Durante largos años, usted ha sido objeto de una intensa presentación pública por parte de los principales medios de comunicación nacionales. Su carrera como ingeniero y astronauta le ha dado una notoriedad pocas veces concedida a una persona de origen costarricense, que haya realizado actividades notables en el extranjero.
En nuestro tiempo, los viajeros del cosmos evocan, justamente, las más atrevidas aventuras de los grandes descubridores. Los astronautas o cosmonautas, como se le quiera llamar, son los modernos Americo Vespucio, Cristobal Colón, Fernando de Magallanes o David Livingstone, que recorrieron la tierra impulsados por sus sueños; son los nuevos Thor Heyerdahl, Jaques Cousteau o la familia Picard, que amaron y defendieron la riqueza de los mares y los cielos y la pusieron por entero al servicio de la humanidad.
Sin embargo, para desgracia del género humano todo en el mundo de hoy, comenzando por la ciencia y la técnica, puede convertirse en un gran negocio o en un instrumento de guerra. Los negocios no son malos “per se”, salvo cuando se anteponen a la solidaridad y al amor entre los hombres y los pueblos.
Las tecnologías que van desde los prodigiosos rincones de la ingeniería genética, de la genética humana o la escalofriante biología sintética, donde irrumpen esos ladrones de la vida encabezados por Craig Venter, hasta los cercanos espacios planetarios de nuestro pequeño sistema solar, donde incursionan activamente las nuevas tecnologías: biológicas, militares o energéticas, como audazmente lo hace usted en su instalación industrial de Guanacaste, deberían quedar sujetas a un código de ética donde la paz, el bienestar y la preservación de la vida, estuvieran en el primer lugar.
A pesar de sus naturales vinculaciones con las estructuras de poder de la primera potencia económica y militar del mundo, en varias oportunidades alabamos su prudencia y su espíritu de independencia. Un punto destacado de sus actividades en Costa Rica, fue su participación en la llamada Junta de Notables, a cuya integración llamó el expresidente Pacheco a fin de obtener un punto de vista calificado e independiente sobre el Tratado de Libre Comercio.
No voy a repetir aquí lo que usted expresó en ese importante documento que fue el informe de la Comisión. A cualquier costarricense sensato y honrado le quedaba claro que, de acuerdo con el pensamiento expresado allí, a usted le resultaba imposible aceptar la aprobación del Tratado.
Desgraciadamente, aunque usted haya insistido en que no participará como propagandista del Sí, su nombre y su trayectoria serán intensamente utilizados durante esta desigual campaña, en la que el pueblo costarricense se ve obligado a enfrentar un derroche incalculable de recursos publicitarios, de verdades a medias, de manipulaciones, de chantajes y de mentiras desembozadas.
Pienso que un acto elemental de honradez intelectual y de congruencia moral, lo obligaban a usted a insistir en la inconveniencia de la aprobación del TLC. Además, el pueblo de Costa Rica ha sido ampliamente generoso con usted, considerándolo como costarricense a pesar de que usted dejó de serlo por voluntad propia. En ese sentido, debo remitirme al llamado Juramento de Lealtad que, con la mano en el pecho y frente a la bandera de Estados Unidos, declaran solemnemente los que optan por la nacionalidad estadounidense, como es su caso. Dice el juramento que usted hizo:
“Por este medio, declaro bajo juramento, que renuncio absolutamente y por completo y abjuro de toda lealtad y fidelidad a cualquier príncipe, potentado, estado o soberanía extranjera, de quien o del cual haya sido sujeto o ciudadano antes de esto; que apoyaré y defenderé a la Constitución y las leyes de los Estados Unidos de América contra todo enemigo, extranjero y nacional; que profesaré fe y lealtad reales hacia el mismo; que portaré armas bajo la bandera de los Estados Unidos cuando lo exija la ley; que prestaré servicio como combatiente en las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos cuando lo exija la ley; que haré trabajo de importancia nacional bajo dirección civil cuando lo exija la ley; y que asumo esta obligación libremente, sin ninguna reserva mental ni intención de evasión; lo juro ante Dios”.
Evidentemente, no es mucho lo que se puede explicar cuando se pronuncia un juramento como ese, redactado por las autoridades estadounidenses de tal manera, que no dejan la menor sombra de duda, la menor fisura, sobre la manera de interpretar a quien le debe usted, el ciudadano Franklin Chang Díaz, lealtad y obediencia.
Yo puedo entender que ame usted a Costa Rica y que incluso se sienta comprometido con su bienestar y prosperidad. Pero los partidarios del sí, esos mismos que no tienen fe en la potencia creadora y la inteligencia de nuestro pueblo y que sólo conciben el futuro llevados de la mano por los magnates o los imperios de nuestro tiempo, le han tendido a usted una trampa; lo han puesto de espaldas a los intelectuales, los ambientalistas, los maestros, los científicos, los agricultores, los dirigentes espirituales y los jóvenes, cuya única ambición es la de servirle a la Patria y mantenerla para siempre, en nuestras propias manos.