Nadie pone en duda de que el asunto de la seguridad ciudadana ocupa un lugar sumamente importante en el conjunto de nuestras preocupaciones cotidianas. Además, sabemos del gran dolor que embarga a muchas familias costarricenses las cuales, de un modo u otro, han sufrido por la afectación de algún ser querido que fue víctima de la acción criminal.
Por otra parte, nuestro sentimiento de indefensión en tal marco de cosas, se acrecienta por el gran bombardeo mediático diario acerca de las noticias que dan cuenta de toda clase de delitos, tanto los cometidos por la delincuencia común, por aquellos que son producto del crimen organizado, y éste cada vez con mayor impacto en nuestra sociedad.
Sin embargo, pese a la gravedad del problema de la delincuencia y de la inseguridad, nosotros no creemos que sea éste el problema número uno que aqueja a la sociedad costarricense de hoy en día. La velocidad con que se concentra la riqueza en nuestro país, en estos momentos y, por ende, el crecimiento acelerado de la desigualdad, constituyen la dificultad primerísima que nos aqueja; y, por tercera vez en este espacio, citamos un dato de una fuente altamente especializada y libre de toda sospecha ante los actuales dueños del poder político y económico en Costa Rica: Un 16 % de la población (los más ricos), acaparan el 80 % del ingreso nacional.
Esta enorme desigualdad y esta abusiva concentración de la riqueza, explica, en gran parte, el crecimiento de la criminalidad y de la inseguridad que vivimos. La circunstancia de que unos pocos tengan tantísimo y de que muchísimos tengan tan poco, es un gigantesco factor desestabilizante de la tan llevada y traída gobernabilidad que tanto preocupa a los de arriba; mientras que para los de abajo que ya no tienen nada, delinquir se vuelve sinónimo de sobrevivencia.
Por ello resulta llamativo que uno de los organismos internacionales de crédito, con más responsabilidad en el desarrollo de la crisis financiera internacional, el Fondo Monetario Internacional (FMI), venga ahora a decirnos que en Costa Rica ocupamos una reforma tributaria. ¡Por favor!
Esta es una verdad más grande que la catedral. Todos sabemos, por ejemplo, que la clase dueña del poder político y económico, por ejemplo, se atiborra de plata controlando la institucionalidad pública que le permite acrecentar su patrimonio particular, a través de los negocios privados que se hacen con ropaje legal, intermediando un descarado tráfico de influencias.
El sistema tributario costarricense es profundamente regresivo. Esto es que, proporcionalmente hablando, pagan más impuestos los que menos tienen; y, por el contrario, los que más tienen evaden sus obligaciones tributarias escandalosamente o las reducen al mínimo, pagando sumas ridículas.
¡Qué bonito! Ahora el FMI dice que se ocupa una reforma tributaria equivalente a unos dos puntos del Producto Interno Bruto (PIB); es decir, unos 370 mil millones de colones. ¡Qué va! Esa reforma tributaria debe ser de, al menos 3 ó 4 puntos del PIB, si en verdad queremos, por ejemplo, atacar de manera estructural el problema delincuencial, ampliando profundamente las oportunidades en los sectores sociales más desposeídos; y si en verdad quisiéramos relanzar el papel de la clase media como soporte estratégico de la democracia y de la gobernabilidad.
Don Oscar Arias habló de ello en su campaña presidencial y ahora, al acercarse el fin de su mandato, vemos que mintió al respecto. Nada pasó. En las cercanías de una nueva campaña para las elecciones del 2010, será sumamente provechoso que este tema, la reforma tributaria con equidad y con avances sustanciales hacia la progresividad, fuese de obligado debate.
Pero, ¡cajita blanca para quien esto escribe! No vemos en las personas aspirantes a la Presidencia de la República, a ninguna que se atreva a hablar de este tema de forma completamente abierta, sin pelos en la lengua y poniéndole el cascabel al gato. ¡Qué va!… Si ese gran poder político y económico que se ha hecho rico por la gran debilidad del sistema tributario costarricense, apadrina tales candidaturas. Ojalá nos equivoquemos y se acate la orden del FMI: aprobar una reforma tributaria de, al menos, un 2 del PIB. En este marco de situación no nos queda más que decir que_ “apoyamos”_ al FMI. ¡Qué paradoja!