Gracias a las convicciones democráticas del Diario Extra, en el campo del respeto a la Libre Expresión, ANEP publica, semanalmente, en días miércoles, esta columna.
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En psiquiatría, el autismo es un síntoma esquizofrénico que consiste en referir a la propia persona todo cuanto acontece a su alrededor. Adoptémoslo para la política y podremos entender de qué estamos hablando.
Los problemas del país en diversos órdenes se agigantan: la criminalidad está desbordada, la sensación de inseguridad de la ciudadanía honesta crece todos los días; la desigualdad y la concentración de la riqueza siguen en carrera desenfrenada hacia la división total de la sociedad en dos grandes bloques: los que tienen (cada vez menos) y los que no tenemos (cada vez más). La crisis alimentaria enseña ya sus nefastos tentáculos y el agua pasa a primer orden en la lucha por la vida. Los precios de los combustibles y su escandalosa carga tributaria amenazan con dislocar toda nuestra frágil economía.
La comida está cada vez más cara. Crece a una velocidad que duplica la del crecimiento de la inflación. Las familias asalariadas de ingresos bajos y medios, viven un durísimo período de angustia económica. El sector informal de la economía, cada vez más numeroso, nos indica que la brecha de la concentración del ingreso está transformando nuestro perfil de sociedad de capas medias que una vez fuimos.
Don Oscar sigue creyendo que es el líder de toda Costa Rica. Don Oscar sigue creyendo que su mandato fue producto de una holgada victoria electoral, cuando su ascenso a la presidencia estuvo marcado por el proceso electoral más cuestionado desde las elecciones de 1948. Don Oscar sigue creyendo que basta con controlar el parlamento y la farándula diputadil que acude a sus fiestas; don Oscar sigue creyendo que teniendo de su lado al tribunal “sobrado” de elecciones (TSE), tendrá garantizada su legitimidad. Don Oscar cree que con la prosternación ante él de la mayoría de los jueces constitucionales, como lo estamos viendo día con día, su presidencia imperial está más que garantizada. Su elección fue “controversial” y su “triunfo” en el “frauderéndum” sobre el TLC, fue empleando juego sucio. Entonces, ¿de qué legitimidad se puede jactar?…
Lejos de entender, con humildad, que existe otra Costa Rica, don Oscar sigue confiado de que el periodismo de la iglesia llorentina le guardará lealtad hasta el final de su mandato. Por el contrario, el principal periódico de la oligarquía neoliberal, ese que le apoyó, ardorosamente, desde un inicio, ha decidido abandonarlo. Negocios son negocios y “La Infame” ya se dio cuenta de que el color de prensa oficialista le ha costado bastante en credibilidad y en suscripciones. Por eso ha empezado ya a distanciarse del gobierno arista, intentando vanamente, recuperar un posicionamiento de prensa objetiva, cuando todo el país sabe cómo jugó en el frauderéndum sobre el TLC y a qué intereses responde.
Los anales de la historia nacional solamente habrán de registrar que Oscar Arias Sánchez ocupó dos veces la Presidencia. Pudiendo haber ocupado el honor invaluable de estadista, no tuvo la capacidad de rearticular una nación dividida y polarizada, aunque sí pudo representar con sobrada eficiencia, los intereses de esa “nación” que ya ha decidido abandonarle, luego de que le hiciera a ella la ansiada tarea estratégica de ponerle en bandeja los suculentos negocios de los servicios públicos de telecomunicaciones y de energía y de los seguros comerciales del Estado.
En la segunda parte de su actual mandato, el Presidente Arias, nos ha vaticinado la llegada del período de las “vacas flacas”. Los obreros de la zona franca de Cartago, a los que él le prometió vehículos BMW y Mercedes Benz, seguirán viajando a pie, en bus o en Hyundai (los que tengan mejor suerte). Las “vacas flacas” son para el pueblo que él polarizó, que él dividió. Parece que don Oscar terminará su período en medio de grandes confrontaciones. En los movimientos sociales no hemos dejado de trabajar ni un minuto preparándonos para lo que viene. En las actuales circunstancias, el país ocupa de un gran acuerdo histórico. Pero para eso se ocupa de un estadista. Tan sólo tenemos un presidente cuyo autismo político le impide tener esa visión.