Si no es el país más peligroso de la Tierra para la actividad sindical, Colombia es uno de los que ocupa un primerísimo lugar en cuanto al riesgo de todo tipo que implica salir en defensa de los derechos laborales, que son universalmente reconocidos como Derechos Humanos.
En este 2009, 37 sindicalistas fueron asesinados, así, literalmente, asesinados en Colombia; cifra espeluznante que se une a las 39 personas sindicalistas asesinadas en el 2007 y a las 49 que hubo en el 2008.
Como se podrá notar, los crímenes contra los y las sindicalistas de Colombia se dan en una sociedad a la que los grandes medios de comunicación colectiva presentan como democrática, lo cual es una verdadera farsa, dado que, como se puede notar, invocar y/o practicar en ese hermano país el Derecho Humano fundamental denominado Libertad Sindical, implica perder la vida.
Particularmente es de resaltar que este tipo de crímenes se ha intensificado en el gobierno del señor Álvaro Uribe Vélez, Presidente de Colombia, quien ha sido ligado a la actividad paramilitar y de quien también se ha afirmado de tener vínculos con el narcotráfico.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclamada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el 10 de diciembre de 1948, estableció en su artículo 23, inciso 4 que “toda persona tiene derecho a fundar sindicatos y a sindicarse para la defensa de sus intereses”. En Colombia acogerse a este precepto universal del derecho internacional es jugarse la vida.
No solamente quien da la vida por la actividad sindical merece nuestro reconocimiento póstumo aunque sea por esta sencilla vía. También hay que enaltecer el valor que implica, todos los días y a todas horas, realizar actividad sindical en Colombia en medio de amenazas, desplazamientos, detenciones arbitrarias, hostigamientos, torturas, allanamientos ilegales y desapariciones.
Según datos de organizaciones sociales ligadas a los Derechos Humanos, la violencia antisindical en Colombia, ha cobrado la vida de casi 3000 personas en los últimos 24 años; es decir, estamos hablando de que, en promedio, hay dos asesinatos de sindicalistas por semana.
Indudablemente que no se puede afirmar que la plena democracia esté presente en Colombia con semejantes cifras de muerte por ser sindicalista. Lastimosamente, la comunidad internacional reacciona tibiamente, casi que de manera cómplice, ante semejantes atentados contra los Derechos Humanos. Pero, claro, imagínese usted si eso ocurriese en algún país con algún gobierno que, de un modo u otro, “se sale del saco” de la ideología dominante en el globo, esa que lleva la muerte por todo el orbe: el neoliberalismo. Ya tendríamos campañas mediáticas de gran intensidad denunciando tal barbarie.
Pero no, tales crímenes antisindicales ocurren en un país completamente neoliberal, funcional al sistema capitalista de la muerte. Por eso, seguramente, usted no sabía que esto estaba pasando en Colombia. Así rendimos tributo a tantos compañeros y a tantas compañeras sindicalistas que han ofrendado sus vidas por sus iguales, los y las de abajo, los y las de la clase trabajadora.