Identifiquemos las cuatro semillas de nuestra identidad política moderna: el impacto de las reformas borbónicas en América española (1760-1788); la independencia de Estados Unidos (1776); la revolución francesa (1789); la lucha antiesclavista y anticolonial de Haití (1791-1804). Y a riesgo de ser esquemáticos, fijemos los cinco periodos que zarandearon el proceso emancipador de nuestros pueblos:
1790-1830. Los hijos rebeldes de las elites criollas se adhieren a las ideas de la Ilustración y a los ideales de la Constitución estadunidense. Cuando Napoleón invade España (1808), los criollos forman “juntas emancipadoras” (1809-10). Hidalgo, Bolívar y Artigas serán sus líderes más esclarecidos. La guerra no tarda en llegar. Con excepción de Cuba y Puerto Rico, España pierde sus posesiones en América (batalla de Ayacucho, 1824). México y Buenos Aires se desentienden de la independencia. Las oligarquías más tenaces y racistas se hacen fuertes en Colombia, Venezuela y Perú.
1830-1870. Luchas entre liberales y conservadores. Washington piensa la doctrina Monroe (1823) contra la Santa Alianza europea, pero la dirige contra México, que pierde la mitad de sus territorios (1848). En el decenio de 1860 (sacando partido de la guerra civil de Estados Unidos), Francia interviene en México. En tanto, Inglaterra financia la guerra que reduce a cenizas el recio nacionalismo de Paraguay (guerra de la Triple Alianza: Argentina, Brasil, Uruguay, 1865-70).
1870-1910. Los liberales sueñan con ser “progresistas”. No obstante, su “racismo científico” los condena a ser meros gerentes del capital extranjero. En Chile, Londres estimula el expansionismo oligárquico-militar: Bolivia queda sin mar (Guerra del Pacífico 1879-84).
En Ecuador, el liberal Eloy Alfaro emprende una revolución laica y anticlerical (1895). Más al sur, las grandes migraciones europeas modifican el mapa demográfico subregional. Estados Unidos ocupa Puerto Rico, interviene en la guerra independentista de Cuba contra España, apoya la “independencia” de Panamá y ocupa la estratégica zona del canal interoceánico. A inicios del nuevo siglo, las cañoneras del imperio imponen su voluntad en las naciones de la cuenca caribeña.
1910-1950. En coincidencia con el primer centenario de la independencia, México estremece al mundo y a los pueblos de América con una revolución de amplios alcances políticos y sociales. Sus ideas llevan sello liberal, pero sus acciones son revolucionarias porque surgen del llano y responden a paradigmas desconocidos por la “cultura universal”.
Inquietos por el “México bronco”, los yanquis aprietan las tuercas de la dominación en América Central y el Caribe. No obstante, en Nicaragua muerden el polvo de la derrota a manos de Augusto C. Sandino. De filiación liberal, Sandino será la primera expresión concreta de lucha nacional, popular y antimperialista.
Simultáneamente, el impacto de la crisis capitalista mundial (1929) desconcierta a las oligarquías feudales y a las burguesías gerenciales del capital extranjero. Pero también a otros sectores que, inspirados en la revolución rusa (1917), creen en la “universalidad” de las burguesías y los proletariados. En México, Argentina y Brasil, otras corrientes se plantean si es posible defender la soberanía y la justicia social, sin desarrollar la industria nacional.
1950-1990. Con mayor y menor intensidad, América Latina ensaya distintas experiencias de industrialización. Los tecnócratas imponen nuevos eufemismos: desarrollo y crecimiento. Pero el crecimiento se hará a expensas del desarrollo social. Golpes militares proyanquis, luchas políticas interoligárquicas, centrifugaciones ideológicas burguesas. Cuba proclama el carácter socialista de su revolución (1959-61). Grandes movilizaciones obreras, insurgencias populares armadas. Triunfo de la Unidad Popular en Chile (1970).
Violento freno a la industrialización. Terrorismo de Estado. “Estabilización macroeconómica”, “ajustes estructurales”, crisis del petróleo y recomposición de la economía mundial, vía revolución tecnológica. La deuda se dispara. América Latina, exportadora de capitales. El Estado: obra de demolición del sector público. Economía mundial de mano de obra barata, aparición del sector “informal”, hiperinflación y aparición del narcotráfico. La pobreza como sistema: el “neoliberalismo” desmantela los avances relativos en salud, empleo, alimentación, educación y vivienda.
En el decenio de 1990 el llamado Consenso de Washington ordena: el mercado –y no la política– tomará las decisiones. Crecimiento hacia afuera, volatilización del dinero, privatizaciones, desagrarización, corrupción institucional. No pocos sectores de izquierda se tragan el cuento: fin de la historia y de las ideologías. Dictadura mediática, inseguridad y criminalización de la lucha social.
Fuente: La Jornada, México.