El 2010 y la clase trabajadora

Gracias a las convicciones democráticas del Diario Extra, en el campo del respeto a la Libre Expresión, ANEP publica, semanalmente, en días miércoles, esta columna.

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Nuestro voto será solicitado por toda la pléyade de partidos políticos insertados en el sistema, legitimándolo cada uno a su peculiar estilo y al juego de intereses en sus respectivos senos.

Aunque todas las ofertas electorales que ya se nos están presentando, forman parte del engranaje sistémico diseñado para la reproducción del injusto esquema de concentración de la riqueza y del crecimiento de la desigualdad; unas, unas pocas, estarán avaladas por el gran capital neoliberal que, con ansias, desea seguir en el Gobierno (porque siempre ha estado en el poder), para crear las condiciones hacia una transformación constitucional que, precisamente, haga irreversible ese orden concentrador de riqueza y de exclusión social; orden tan solo matizado por las migajas que se puedan repartir, desde esa institucionalidad sistémica, para la prevalencia de la pobreza que ayuda a obtener los votos necesarios que deciden una elección presidencial, por ejemplo.

Las otras ofertas, casi todas originadas en un tronco común pero igual de funcionales al sistema, están enceguecidas por el protagonismo personalista y la perspectiva individualista de corto plazo, viviendo la permisividad que desde el poder se les da para que lo cuestionen sin amenazarle y, por el contrario, lo relegitimen. Tales ofertas electorales no lograron articularse pese al gigantesco, desprendido y noble esfuerzo popular sostenido durante casi dos décadas de férrea resistencia cívica al neoliberalismo, desde la caída del Muro de Berlín, en 1989; año a partir del cual casi todos los adalides de la Patria que hoy en día se desgarran las vestiduras en su defensa, habían arriado las banderas de la justicia social, se habían escondido, guardaban silencio, se pasaron de acera y/o se unieron al coro propagandístico del gran capital, sobre el “fin de las ideologías”; quedando tan solo en esos históricos y solitarios momentos, unas cuantas voces, unas cuantas organizaciones dignas (básicamente sindicales), cuyo papel histórico hoy pretende ser negado, precisamente cuando ya “pasó de moda” ser neoliberal y prácticamente todos, de un lado y del otro, abjuran (de la boca para afuera, por supuesto), de la ideología excluyente, corrupta y depredadora ecológica del “dios” mercado.

En tal estado de cosas y de cara al 2010, nosotros seguiremos apostando a la gigantesca fuerza transformadora que anida en el poder de la clase trabajadora, especialmente si ésta consigue el desarrollo de una aplastante fuerza organizada que, desde una perspectiva de vocación de un nuevo poder, pueda dar el salto cualitativo para propiciar una variación radical de la correlación de fuerzas; hacia una nueva articulación republicana que restaure la hegemonía del bien común, de la real distribución de la riqueza y de la potencia de la equidad y de la movilidad social, como los valores de predominio en la iniciativa política que está por instaurarse o restaurarse.

Este sueño democrático, esta sincera aspiración humanista, esta férrea voluntad patriótica, se ha manifestado ya varias veces en nuestra querida Patria, luego de que cayera el Muro de Berlín, en 1989. El pueblo trabajador ha demostrado cuán poderoso puede ser, cuando la causa ha sido justa, limpia, sin manipulaciones de cálculo electoral. Ante el escenario del 2010, sin mayores novedades en el frente, nuestro compromiso, hasta el último minuto de nuestro mandato y de nuestra propia vida, será dar el más desprendido aporte para ayudar a que emerja ese nuevo sujeto histórico que propicie la construcción de un nuevo poder. En ese camino andamos y pretendemos no desviarnos de él jamás.

Pareciera ser que, por un lado, la única ventaja del 2010, es que no pocos están ya cavando su propia sepultura política; y, por otro, que la mejor apuesta que podemos hacer es por “los de abajo”, cuya articulación es la que se debe construir.

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