Desde entonces la intervención de la gran metrópoli del Norte ha estado en nuestro territorio y sus embajadas son vínculos pretorianos entre la periferia y el centro de mando imperial.
No podemos olvidar la intervención directa de los gobiernos de Estados Unidos en suelo centroamericano durante las guerras civiles de Nicaragua y El Salvador y el estado de violencia en Guatemala.
Cómo olvidar que Estados Unidos financió la contrarrevolución en Nicaragua utilizando el suelo hondureño como base militar donde se entrenó y desde donde se prepararon los ataques, tierra y aire, del ejército irregular denominado la CONTRA Con participación de las Fuerzas Armadas de Honduras y se montaron tres bases militares: La del Aguacate en el departamento de Olancho, allí fue donde asesinaron al padre Guadalupe Carney, después de capturarlo en Choluteca; el Centro Regional de Entrenamiento Militar CREM en Trujillo, Colón; y la famosa Base de Palmerola en Comayagua. En estas bases se construyeron pistas de aterrizajes para que los aviones pudieran despegar por la noche para bombardear Nicaragua, territorios salvadoreños ocupados por la guerrilla del Farabundo Martí y territorio Guatemalteco donde se suponía que habían guerrillero del Ejercito del pueblo; en Guatemala fueron quemadas, con las bombas de Nepal, aldeas y caseríos donde habitaban indígenas que nada tenían que ver con la guerrilla. Ser indígena era un delito de subversión.
Como parte de su estrategia los Norteamericanos a través de su embajador John Dimitri Negroponte (período 1981-1986) diseñaron para Honduras, la denominada “Doctrina de Seguridad Nacional” y en ese contexto se formó el denominado batallón de Fuerzas Especiales, donde se entrenaban los escuadrones del 3-16 que se encargaban de vigilar, secuestrar y asesinar a ciudadanos y ciudadanas que disentían con las posiciones del gobierno de turno o que eran considerados colaboradores de los guerrilleros salvadoreños y de los Sandinistas. El 3- 16 es el responsable del secuestro y asesinato de más de 300 hondureños y hondureñas y de un centenar de salvadoreños que fueron lanzados vivos desde un helicóptero en el mar o en las montañas de la mosquitia después de haber sido torturados por agentes de la CIA.
Honduras sigue siendo para Estados Unidos, un territorio importante, desde la perspectiva geopolítica, en las estrategias de agresión y desestabilización contra Latinoamérica. Por eso no debe asombrarnos su intervención directa en el golpe de sus agencias y el “pretor” Hugo Llorens en la preparación de la defenestración de un gobierno democráticamente electo, para imponer un jefe de Estado de facto.
Los que piensan que el golpe de Estado en Honduras es resultado de una “simple” pugna de poder entre grupos de la oligarquía nacional, es porque hacen el análisis desde un enfoque reduccionista que les limita el horizonte y no pueden ver los acontecimientos económicos, políticos y sociales que significan un despertar latinoamericano que quiérase o no camina a pasos agigantados hacia un modelo democrático participativo que rompe con el viejo esquema de la democracia representativa, validada por un sistema partidario en crisis.
Quienes miran este golpe de estado como una pugna no han podido vislumbrar que la dinámica social latinoamericano a tomado un rumbo que choca con los intereses de los grupos oligárquicos y del capital transnacional. Este fenómeno tiene que ver con el agotamiento de un modelo que nos ha dejado un cuadro de injusticia social continental y ha provocado una crisis de los mecanismos de dominación como los partidos que se han deteriorado desde adentro como un efecto perverso degenerativo de una democracia representativa que los convirtió en los portadores de los intereses ajenos a la nación, agrediendo sistemáticamente nuestra vocación democrática.
Ante el agotamiento de los mecanismos de control y el impacto negativo en nuestra cultura política han surgido nuevas propuestas políticas que orgánicamente van tomando fuerza en el continente que exigen beligerantemente su participación para llenar las aspiraciones colectivas insatisfechas. El resultado es el anuncio de un nuevo pensamiento que se perfila en nuestro continente mestizo, que nunca ha agredido al pueblo de Estados Unidos, cuyo gobierno si nos ha agredido sistemáticamente.
De ahí que no podemos mirar la intervención norteamericana en Honduras como un hecho aislado del contexto latinoamericano. El asunto tiene que ver con la gestación de un novedoso proceso de integración latinoamericana desligado de la potencia hegemónica, e impulsar políticas de desarrollo con soberanía económica e independencia política y social de los pueblos y gobiernos, donde la injerencia externa no tiene cabida.
Este proceso es la Alianza Bolivariana para América ALBA que ya no obedece a los intereses de Estados Unidos, sino al interés de reconstruir la unidad de los países que constituimos una unidad cultural desde el río Bravo hasta la Patagonia. Otro asunto que debemos recordarles a los analistas reduccionistas, es el cambio radical operado por la Organización de Estados Americanos, que en esta oportunidad ha tenido una postura positiva en defensa de la legitimidad del Estado de derecho que fue violentado por un golpe, que pone en precario la democracia latinoamericana.
Nadie puede dudar, a estas alturas, que los guerreristas del Norte han articulado un plan para recuperar los espacios perdidos en un continente, donde ellos impusieron su dominio desde el principio de la tercera década del siglo XIX y colocado sus capitales excedentarios y explotando sus recursos naturales a través de sus consorcios petroleros, bananeros, madereros, etc.
Ahora sabemos que el golpe no fue planeado para parar las pretensiones de continuismo del presidente Zelaya como dicen los ejecutores del golpe, ni por una simple encuesta de opinión ni una “cuarta urna”; el congreso, la corte y la fiscalía, la desobediencia militar y policial, la orden de captura solo fueron mecanismos utilizados para cumplir parte del plan que conspira contra el ALBA con el fin de parar los cambios redentores de nuestros pueblo.