta durante el partido inaugural del Mundial si sus demandas no son satisfechas. Estas protestas no deberían ser subestimadas.
Una mujer, Lebo, dijo:_ “En Sudáfrica aprendimos que si no quemamos neumáticos, si no enfrentamos a la policía, si no estamos dispuestos a responder con violencia a la violencia, nunca seremos escuchados”._
Por su parte, Patrick Bond, del Center for Civil Society (Centro para la Sociedad Civil), de Durban, aseguró que es más que probable que haya protestas: “Cuando uno sabe que hay tres mil millones de personas mirando, en fin, es una oportunidad que no se puede desaprovechar”. Efectivamente.
Hay una escena en Invictus en la que el Mandela, encarnado por Morgan Freeman, dice: “Doy gracias a los dioses, sean cuales fueren, por haberme dado un alma indomable. Soy el único dueño de mi destino”.
El pueblo de Sudáfrica todavía se considera indomable: tanto si tiene que enfrentarse al apartheid, como a la FIFA o a su actual gobierno. Pero la FIFA insiste, con el mismo empecinamiento, con que el Mundial no tendrá que soportar ninguna oposición.
Dentro de noventa días descubriremos quién es el dueño del destino de este querido país.
Fuente: REBELION, ESPAÑA 310310 – -Revista Debate
- Dave Zirin es Editor de Deportes de The Nation