El fallido intento de ingresar al país al anochecer y en un avión de mediano porte, frustrado por las autoridades con la más elemental maniobra de obstaculización de una pista aérea, evidenció la intransigencia de los golpistas y, aunque podía haber radicalizado las posiciones, Zelaya parece haber tenido otros efectos y dio a Estados Unidos la oportunidad para convocar a Washington al presidente depuesto, que sin imponer condiciones ni contar con una agenda clara, accedió a una mediación avalada por los norteamericanos y protagonizada por el presidente Arias.
No se requiere excesiva sagacidad para intuir que los golpistas no cederán ni concederán a Arias lo que no han otorgado a todas las organizaciones regionales, incluyendo la OEA, la Unión Europea, Estados Unidos y decenas de personalidades que han exigido la reposición del presidente en su cargo.
Mientras el legítimo mandatario acude a San José para presentar a Arias argumentos que el mediador tico conoce de sobra y con los cuales, al menos verbalmente se había identificado, iniciando un bregar que puede llevarlo de una a otra capital latinoamericana donde encontrará algunos oídos receptivos y medios de prensa cada vez más hostiles, el usurpador aprovecha las ventajas de quien actúa sobre el terreno, amplía su base de apoyo en la oligarquía, el empresariado y las capas medias, logra una precaria consolidación y mediante la represión y la intimidación económica, desgasta al movimiento popular y gana tiempo.
Tiempo es lo que necesitan los golpistas y es lo que más escasea a Zelaya y a sus partidarios que ahora no son los elementos del Partido Liberal, sino las bases del movimiento popular y los sectores políticamente más avanzados que, de cara a las elecciones de fin de año, necesitan seleccionar candidatos locales y departamentales, definir programas y esclarecer su opción para la presidencia.
Tal vez en la conversación con la Clinton, reforzada por las reiteradas afirmaciones del presidente estadounidense respecto a la improcedencia del golpe militar y la legitimidad del mandato de Zelaya, obtenido democráticamente en las urnas, el mandatario hondureño haya extraído la errónea conclusión de que esas opiniones significan un compromiso de apoyar al pie de la letra y con acciones prácticas sus demandas.
Es cierto que probablemente baste con una llamada telefónica de Barack Obama, incluso puede que sea suficiente con una movida de Hillary Clinton, para que Micheletti, los militares que lo sostienen y los empresarios que lo apoyan, depongan las objeciones al regreso del legítimo presidente. La pregunta es: ¿Por qué habría Obama de hacer semejante gestión?
El presidente norteamericano, por más avanzado que sea no hará ahora y tal vez no lo haga nunca, nada que favorezca los desplazamientos de la política latinoamericana a la izquierda, no contribuirá conscientemente a reforzar las posiciones de los países políticamente más avanzados y es una quimera pensar que pudiera alinearse con las posiciones más radicales.
Si bien el perfil político de la actual administración, menos reaccionaria, violenta y menos guerrerista que Bush y presuntamente menos ideológica, puede crear algunas premisas que, sabiamente aprovechadas, amplíen algunos márgenes de maniobra de los movimiento políticos progresistas e incluso revolucionarios, ello no significa que se pueda contar con Obama como un aliado o compañero de viaje de las causas populares. La política norteamericana tratará de no desmentir al presidente, lo que no significa apoyar a Zelaya, aunque tampoco consagrar a Micheletti.
Tal vez nos espera un proceso no tan dilatado como los de Contadora y Esquipulas, debido a que las elecciones convocadas para fin de año marchan a un límite que puede ser adelantado pero no prolongado, en el cual el presidente Arias, bien respaldado por Estados Unidos, hará nuevos meritos como mediador y tal vez logre una fórmula que salve la cara de una democracia buena para las elites de uno u otro lado, aunque estéril para las masas.
_ (*Especial para ARGENPRESS.info)_