El libre comercio se puede definir como la venta de bienes y servicios entre países, sin impuestos (aranceles) o cualquier otra barrera que impida, dificulte o distorsione los precios a los que se intercambian los productos.
La premisa básica del libre comercio es que el mayor flujo de mercancías y servicios contribuyen a incrementar el crecimiento económico y el bienestar de la población. Hasta el momento no existe evidencia contundente de que eso sea cierto. Las investigaciones realizadas, dependiendo de la metodología, el periodo considerado y las diferencias entre los países seleccionados muestran resultados contradictorios, especialmente en cuanto a los efectos distributivos.
En todo caso, el libre comercio se ha convertido en uno de los temas más polémicos de los últimos años, asociado directamente con la apertura de las economías, la globalización y los acuerdos comerciales.
El proteccionismo, que constituye la antítesis del libre comercio, es considerado como uno de los grandes errores del pasado, y cualquier insinuación para establecer medidas que protejan a los productores nacionales frente a prácticas desleales, barreras no arancelarias y subsidios de otros países son calificadas como anacrónicas y perjudiciales. Se olvida que la naciones que ahora son desarrolladas aplicaron políticas proteccionistas y todavía lo hacen.
Esta promoción del libre comercio, más como ideología que como argumento concreto de una estrategia de desarrollo que pondere los beneficios y los costos de la apertura, que tome en cuenta la historia y la experiencia de otros países, que valore las condiciones de nuestra estructura productiva y que considere el impacto sobre los distintos sectores sociales, se ha venido imponiendo principalmente por la influencia de las grandes corporaciones que quieren eliminar impedimentos y obtener ventajas para apropiarse de los mercados locales.
Uno de los principales instrumentos para concretar la ideología del libre comercio han sido los tratados, que se adjudican ese nombre, aunque en verdad no son auténticos instrumentos para lograr el ideal del libre comercio, sino artilugios de comercio administrado donde se imponen condiciones que redundan en beneficio de las transnacionales y de reducidos pero poderosos grupos económicos nacionales que se convierten en sus aliados a cambio de una rebanada del pastel.
A pesar de lo señalado, respeto a quienes de manera honesta promueven el libre comercio y lo afirman como utopía deseable. Su defensa, sustentada en el derecho fundamental de toda persona a intercambiar libremente su propiedad con nacionales y extranjeros, es parte de una rica vertiente filosófica liberal.
Sin embargo, no tengo ningún respeto por aquellos que han acogido la ideología del libre comercio por conveniencia. Los he visto en la discusión del TLC con los Estados Unidos. Los sigo viendo detrás de organizaciones que movilizan mucho dinero en forma anónima para atacar a quienes presentan reparos a barbaridades asociadas con las leyes y reglamentos de implementación del CAFTA.
Pero ahora, cuando el Gobierno anuncia que Costa Rica negociará un TLC con China, con el mismo “dream team” de los anteriores, muchas de esas mismas personas levantan su voz para oponerse, porque consideran que les perjudicará. Posiblemente tienen razón, pero han quedado en evidencia. Su ideología no es la del libre comercio sino la de su propia conveniencia.
Reafirmamos lo que ya sabíamos.
02/12/2008