Los cincuenta años de ANEP

La historia es una proposición imposible, porque los humanos somos muy deshonestos (la historia la escribe el vencedor), y porque aún en un mismo acontecimiento los testigos difieren mucho; yo por ejemplo no podría estar de acuerdo en que la huelga de brazos caídos fue una acción de la oligarquía, porque yo estuve allí y fuimos como reacción contra la institucionalización del fraude electoral; cosa que todavía no hemos superado. Pero la historia es necesaria, y se hace lo posible por escribirla responsablemente. Don Mauricio encabeza los episodios de la suya con fotografías y caricaturas de la época, y las escogió muy bien. La de la época actual, con una foto de don Oscar Arias en calzoneta, con unos ridículos zapatos deportivos, una camiseta de Harvard, el gesto aguevado, y ese porte desmadejado que en el campo llamamos “carretón”.
Vi una película cubana en que la historia reciente de la isla se identifica con las canciones que todos los viejos conocemos: un recurso dramático muy ingenioso.

Yo pienso que es necesario escribir y divulgar una historia de todo el movimiento sindical en el mundo para rebatir esa impresión que dejó Milton Friedman hace mas de 20 años, como de un movimiento innecesario, porque los empresarios habrían dado graciosamente a los trabajadores todas las garantías sociales sin tanta lucha. Esa historia alterna sería una parte fundamental del discurso de que ahora carecemos, frente al montaje neoliberal.

Tienen las relaciones obrero-patronales la naturaleza de una interacción simbiótica negativa en que las partes son por fuerza mutuamente beneficiosas, como la que existe entre los lobos y los venados, y fueron los sindicalistas los que más beneficiaron a los patronos obteniendo por la fuerza la distribución de la riqueza producida que creó la sociedad de consumo.

Lo que la historia debe enfatizar es que no se sabe de un solo caso en que se haya otorgado a alguien algo voluntariamente; siempre hay que sacarlo por fuerza; una acción abundante en el récord sindical. Y hay que aceptar que la simbiosis ha sido mutualista: los patronos empezaron a hablar del goteo solo después de que las reivindicaciones laborales crearon la clase consumidora en que ellos no habían pensado. La pugna es pues beneficiosa, y aunque los empresarios americanos están muy contentos de haberse deshecho al fin de los sindicatos enviando las manufacturas a la China, eso mismo hace inevitable que el sindicalismo aparezca entre los chinos; amén de que están fortaleciendo a un rival formidable, que juega su mismo juego insostenible.

La sociedad tiene una enorme deuda con los obreros ingleses cuyas reclamaciones estaban prohibidas por la ley cuando no tenían el voto; y con los obreros americanos de Rockefeller, víctimas de las policías antihuelgas privadas de los Baldwin-Felts, los Pinkerton y los Minutemen; y con los que defendió Darrow, porque aquello era una guerra a muerte. Truman, que persiguió tanto a los industriales aprovechados que se enriquecieron con la guerra, metió preso después del conflicto a John L. Lewis (el de las cejas enormes), porque los mineros del carbón se fueron a la huelga buscando las alzas salariales que los patronos, enriquecidos por la guerra, no les querían dar. Y, pienso yo, tenemos deuda con las luchas de Jimmy Hoffa, (The Enemy Within, de Bobby Kennedy) a quien los “ilegitimi” terminaron, no desgastando, sino moliendo en un molino de martillos; pues sus relaciones con la mafia, en cambio impune, fueron dictadas por la persecución sindical: su divisa latinaja era ilegitimi non carborundum.

Pero hay que reconocer también la contribución de personas como Mckenzie King y Ivy Lee, quienes hicieron ver a Rockefeller la necesidad de reconocer al movimiento sindical, pues John D. creía que el empleo era una caridad para los trabajadores.

Como hay que reconocer que aquellas reivindicaciones laborales fueron perjudiciales para nosotros los del Sur, puesto que deterioraron los términos de intercambio: más fanegas de café por un tractor. Y como hay que reconocer el enorme daño que la “economía social de mercado” de China ha hecho al sindicalismo, y especialmente en los Estados Unidos, cuyos empresarios trasladaron a una China sin sindicatos las manufacturas, agravando los efectos negativos de la globalización, y seguro, creo yo, haciendo inevitable que el sindicalismo aparezca en China, y que se refuerce en el resto del mundo, cuando se entienda que es indispensable. Pues no es razonable pensar que sea sostenible la co-optación laboral.

Debo confesar que yo vi al solidarismo como una evolución razonable del mutualismo obrero-patronal, hasta que presencié su total sujeción al discurso neoliberal en el TLC, donde demostraron que solo son un instrumento patronal. Y hay que observar que la flexibilidad laboral es sospechosa, pues si el trabajo estuviera en el mercado donde el neoliberalismo quiere poner el de los obreros, todavía regiría the iron law of wages. Y si nadie habla de poner allí el de las profesiones cuyos colegios también son gremios laborales, eso es porque quienes hacen las leyes y las reformas son profesionales.

Sabía yo suficiente de la historia del sindicalismo para desechar la opinión de Friedman y ver que se podía hacer mejor el caso contrario: ninguna reivindicación se hubiera logrado sin la lucha sindical. Y esa es la historia que se debería escribir para disipar los cargos calumniosos que identifican mal a los sindicalistas.

Las demandas de los trabajadores son tan viejas como la revolución industrial, y aun antes, cuando se organizaron en corporaciones (guilds), pero seguro es cierto que en el movimiento sindical influyó decididamente el partido comunista (en todo caso el marxismo), como tienen que haber influido antes los social demócratas; aunque creo yo que de rebote, pues fue el miedo de los países capitalistas al comunismo después de la guerra, lo que los volvió tolerantes. Y el comunismo de aquella época no era más amigable con los trabajadores que el Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores en Alemania.

Excepto por mi afiliación a UPANACIONAL yo nunca fui sindicalista. Y UPA era un sindicato atípico, porque nosotros éramos los dueños de nuestros medios de producción. De hecho, teníamos una pugna con los sindicatos laborales por el exceso de trámites innecesarios que se nos imponían; algunos en colaboración con las transnacionales, como el registro de agroquímicos; a cuyo endurecimiento (ADPIC PLUS) también contribuyeron mucho los ambientalistas. Y otra por la idea de que, mientras se puede ganar dinero en todas las demás actividades, no se puede en la producción de alimentos porque estos tienen que ser baratos para la canasta básica; una aberración paradójica que perjudica la producción y la encarece. Me agrada decir que don Mauricio Castro es la única persona que ha comprendido el valor estratégico del argumento que Timmer llama “a la seguridad alimentaria por medio de crecimiento económico”.

Pero tengo que reclamar en mi favor que como miembro del Comité Ejecutivo de UPA, cuando se exacerbó el neoliberalismo con su peculiar concepción del libre mercado, comprendí que nuestra lucha era igual a la de los sindicatos laborales, y propuse y defendí una alianza que se logró, y que seguro nos fortalecerá, porque esto tiene que cambiar para dar lugar a un trato mas balanceado: uno que fortalezca la simbiosis natural que tenemos, aunque no lo entiendan los empresarios; como no lo entendieron nunca. O aunque no lo entiendan algunos sindicalistas, pues también hay fallas.

El sindicalismo tendrá que ordenar su propia casa, eliminando la búsqueda de privilegios y barriendo la atomización. A lo que ayudarían lo mismos patronos, si comprendieran que un contrapeso simbiótico es indispensable para la salud común, y dejaran de dividir.

Mucho del movimiento está cooptado y algunos dirigentes colaboran cómodamente con los patronos, como el de un sindicato de la salud, que basándose en una leguleyada le dio la razón al director que había cometido contra mi esposa una arbitrariedad que en cambio reconoció de inmediato la Defensoría de los Habitantes. Cuando todo el personal de ese laboratorio sufre sin defensa la persecución impune de un jefe, uno se pregunta con razón para qué les sirve un sindicato que se acomoda.

Tal vez la falla es que aunque las luchas son colectivas, los problemas son a menudo individuales, y para esos no hay atención. Las dificultades de las personas afiliadas, ante los abusos patronales, no provocan la reacción del sindicato, ni logran su intervención porque este está concentrado en el interés colectivo. Pero en defender las personas es donde está la valentía; además de la lealtad que eso le generaría al sindicato, pues en última instancia solo estamos las personas.
No hay ninguna razón válida para que los trabajadores de una misma institución estén fraccionados en varios sindicatillos mutuamente hostiles, llegando el protagonismo al extremo de dividirlos aún más porque lo dirigentes quieren ser secretarios generales. Algunos mal llamados sindicatos agrarios hasta tienen su oficina en el MAG, desde donde por una platilla ayudan al gobierno en contra de los sindicatos de verdad, y hemos sufrido una atomización debilitante por el afán de algunos dirigentes que querían ser secretarios generales.

La desunión y la desconfianza mutuas son evidentes. Cuando don Guido Vargas me pidió que lo acompañara a Casa Presidencial para manifestarle a don Abel la oposición sindical al TLC, habían allí por lo menos 30 dirigentes sindicales; todos con el mismo discurso, a pesar de que el portavoz era indudablemente don Albino. El presidente estuvo payaseando, pero Doña Lineth que lo cuidaba tiene que haber visto en aquello nuestra debilidad.

Claro que no está bien que un grupo obtenga privilegios, y está bien que los tribunales los eliminen. Pero a todos, porque este es el país de los contratos industriales, los CATs, las exoneraciones fiscales a la inversión extranjera, y las pensiones millonarias. Salomón pondría a las pensiones un límite de edad y de cantidad, para que no tuviéramos un montón de zánganos viviendo de la pensión de viejos privilegiados de 50 años, mientras otros mayores se mueren de hambre.

El sindicalismo tiene que participar en política electoral, pero no como agente permanente de ningún partido o ideología, pues ya sabemos que estos pueden eventualmente ser contrarios a los intereses de los trabajadores. Y nunca abandonando los problemas individuales de las personas por el requerimiento colectivo de la política.

Hay que prepararse para un renacimiento inevitable, y para una reforma.

10 de Julio 2008

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