La noche del 8 de noviembre un Palacio de los Deportes lleno de sabineros hasta el copete gritó para calentar las cuerdas vocales antes del concierto: ¡No, no al TLC! y ¡Fuera, fuera hp…!, furibundas exclamaciones que tuvieron como blanco al más alto representante de Costa Rica como lo llamó Joaquín Sabina, el presidente Oscar Arias.
Minutos antes de las 8:10 p.m. un sector de la audiencia ubicado en la gradería oeste del gimnasio herediano, descubrió al presidente sentado en la primera fila de la gradería central, rodeado de solícitas damitas que pululaban en derredor suyo con la esperanza de obtener desde una fotografía hasta quizás un crédito de vivienda.
Los gritos se detuvieron con la entrada del juglar español y su talentoso séquito babélico. Quienes aún no habían advertido la presencia de Arias en el lugar, estallaron también en gritos condenatorios al ofrecer Sabina un austero saludo al presidente. No fue más que un hola y un adiós, puesto que el público interrumpió al cantante para seguir con las consignas contra el TLC.
Una buena cantidad de personas localizadas en el área general (cerca del escenario) y poco más de la mitad de la gente de las graderías este y oeste se ensañó a voz en cuello, o a patria en pecho, contra el Tratado de Libre Comercio y sus secuaces, tal como el que osaba presenciar el concierto del carabinero lírico.
Sabina comenzó entonces una especie de retahíla, enlazando nombres geográficos y características “morales” de algunos países. Costa Rica fue “conventillo de Chavela”… Ahí acabó todo el griterío contra Arias y su TLC, cuando la gente quizás recordó que en este paisecito las cosas no han cambiado tanto, a excepción del nobel fraile superior del conventillo de beatos y fugitivos.
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