Permítame por medio de estas líneas, distraer su distinguida atención para manifestar mi opinión personal al respecto.
No creo estar equivocado si considero que Dios ha llamado a Costa Rica para ser un modelo de libertad en el concierto de las naciones.
¿Lo estamos siendo? Debemos preguntarnos.
Pareciera nos hace falta, en las presentes circunstancias, una profunda dosis de reflexión con miras a cumplir esa altísima vocación, con la responsabilidad del caso.
El profeta Jeremías atribuye las desgracias del hombre sobre la tierra precisamente a la falta de reflexión. Es así como expresa las quejas de Dios: “Muchos pastores han desvastado mi viña, han pisoteado mi heredad, han convertido mi frondosa posesión en un árido desierto (…) Toda la tierra está horrorosamente desolada y a nadie le importa (…) Sembraron trigo y cosecharon espinas, se fatigaron trabajando sin provecho, quedaron confusos de su cosecha” Jer 12,10-13
Frente al referendo sobre el TLC nos encontramos ante una situación sumamente delicada: ¿la verdad es oficial u oficiosa?, ¿no estaremos verdaderamente en una trampa? La verdad no necesariamente la tiene la mayoría, sino quien se pone de parte de quienes promueven la justicia. Esta no se puede manipular… jamás debe ser distorsionada.
¿Qué necesidad habríamos tenido de este referendo si los pros y los contras del tratado se hubieran expuesto a la ciudadanía con toda franqueza y equidad en el uso de los medios? ¿Para qué, pues, tanta precipitación en la firma del mismo y las sumas cuantiosas de dinero que se han gastado en su propaganda con el fin de imponerlo a toda costa?
De lo que todos somos testigos, y debemos confesarlo en buena ley, es que sobre los intereses de la Patria, están prevaleciendo los de los poderosos, que tratan de imponerse pero hasta ahora no lo han logrado, con la celeridad deseada.
¿Cuál es, entonces, la ventaja del mencionado referendo? Ciertamente buscar la solución por la vía pacífica que ha sido siempre, para bendición nuestra, lo mejor.
¿Cuál debe ser, pues, nuestra actitud? La cristiana. Sólo así seremos verdaderos testigos, poniéndonos de parte de la verdad y de la justicia, como lo hizo el Señor. El desarrollo que no atiende al bienestar comunitario se traduce lamentablemente en fracaso, en rotunda opresión.
Se pide a nuestra Iglesia manifestarse neutral en esta contienda. Eso significaría, ni más ni menos, que desfigurarla totalmente: nuestra Iglesia debe estar siempre del lado de la verdad y de la justicia porque lucha por la paz y debe sembrar el amor. Por esta causa luchó y murió Jesucristo. Este fue, es y será siempre signo de contradicción. Causa de salvación para cuantos creemos en Él; desgracia para quienes le abandonan.
Efectivamente: no podemos ser neutrales. ¿Cómo serlo por ejemplo, ante un texto del Tratado como el siguiente?: “Ninguna disposición de este Capítulo se interpretará en el sentido de impedir que una Parte adopte medidas que sean necesarias para proteger la salud o la vida humana, animal y vegetal, siempre y cuando dichas medidas no se apliquen en forma que constituyan una restricción al comercio entre las Partes” Norma 9.14 del TLC. Dicen proteger la vida siempre y cuando no afectemos su comercio? No. No podemos ser neutrales.
No conocemos nada tan revolucionario como Jesús con su Evangelio y su Cruz. Se declaró siempre contra el poder corrupto, generador de injusticias. Por combatirlas derramó su sangre y entregó su vida. Lo quitaron del medio, cual piedra de tropiezo, pero el Padre del cielo, en cuyas manos se puso, lo exaltó y convirtió en piedra angular de su edificio: la Iglesia. Esta brotó con la sangre y el agua salidas del corazón redentor. Y así como Él, cual esposo fiel se entregó a ella, ésta debe dar siempre, con su ayuda, testimonio de fidelidad a su esposo.
Por estas y abundantes razones más, la Iglesia lejos de ser neutral estará siempre, inalterablemente del lado de la vida y no de la cultura de la muerte: el aborto, la esterilización, la violencia, las guerras de todos los tiempos. La Iglesia estará siempre en contra de cualquier tipo de injusticia, atropello contra la humanidad.
El amor es la ley del Señor y a Él nos invita a todos, sin distingo de raza ni nación. Por tanto, Cristo es ese gran revolucionario que no esgrimió más espada que el Evangelio. Él no derramó una sola gota de sangre de quienes lo persiguieron, pero sí vertió la suya propia por cuantos con nuestro pecado, deliberadamente, nos hemos convertido en enemigos suyos. No hay enemigo peor que éste.
Definitivamente nos hace falta valentía. Nos dice San Pablo que hemos sido bautizados no en espíritu de cobardía sino de fortaleza. No debemos confundir la prudencia con la pusilamidad. Cristo prometió estar siempre del lado de la Iglesia y jamás le será dado defraudarla. No tengamos miedo.
Monseñor Ignacio Trejos Picado
Obispo Emérito de San Isidro de El General