EL EMPLEO ES EL CORAZON DE LA PAZ

Señor Cestmir Sajda, Presidente de la Conferencia;
Señor Juan Somavia, Director General;
Señores Vice Presidentes de la Mesa;
Señores Representantes del Sector de los Trabajadores;
Señores Representantes del Sector de los Empleadores;
Señores Representantes del Sector Gubernamental;
Señoras y señores,

Quisiera agradecer a Juan Somavia su atenta invitación para dirigirme a esta Conferencia Internacional de la Organización Mundial del Trabajo. Me complace particularmente que esta oportunidad se haya dado al inicio de
mi gestión, cuando por segunda vez tengo el honor y la responsabilidad de gobernar a la más antigua democracia de América Latina. Me satisface porque siento una gran afinidad y una gran sintonía con los valores y principios que la Organización Internacional del Trabajo promueve y porque creo firmemente que es en estos valores y principios donde residen las claves más profundas para hacer posible una convivencia humana civilizada.

Como ustedes saben, he dedicado una buena parte de mi vida a luchar por la paz, la reconciliación, el desarrollo humano, el diálogo respetuoso en democracia y la justicia social. Estos son los mismos valores fundamentales consagrados en la Constitución de esta organización desde su creación, valores por los que ustedes trabajan a diario y a cuya concreción la OIT ha contribuido y continúa contribuyendo de múltiples maneras. Por sus aportes en promover estos valores y por su compromiso permanente de hacer una diferencia en la vida de los trabajadores, esta organización también recibió el Premio Nobel de la Paz. Ello no es casual.

En efecto, existe una vinculación necesaria entre el empleo decente y la paz, entre el trabajo y la defensa de la dignidad humana. El derecho al trabajo es un derecho fundamental, y sin respeto a los derechos fundamentales la paz no es sino una quimera.

La OIT y Costa Rica comparten un credo común. Al defender el diálogo social, la paz y la democracia, esta casa alberga lo mejor de la experiencia histórica de mi país. Al aspirar a reducir la pobreza, eliminar la discriminación y la exclusión social, y promover el empleo y el trabajo decente para todos, esta casa da abrigo a los más caros sueños de mi pueblo. Por ello, por dar techo a lo mejor del pasado y a lo mejor del futuro de Costa Rica, esta casa la siento como la mía.

Nos convocan en este recinto retos grandes y urgentes. Nos convoca la preocupación de cómo avanzar hacia una globalización más justa, de cómo reaccionar ante los vertiginosos cambios tecnológicos y económicos que presenciamos. En ello, el director de esta organización y todos ustedes han hecho una labor encomiable. Porque la OIT se ha convertido en un referente inevitable en los temas sociales en un mundo globalizado.

Mediante la negociación de convenciones internacionales y de un nuevo enfoque que reconoce la centralidad del trabajo decente en las políticas económicas y sociales, la OIT está haciendo más que nadie para que la dimensión social de la globalización no sea relegada al olvido ni subordinada a los imperativos de la acumulación económica. Ese es un recordatorio fundamental, que el Gobierno de Costa Rica no sólo apoya enérgicamente a nivel discursivo sino también a través de acciones concretas.

El mejor apoyo que se le puede brindar a una organización como la OIT, es trabajar porque los lineamientos que emanen de ella sean puestos en práctica y respetados por cada ordenamiento nacional.
Una globalización más humana no se construye con palabras. Se construye con un compromiso ético constante y con el valor para tomar decisiones difíciles y abrazar causas frecuentemente controversiales. La humanidad ha llegado a una encrucijada y debe tomar decisiones cargadas de implicaciones morales.

Lo que no podemos hacer ni como ciudadanos, ni como formadores de opinión, ni como intelectuales, ni mucho menos como gobernantes, es evadir nuestras responsabilidades.

No podemos confiar ciegamente en que los inmensos cambios científicos y tecnológicos de nuestra era resolverán automáticamente los grandes dilemas de la especie humana: el de cómo preservar la vida en el planeta, cada vez más amenazada por la codicia y la falta de previsión; el de cómo hacer posible una convivencia civilizada entre los pueblos, cada vez más acosada por lo fundamentalismos políticos y religiosos y por el debilitamiento de la legalidad internacional; el de cómo realizar el precepto de que todos somos hijos de Dios e iguales ante sus ojos.

Este precepto es negado en la práctica por los crecientes niveles de desigualdad a escala global y por fenómenos de miseria que, a pesar de los progresos logrados, continúan siendo incompatibles con todo lo que decimos profesar.

Nada de esto se resolverá solo, porque está demostrado que ni el progreso económico ni el progreso científico conllevan necesariamente una elevación ética de la humanidad. El progreso ético no es inevitable. No se le espera como al paso de un cometa. Se requiere desearlo y construirlo con todas nuestras fuerzas.

Progresamos éticamente cuando ponemos al trabajo decente y a la defensa de la dignidad humana en el centro de nuestras políticas públicas. En la reciente Cumbre de los países de la Unión Europea, América Latina y el Caribe, el Secretario General de las Naciones Unidas Kofi Annan, pronunció un admirable discurso que enfatizó la preocupación esencial de la OIT, que es también la mía.

Dijo el Secretario General:
“Existe una urgente necesidad de dar prioridad al empleo en la toma de decisiones. En los debates tradicionales sobre políticas, se suele tratar la creación de empleos como una consecuencia inevitable del crecimiento económico. Y como resultado de ello, la formulación de políticas económicas se ha centrado más en controlar la inflación y aumentar la productividad, que en crear empleos. Sin embargo, existe evidencia contundente que el crecimiento por sí solo, aunque crucial, no siempre conlleva la creación de suficientes empleos.
Debemos reevaluar nuestro enfoque y ubicar la creación de empleo justo a la par del crecimiento económico en las políticas económicas y sociales, tanto a nivel nacional como internacional.
Por ejemplo, cada vez que se discuta la conveniencia de determinadas políticas macroeconómicas, debe existir una constante pregunta, un reflejo institucional, que plantee. ¿Qué puede hacer esta política por el empleo?”
.

La preocupación por hacer de la creación de empleo decente una meta global no basta. Es preciso traducir esa preocupación en estrategias efectivas en el plano concreto, nacional e internacional. Eso, como todos sabemos, no es fácil. Sin embargo, la experiencia reciente nos indica que existen algunas tareas estratégicas que son vitales para crear trabajo y para combatir el desempleo. Aquí les plantearé dos de ellas: invertir en educación y propiciar el libre comercio entre los países.

No existe peor obstáculo para la creación de empleos decentes que una educación deficiente. En América Latina, uno de cada tres jóvenes no asiste nunca a la escuela secundaria. Mientras tanto, en Africa Subsahariana una tercera parte de los niños ni siquiera llega a las aulas de la escuela primaria.

Eso es no sólo una ofensa a nuestros valores, sino un crudo testimonio de la falta de visión económica de algunas sociedades. Hoy, más que nunca, debemos entender que los fracasos en la educación de hoy, son los fracasos en la economía de mañana.

Combatir estos problemas es un desafío y una responsabilidad que le corresponde primordialmente al Estado. Como gobierno, debemos aspirar a tener profesores cada vez más capaces, más comprometidos y mejor remunerados, condiciones de las que depende la suerte de todo sistema educativo.

Debemos hacer la inversión que sea necesaria para mantener nuestra infraestructura educativa en una condición adecuada y abastecer nuestras escuelas con mejores recursos, en particular computadoras y redes de conectividad.

Debemos realizar grandes sacrificios para que nuestros estudiantes puedan aprender varios idiomas. Si nuestros países desean ser exitosos en un mundo dominado por la industria basada en el conocimiento, la destreza lingüística es una necesidad absoluta.

Además de todo lo anterior, es primordial asegurar la plena equidad de género en el acceso a la educación.

Como es ampliamente sabido, el acceso de las mujeres a la educación y los niveles de escolaridad de la población femenina se cuentan entre los más poderosos factores de predicción del desarrollo humano de cualquier sociedad.

Asegurar un acceso equitativo a la educación es solo parte de nuestra tarea. Tenemos también que asegurar que la educación en las aulas sea conducente a la plena emancipación de las mujeres y no a la reproducción de su rol subordinado. Y también tenemos que hacer posible la compleja traducción de la equidad educativa en equidad en el empleo, un paso que dista de ser automático.

Aún en mi país, donde las tasas de matrícula y escolaridad de las mujeres son, de hecho, superiores a las de los hombres, la población femenina continúa siendo discriminada en el salario y en sus condiciones de trabajo. Eso es inaceptable.

Solucionar las carencias de los sistemas educativos en los países en desarrollo casi siempre demanda más recursos. Pero sobre todo requiere voluntad política y claridad en las prioridades de la inversión pública.

Tengo muy claro, en especial, que la lucha por mejores empleos a través de una mejor educación está muy ligada a la lucha por la desmilitarización y el desarme.

Es vergonzoso que los gobiernos de algunas de las naciones más pobres continúen apertrechando sus tropas, adquiriendo tanques, aviones y armas para supuestamente proteger a una población que se consume en el hambre y la ignorancia.

Mi región del mundo no escapa a este fenómeno. En el año 2004, los países latinoamericanos gastaron un total de veintidós mil millones de dólares en armas y tropas, un monto que ha aumentado un 8% en términos reales a lo largo de la última década y que ha crecido alarmantemente en el último año.

América Latina ha iniciado una nueva carrera armamentista, pese a que nunca ha sido más democrática y a que prácticamente no ha visto conflictos militares entre países en el último siglo. Decir que no contamos con recursos para educar a nuestros niños es hacer lo de aquel hombre pobre que se quejaba del hambre mientras repartía su pan entre las aves.

Peor aún, es un alarmante signo de ceguera histórica. Porque si la historia de nuestra región ofrece alguna guía, entonces no podemos más que admitir que los recursos que América Latina ha dedicado al gasto militar en el mejor de los casos se han dilapidado, y en el peor, han terminado sirviendo para reprimir al pueblo que los pagó.

En esto, creo que los costarricenses tenemos derecho a sentirnos orgullosos. Desde 1948, por la visión de un hombre sabio, el ex – Presidente José Figueres, Costa Rica abolió el ejército, le declaró la paz al mundo y apostó por la vida. Los niños costarricenses no conocen un soldado ni un tanque de guerra; marchan a la escuela con libros bajo el brazo y no con rifles sobre el hombro.

Si existe un viejo refrán que señala que “cuando se abre una escuela, se cierra una cárcel”, en Costa Rica creemos que “cuando se cierra un cuartel, se abre una escuela”. Cada vez que un soldado se despoja de su casaca militar, permite que muchos niños puedan ponerse el uniforme escolar.

Ese es un camino que ni mi país ni yo estamos dispuestos a abandonar. No sólo eso: es una ruta que queremos que sea la de toda la humanidad. Por eso, hoy les propongo una idea. Les propongo que entre todos demos vida al Consenso de Costa Rica, mediante el cual se creen mecanismos para condonar deudas y apoyar con recursos financieros internacionales a los países en vías de desarrollo que inviertan cada vez más en educación, salud y vivienda para sus pueblos y cada vez menos en armas y soldados. Es hora de que la comunidad financiera internacional premie no sólo a quien gasta con orden, como hasta ahora, sino a quien gasta con ética.

Otro elemento fundamental en la solución del problema del empleo es el comercio internacional. Sé que este recinto alberga una amplia gama de opiniones sobre las mejores formas de alcanzar un intercambio global que sea intenso y, a la vez, justo. Personalmente considero que el libre comercio es la vía más adecuada para lograr este objetivo.

Estoy convencido de que constituye un camino, que, si se transita correctamente, conducirá a la creación de más y mejores empleos para nuestros ciudadanos.

Costa Rica es un país de cuatro millones y medio de habitantes, uno de los más pequeños del mundo. Para un país como el mío y, de hecho, para todos los países en vías de desarrollo, no existe otra opción que profundizar su integración con la economía mundial.

Sólo si abrimos nuestras economías seremos capaces de atraer los flujos de inversión directa que complementen nuestras tasas de ahorro interno crónicamente bajas. Sólo si nos abrimos podremos acceder a los beneficios de la tecnología más avanzada y a procesos de aprendizaje productivo que terminan por beneficiar a nuestros empresarios locales.

Sólo si nos abrimos podremos desarrollar sectores productivos dinámicos, capaces de competir a escala internacional. Pero, sobre todo, sólo si nos abrimos podremos crear empleos suficientes y de calidad para nuestra juventud. Porque está ampliamente demostrado, tanto en América Latina como en Costa Rica, que los empleos ligados a la inversión extranjera y a las actividades de exportación son, casi siempre, formales y mejor remunerados que el promedio.

En épocas de globalización la disyuntiva que enfrentan los países en vías de desarrollo es tan cruda como simple: si no son capaces de exportar cada vez más bienes y servicios, terminarán exportando cada vez más gente. Venturosamente, eso lo entendimos hace ya mucho tiempo en Costa Rica y, por ello, somos uno de los pocos países en América Latina que no obliga a sus jóvenes a buscar trabajo más allá de sus fronteras.
En Costa Rica, la apertura gradual de la economía y la mayor interacción comercial con el mundo han probado ser estrategias de desarrollo viables y positivas. Nuestro ingreso per cápita ha aumentado significativamente en los últimos veinte años, el desempleo ha permanecido en niveles bajos pese a absorber una carga migratoria considerable y nuestras exportaciones se han diversificado muchísimo.

Hace veinte años nuestros principales productos de exportación eran el café y el banano. Hoy, el turismo y la exportación de chips de computadoras representan varias veces el valor combinado de nuestras exportaciones tradicionales. Nuestra economía ha dejado de depender de los vaivenes caprichosos del mercado de dos productos y, por eso, no es casual que Costa Rica sea prácticamente el único país de América Latina que no ha sufrido una gran recesión económica en más de dos décadas.

Estemos claros: la apertura de la economía y la búsqueda del libre comercio han sido positivos para mi país, no perfectos. Tenemos en Costa Rica crecientes problemas de distribución de la riqueza y unos niveles de pobreza que siguen siendo inaceptablemente altos. Pero peores, mucho peores, serían nuestros problemas si nos empeñáramos en regresar al pasado.

Por más que algunos nostálgicos se nieguen a reconocerlo, la dura verdad es que los experimentos autárquicos que fueron por mucho tiempo la marca distintiva de América Latina y de buena parte del mundo en desarrollo, sólo sirvieron para generar sectores productivos protegidos e ineficientes, aparatos estatales hipertrofiados y corruptos, y una proliferación de grupos de presión en permanente búsqueda del favor de la burocracia.
Ese es un pasado al que no debemos volver.

Ahora bien, ¿qué significa el libre comercio para los derechos de los trabajadores? Algunos consideran que la reducción de barreras económicas conduce por fuerza a un debilitamiento de los estándares laborales, al hacer de países que brindan menor protección a sus trabajadores destinos atractivos para las inversiones.

Yo no estoy convencido de que este miedo esté justificado. Cada uno de nuestros gobiernos debe insistir en que los tratados de libre comercio respeten los derechos laborales e incluso consideren ese respeto como una condición indispensable para cualquier acuerdo.

Por ejemplo, todos los países suscriptores del Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Centroamérica y la República Dominicana, se comprometieron en ese instrumento a adoptar un conjunto de estándares laborales emitidos por la OIT. Se nos solicita reforzar esos estándares y acatarlos, pudiendo incurrir en responsabilidad internacional quien los irrespete. Este es un ejemplo de cómo el intercambio comercial puede implicar una incorporación de los países a una comunidad internacional que exige como cuota de ingreso el respeto a los principios y derechos fundamentales en el trabajo.

Para el Gobierno de Costa Rica no hay, ni puede haber, concesiones en la protección de los derechos de los trabajadores. Sé que algunos, irritados por decisiones tomadas con absoluta independencia por nuestros jueces –que afortunadamente disfrutan de un grado de autonomía desconocido en casi todo el mundo en desarrollo—, han tratado de crear la impresión de que en Costa Rica se impide el ejercicio de los derechos laborales y, en especial, el de las convenciones colectivas.

Esa es una imagen falsa, tendenciosa y totalmente inconsistente con nuestra larga tradición de defensa de los derechos humanos. Antes bien, deseo expresar aquí el compromiso de mi gobierno no sólo con la preservación y regulación del derecho de la convención colectiva, sino también con la aprobación de una reforma laboral que agilice los procesos judiciales para tutelar los derechos de los trabajadores.

Quiero que Costa Rica continúe siendo, ante todo, un país de derecho, en el que se respeten siempre las decisiones de los tribunales, pero en el que también éstos se encarguen de hacer realidad el principio de justicia pronta y cumplida para los trabajadores.

La liberalización comercial puede ser, pues, defendida por sus méritos y por sus efectos beneficiosos para los trabajadores. Pero quiero enfatizar que la defensa del libre comercio debe ser honesta y consistente. Debe buscar un intercambio comercial que, en efecto, sea igual de libre para todos los países. No es éticamente defendible la práctica de los países desarrollados de presionar por la eliminación de barreras comerciales sólo en los sectores en que cuentan con evidentes ventajas comparativas.

Los países en vías de desarrollo necesitamos y demandamos también libre comercio en la agricultura. Eso implica poner fin, gradual pero visiblemente, a los subsidios anuales de más de doscientos cincuenta mil millones de dólares que los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico brindan a su sector agrícola. Hasta que no avancemos en este tema, tendremos que seguir parafraseando la célebre expresión de George Orwell: en el libre comercio somos todos iguales, pero hay algunos más iguales que otros.

Los países en vías de desarrollo necesitamos ayuda al desarrollo y solidaridad de parte de los países industrializados, pero, sobre todo, necesitamos de ellos coherencia. Que si pregonan el libre mercado, entonces que éste sea, en efecto, libre. Que si defienden y practican en sus países admirables formas de justicia social a través de sus estados de bienestar, entonces que pongan una pizca de esa filosofía en práctica a escala internacional. Que si pregonan y viven el credo democrático en sus fronteras, que ayuden a traducirlo en una distribución de poder más balanceada en los organismos internacionales.

Para el mundo, las tareas de dar acceso universal a la educación y de avanzar hacia el libre comercio son demasiado difíciles para ser consideradas inevitables pero demasiado importantes para ser consideradas opcionales. Está en juego en todo esto mucho más que el simple crecimiento económico. En la medida en que ambas tareas son decisivas para la creación de empleos decentes, descansa sobre ellas el futuro de la democracia y el futuro de la paz.

No es coincidencia que muchas de las más graves amenazas a la paz y a la democracia que hoy enfrentamos, se originen en países con altas tasas de desempleo y subempleo. El fracaso en la implementación de políticas exitosas que permitan crear mejores oportunidades para la población joven, significará la trampa más segura contra nuestra seguridad. La frustración que se deriva de la falta de oportunidades conduce a nuestros jóvenes al radicalismo y a la violencia y termina por lesionar a la humanidad entera.

Como ganadores del premio Nobel, ambos sabemos que el trabajo decente se encuentra en el corazón de la paz, porque la paz no consiste en la simple ausencia de destrucción, sino en la tenaz vocación de hacer posible una vida digna para todos los seres humanos. La paz es eso: una tenaz vocación, un esfuerzo cotidiano, un trabajo constante. Hay algo que desearía que los políticos y los ciudadanos, los empresarios y los trabajadores, los soldados y los civiles, entendieran más que nada: la paz es la más honorable forma de esfuerzo y la más esforzada forma de honor.

Amigos míos:
La OIT ha venido llamando nuestra atención hacia la necesidad de reevaluar nuestros enfoques y ubicar el empleo productivo y el trabajo decente en el centro de nuestras políticas económicas y sociales, tanto nacionales como internacionales. Reconozco esta necesidad y acepto el desafío que impone. Es por ello que he puntualizado dos tareas estratégicas que son prioritarias para avanzar hacia esa meta.

Ya sea a través de la reducción de barreras comerciales o de un esfuerzo mundial para sustituir el gasto en armas por la inversión en escuelas, los trabajadores, los empleadores y los gobiernos del mundo se encuentran más vinculados que nunca. El destino de cada uno depende del otro, hoy como nunca antes. Esta es la razón por la que resulta vital el diálogo que desde la OIT se propicia.

Así es que hoy, en vísperas de la inauguración de la Copa Mundial, les dejo un último mensaje: es tiempo de pensar los unos en los otros, de pensar en cada trabajador, en cada sindicato, en cada cámara empresarial, en cada empleador y en cada gobierno del planeta como jugadores de un mismo equipo. Si así lo hacemos –al igual que espero lo hará Costa Rica mañana —anotaremos muchísimos goles en el marco del desempleo, de la pobreza, de la injusticia y de la guerra. Será tiempo entonces de celebrar nuestra victoria y de emprender, a la par de la OIT, nuevas batallas en la inacabable lucha por la dignidad humana.

Muchas gracias.
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English Version
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EMLOYMENT IS HE HEART OF PEACE

Speech by Oscar Arias
President of the Republic of Costa Rica
International Labor Conference
Palais des Nations, Geneva, Switzerland
8 June 2006

Ladies and gentlemen,

I would like to thank Juan Somavía for the kind invitation to take part in this conference of the International Labor Organization. It is a special pleasure to be here so soon after beginning my second term as president of the oldest democracy in Latin America. I feel a great solidarity with the values and principles of the International Labor Organization, values and principles that have at their heart the most profound truths of human coexistence, peace and development.

As you know, I have dedicated a great deal of my life to the pursuit of peace, reconciliation, development, dialogue, democracy and social justice. These are exactly the fundamental values consecrated in the constitution of this important multilateral organization, values for which the ILO has always worked and continues to work every day. For taking concrete action to promote these values, this organization likewise received the Nobel Prize for Peace. This did not happen by chance. In effect, there exists a fundamental link between decent employment and peace, between work and the defense of human dignity. The right to work is a fundamental right, and without respect for fundamental rights, peace can be no more than a dream.

The ILO and Costa Rica share a common creed. The defense of social dialogue, peace and democracy—in short, the best of the historical experience of my country—are hallmarks of this institution. By aspiring to reduce poverty, eliminate discrimination and social exclusion, and provide decent employment for all, the ILO gives shelter to the most precious dreams of my country. For this, for being a roof under which the best of the past and future of Costa Rica reside, this house seems like my own.

The challenges that face us as we gather here today are formidable and urgent. We are faced with the challenge of advancing toward a more just globalization, and the challenge of reacting to a series of dizzying technological and economic changes. In confronting these challenges, and in the quest to attune the ILO to the social aspects of globalization, the director of this organization, and all of you, have done laudable work.

The ILO has strengthened the world’s attentiveness to this social dimension through the negotiation of international conventions and through a new focus on the creation of more and better employment. The organization has pushed for the recognition of the centrality of decent employment in economic and social policy and as an indispensable element of poverty-reduction strategies. The government of Costa Rica is proud to give the ILO its strong support not only verbally but also through concrete actions. The best tribute one can give to an organization like the ILO is to put its ideals into practice at the national level.

For a more humane globalization is not built out of words. It is built out of a consistent ethical commitment and with a courage to make difficult decisions and embrace causes that can be controversial. Humanity has reached a crossroads and must make decisions that have moral implications. What we cannot do, as citizens, or opinion leaders, or intellectuals, or least of all as government officials, is evade these responsibilities.

As human beings, we cannot blindly trust the immense scientific and technological changes of our era to automatically resolve the great dilemmas of humankind. We cannot trust them to preserve our planet, increasingly threatened by greed and lack of foresight. We cannot trust them to make possible the peaceful coexistence of civilizations, civilizations which are increasingly endangered by political and religious fundamentalism and by the weakening of international law. We cannot trust them to promote the principle that we are all children of God and equal in His eyes. This principle is undermined by rising levels of inequality on a global scale, and by certain outcroppings of misery that continue to be incompatible with all we claim to profess.

None of these problems will resolve themselves, because it is clear that neither economic progress nor scientific progress necessarily entails ethical progress on the part of humanity. Ethical progress is not inevitable. We cannot wait for it like we wait for the passing of a comet. It requires that we desire it and build it with all our strength.

We will make ethical progress when we put decent employment and the defense of human dignity at the center of our public policies. At the recent Cumbre Europa-América Latina Secretary General Kofi Annan gave an admirable speech that emphasizes the essential preoccupation of the ILO and of mine. The Secretary General said:
“There is an urgent need to prioritize employment in decision-making. Traditional policy discussions treat job creation as an inevitable outcome of economic growth. As a result, economic policy formulation has focused more on keeping inflation in check and increasing output than creating employment. Yet there is mounting evidence that growth alone, while crucial for employment, does not always lead to enough jobs. We must re-evaluate our approach, and place job creation right next to economic growth in national and international economic and social policies. For instance, when discussing macroeconomic policies there should be an institutionalized reflex which constantly asks ‘what can this do for jobs?’”

The preoccupation with making the creation of decent employment a global goal is not enough. It is essential to translate this preoccupation into effective, concrete, national and international strategies. This, as you all know, is not easy. In any event, recent experience tells us that there are certain strategic tasks that are vital to the creation of jobs and to the fight against unemployment. Today I would like to discuss two of those tasks: investment in education and free trade between nations.

First, nothing prevents the creation of decent jobs like indecent education. In Latin America one out of every three children never attends secondary school. One out of every three children in sub-Saharan Africa never even attends primary school. This is not just an offense to our values, it is a crude testament to the lack of economic vision on the part of some societies. Now more than ever, we understand that the educational catastrophe of today is the economic catastrophe of tomorrow.

Combating these problems is a challenge and responsibility that falls squarely on the State. As governments, we must aspire to have teachers who are qualified, committed and compensated—conditions on which the success of the entire system of education depends. We must make the investment necessary to maintain our educational infrastructure and provide our schools with better resources, not the least of which are computers and networks. We must go to great lengths to make sure our students learn multiple languages. If countries are to develop a foothold in knowledge-based industries, language abilities are an absolute necessity.

Furthermore, we must ensure gender equality in access to education. Equal education for women is the surest path toward equal employment for women. Equal employment for women is one of the strongest indicators of a just society, and a key ingredient in growth, development and peace.
Assuring equal access to education is only part of our homework. We also must assure that the education women receive in the classroom is geared toward their emancipation and not toward the inculcation of a subordinate role. And we must also make possible the complete translation of educational equality into equal employment, a step that is far from automatic. Still today in my country, where the rates of enrollment and graduation are higher among women than men, the female population continues to suffer discrimination in terms of salary and working conditions. This is unacceptable.

Upgrading systems of education in both developed and developing nations of course requires the allocation of additional resources. But above all it requires political will and clarity in the priorities of public investment. The struggle for better jobs through education and skills training is deeply connected to the struggle for demilitarization and disarmament. It is shameful that governments of some of the poorest nations continue to hoard tanks, jeeps and guns to supposedly protect a population languishing in poverty and ignorance.

My region of the world is no stranger to this phenomenon. In 2004 Latin American nations spent a total of twenty-four billion dollars on weapons and troops, an amount that represents an increase in real terms of 8% over the last decade and an amount that has grown alarmingly in the last year. Latin America has begun a new arms race, regardless of the fact that the region has never been more democratic and that in the last century it has rarely seen military conflicts between nations. Saying we do not have the money to educate our children is like a poor man complaining of hunger as he throws his bread to the birds. Worse still is an alarming sign of blindness toward history. Because if the history of our region is any guide, we cannot help but admit that the resources Latin America has dedicated to military spending have in the best cases contributed to the poverty of those who bore the initial costs, and in the worst cases have ended up outright suppressing them.

In our resistance to this self-destruction, I believe that Costa Ricans have reason to feel proud. In 1948, owing to the vision of the wise former president José Figueres, Costa Rica abolished its military and declared peace on the world. Costa Rican children do not know soldiers or tanks; they march with books under their arms, not rifles on their shoulders. Echoing the old refrain, “When a school opens, a jail closes,” Costa Rica believes that “when a barracks closes, a school opens.” Each time a soldier sheds his military garb, it allows for many children to put on the uniforms of their schools.

That is a road that neither my country nor I are willing to abandon. And not only that: it is a route that we wish all humanity to follow. In order that this should be the case, today I propose an idea. I propose to you that we all give life to the Costa Rica Consensus, through which we create mechanisms to forgive debt and give international financial support to developing nations that invest more and more in education, health and housing, and less and less in soldiers and weapons. It is time that the international financial community reward not only those whose spending is orderly, as it has done till now, but also those whose spending is ethical.

Another key element in the solution to the problem of employment is economic cooperation. I know that in this room there are many diverse perspectives on how best to achieve global trade that is both free and fair. Personally, I see free trade not as a destination but as a road, a road that if travelled correctly will lead to more and better jobs for our citizens.

Costa Rica is a country of four and a half million inhabitants, one of the smallest on the planet. For a country like mine, and for all countries on the road to development, there is no other option apart from greater integration with the global economy.

Only if we open our economies will we be capable of attracting the sources of direct investment that complement our chronically low rates of internal savings. Only if we open our economies can we benefit from the most advanced technology and job training that bring benefits to local businesses. Only if we open our economies can we develop dynamic and productive industries, capable of competing on an international level. And, above all, only if we open our markets can we create jobs in sufficient numbers and of sufficient quality to meet the needs of our youth. It is clear at this point that in Costa Rica and Latin America, jobs tied to foreign investment are, almost without fail, steadier and better paid than the average.

In periods of globalization the dilemma that developing nations face is as difficult as it is simple: if they are not able to export more and more goods and services, they wind up exporting more and more people. Fortunately, we have understood this for some time in Costa Rica, and as a result we are one of the few countries in Latin America that has not seen vast numbers of our citizens leave to seek work abroad.

In Costa Rica, the gradual opening of the economy and the increasing commercial interaction with the world has proven the positive and viable nature of our development strategies. Our per capita income has increased significantly in the last twenty years, unemployment has remained at low levels regardless of considerable immigration, and our exports have diversified substantially.

Twenty years ago our principle exports were coffee and bananas. Today, tourism and the exportation of microchips account for several times the combined value of our traditional exports. Our economy has ceased to depend on the capricious market for two products, and as a result it is no coincidence that Costa Rica is the only country in Latin America that has not suffered a major recession in more than two decades.

Let us be clear: the opening of the economy and the search for free trade have been positive for my country, but not perfect. In Costa Rica there are growing problems relating to the distribution of wealth and the persistence of unacceptably high levels of poverty. But these problems would be worse, much worse, if we decided to return to the past. However much certain nostalgic individuals refuse to recognize the fact, the authoritarian experiments that were for a long time the hallmark of Latin America and a fair portion of the developing world served only to create protected and inefficient industries, inflate and corrupt the apparatus of the state, and proliferate interest groups permanently seeking the favor of the bureaucracy. This is a past to which we cannot return.

Now, what does free trade mean for workers’ rights? Some feel that bilateral trade barrier reduction will lead to a decline in labor standards by shifting jobs to countries where there is less protection for workers. I do not believe that on the whole this fear is justified. Each and every one of our governments must insist that trade agreements respect labor standards; this should be an indispensable condition for any agreement.

For instance, all the countries party to DR-CAFTA have adopted the core labor standards of the ILO. We are required to enforce these standards, or else we face fines or the loss of preferential trade benefits. This is just one example of how commercial exchange can lead nations to collectively demand respect for the fundamental principles and rights of labor.

For the government of Costa Rica there are not, nor can there be, concessions when it comes to the protection of workers’ rights. I know that some, annoyed with decisions made absolutely independently by our judges—who fortunately enjoy a level of independence unknown in almost all the developing world—have tried to create the impression that Costa Rica tries to stifle labor rights, especially the right to collective bargaining.

This is a false image, tendentious and totally inconsistent with our long tradition of defending human rights. Above all, I would like to express here today the commitment of my government not only to the preservation and regulation of the right to collective bargaining, but also to the approval of labor reform that facilitates judicial processes that protect the rights of workers.

I would like Costa Rica to continue to be, above all, a state that guarantees equal justice under law, which always respects the decisions of its tribunals, but one in which these entities strive to ensure prompt and complete justice for workers.

Commercial liberalization can be defended on the basis of its merits and its beneficial effects for laborers. But I want to emphasize that the defense of free trade should be honest and consistent. We must insist on commercial exchange that is in fact free and equal for all countries. The practice on the part of developed nations of pushing for the elimination of trade barriers in the sectors where they have comparative advantages is not ethically defensible.

Developing nations need and demand free trade in agriculture as well, and that means ending the subsidies of well over two-hundred-and-fifty billion dollars per year that OECD member states pour into their agricultural sector. Until we advance on this issue, we will continue to have to paraphrase George Orwell’s celebrated expression: in free trade everyone is equal, but some are more equal than others.

Developing nations need help and solidarity from the industrialized world, but above all, what we need from them is consistency. If they praise the free market, the markets in which they operate should actually be free. If in their own countries they defend and practice admirable forms of social justice through welfare states, then they should put this philosophy into practice on the international level. If they proclaim and practice the creed of democracy within their borders, they should support a more balanced distribution of power in international bodies.

For the world, the tasks of providing universal access to education and advancing free trade are far too difficult to be considered inevitable but far too important to be considered optional. There is more at stake than just economic growth. On the back of both education and free commerce rests the future of democracy and the future of peace.

It is no coincidence that some of the gravest threats to peace and democracy today originate in countries with high unemployment and underemployment. The failure to provide opportunities to young people is a gigantic detriment to security. The frustration that the lack of opportunities creates drives young people to radicalism and violence and ultimately serves to wound all of humanity.

As Nobel Laureates, we both know that decent employment lies at the heart of peace. Because peace is not just the absence of destruction, it is the persistent task of making possible a dignified life for all human beings. This is what peace is all about. Exertion. Work. If there is one thing I wish were more apparent to the presidents, generals, soldiers and civilians of the world, it is this: Peace is the most honorable form of exhaustion, and the most exhausting form of honor.

My friends,
The ILO has called the world’s attention to the need to reevaluate our approach and place productive employment and decent work at the center of our economic and social policies, both nationally and internationally. I recognize this need and I accept the challenge that it imposes. It is for this reason that I have highlighted two strategic tasks that are priorities for advancing toward this goal.

Be it through the reduction of trade barriers or a global effort to substitute spending on education for spending on arms, the workers, businesses and governments of the world are connected as never before. Our fate rests on one another as never before. This is why the social dialogue and shared vision that the ILO promotes are so important.

And so, one day before the labors of the players in the World Cup commence, I leave you with one final message: it is time to think of each other—of every worker, trade union, business and government on the planet—as playing on the same team. If we all play as a team—as I hope Costa Rica will tomorrow—we will rack up goal after goal against the adversaries of unemployment, poverty, injustice and war. There will be time then to celebrate our victory, and to begin, alongside the ILO, new battles in the unending struggle for the dignity of all humankind.

Thank you very much.

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Fuente: OIT

Los derechos de los trabajadores ¿Un tema para arqueólogos?

La exitosa empresa niega sin disimulo uno de los derechos humanos proclamados por las Naciones Unidas: la libertad de asociación. El fundador de Wal-Mart, Sam Walton, recibió en 1992 la Medalla de la Libertad, una de las más altas condecoraciones de los Estados Unidos.

Uno de cada cuatro adultos norteamericanos, y nueve de cada diez niños, engullen en Mc Donald’s la comida plástica que los engorda. Los trabajadores de Mc Donald’s son tan desechables como la comida que sirven: los pica la misma máquina. Tampoco ellos tienen el derecho de sindicalizarse.

En Malasia, donde los sindicatos obreros todavía existen y actúan, las empresas Intel, Motorola, Texas Instruments y Hewlett Packard lograron evitar esa molestia. El gobierno de Malasia declaró union free, libre de sindicatos, el sector electrónico.

Tampoco tenían ninguna posibilidad de agremiarse las ciento noventa obreras que murieron quemadas en Tailandia, en 1993, en el galpón trancado por fuera donde fabricaban los muñecos de Sesame Street, Bart Simpson y los Muppets.

Bush y Gore coincidieron, durante la campaña electoral del año pasado, en la necesidad de seguir imponiendo en el mundo el modelo norteamericano de relaciones laborales. “Nuestro estilo de trabajo”, como ambos lo llamaron, es el que está marcando el paso de la globalización que avanza con botas de siete leguas y entra hasta en los más remotos rincones del planeta.

La tecnología, que ha abolido las distancias, permite ahora que un obrero de Nike en Indonesia tenga que trabajar cien mil años para ganar lo que gana, en un año, un ejecutivo de Nike en Estados Unidos, y que un obrero de la ibm en Filipinas fabrique computadoras que él no puede comprar.

Es la continuación de la época colonial, en una escala jamás conocida. Los pobres del mundo siguen cumpliendo su función tradicional: proporcionan brazos baratos y productos baratos, aunque ahora produzcan muñecos, zapatos deportivos, computadoras o instrumentos de alta tecnología además de producir, como antes, caucho, arroz, café, azúcar y otras cosas malditas por el mercado mundial.

Desde 1919 se han firmado 183 convenios internacionales que regulan las relaciones de trabajo en el mundo. Según la Organización Internacional del Trabajo, de esos 183 acuerdos Francia ratificó 115, Noruega 106, Alemania 76 y Estados Unidos… 14. El país que encabeza el proceso de globalización sólo obedece sus propias órdenes. Así garantiza suficiente impunidad a sus grandes corporaciones, lanzadas a la cacería de mano de obra barata y a la conquista de territorios que las industrias sucias pueden contaminar a su antojo. Paradójicamente, este país que no reconoce más ley que la ley del trabajo fuera de la ley es el que ahora dice que no habrá más remedio que incluir “cláusulas sociales” y de “protección ambiental” en los acuerdos de libre comercio. ¿Qué sería de la realidad sin la publicidad que la enmascara?

Esas cláusulas son meros impuestos que el vicio paga a la virtud con cargo al rubro relaciones públicas, pero la sola mención de los derechos obreros pone los pelos de punta a los más fervorosos abogados del salario de hambre, el horario de goma y el despido libre. Desde que Ernesto Zedillo dejó la presidencia de México pasó a integrar los directorios de la Union Pacific Corporation y del consorcio Procter & Gamble, que opera en 140 países. Además, encabeza una comisión de las Naciones Unidas y difunde sus pensamientos en la revista Forbes: en idioma tecnocratés, se indigna contra “la imposición de estándares laborales homogéneos en los nuevos acuerdos comerciales”. Traducido, eso significa: arrojemos de una buena vez al tacho de la basura toda la legislación internacional que todavía protege a los trabajadores. El presidente jubilado cobra por predicar la esclavitud. Pero el principal director ejecutivo de General Electric lo dice más claro: “Para competir, hay que exprimir los limones”. Los hechos son los hechos.

Ante las denuncias y las protestas, las empresas se lavan las manos: yo no fui. En la industria posmoderna, el trabajo ya no está concentrado. Así es en todas partes, y no sólo en la actividad privada. Los contratistas fabrican las tres cuartas partes de los autos de Toyota. De cada cinco obreros de Volkswagen en Brasil, sólo uno es empleado de la empresa. De los 81 obreros de Petrobrás muertos en accidentes de trabajo en los últimos tres años, 66 estaban al servicio de contratistas que no cumplen las normas de seguridad. A través de trescientas empresas contratistas, China produce la mitad de todas las muñecas Barbie para las niñas del mundo. En China sí hay sindicatos, pero obedecen a un Estado que en nombre del socialismo se ocupa de la disciplina de la mano de obra: “Nosotros combatimos la agitación obrera y la inestabilidad social, para asegurar un clima favorable a los inversores”, explicó recientemente Bo Xilai, secretario general del Partido Comunista en uno de los mayores puertos del país.

El poder económico está más monopolizado que nunca, pero los países y las personas compiten en lo que pueden: a ver quién ofrece más a cambio de menos, a ver quién trabaja el doble a cambio de la mitad. A la vera del camino están quedando los restos de las conquistas arrancadas por dos siglos de luchas obreras en el mundo.

Las plantas maquiladoras de México, Centroamérica y el Caribe, que por algo se llaman sweat shops, talleres del sudor, crecen a un ritmo mucho más acelerado que la industria en su conjunto. Ocho de cada diez nuevos empleos en la Argentina están “en negro”, sin ninguna protección legal. Nueve de cada diez nuevos empleos en toda América Latina corresponden al “sector informal”, un eufemismo para decir que los trabajadores están librados a la buena de Dios. La estabilidad laboral y los demás derechos de los trabajadores, ¿serán de aquí a poco un tema para arqueólogos? ¿No más que recuerdos de una especie extinguida?

En el mundo al revés, la libertad oprime: la libertad del dinero exige trabajadores presos de la cárcel del miedo, que es la más cárcel de todas las cárceles. El dios del mercado amenaza y castiga; y bien lo sabe cualquier trabajador, en cualquier lugar. El miedo al desempleo, que sirve a los empleadores para reducir sus costos de mano de obra y multiplicar la productividad, es, hoy por hoy, la fuente de angustia más universal. ¿Quién está a salvo del pánico de ser arrojado a las largas colas de los que buscan trabajo? ¿Quién no teme convertirse en un “obstáculo interno”, para decirlo con las palabras del presidente de la Coca-Cola, que hace un año y medio explicó el despido de miles de trabajadores diciendo que “hemos eliminado los obstáculos internos”?

Y en tren de preguntas, la última: ante la globalización del dinero, que divide al mundo en domadores y domados, ¿se podrá internacionalizar la lucha por la dignidad del trabajo? Menudo desafío.

Fuente: PatriaGrande.net
ra.ar

ESCOJO LA VIDA, LA DEMOCRACIA Y EL DESAFÍO DE CAMBIAR EN PAZ

Señores Jefes de Estado que nos honran con su presencia; señores miembros de los Supremos Poderes de Costa Rica; señores representantes oficiales de gobiernos amigos; señores Premios Nóbel de la Paz. Amigas y amigos míos:

Hemos venido hoy para celebrar un acto que renueva nuestra fe en el credo democrático y en la grandeza del pueblo costarricense. Hoy, una vez más, un presidente libremente electo por los costarricenses transfiere su autoridad a otro presidente también escogido mediante el sufragio de todos los ciudadanos. Y al igual que la repetición del amanecer no desmerece el milagro de la luz, la reedición de esta ceremonia no la priva de valor, sino que confirma su carácter trascendente.

Este acto recoge las verdades más profundas de nuestra nación, verdades de las que quienes estamos aquí somos herederos y custodios. Hoy reinventamos la hermosa travesía histórica de este pueblo, capaz, a lo largo de casi dos siglos, de labrar una forma de convivencia definida por el amor a la libertad, la solidaridad, el respeto a las instituciones y la vocación de vivir en paz. Hoy confirmamos que cualesquiera que sean las dificultades que enfrentemos como sociedad, cualesquiera las disputas que transitoriamente nos separen, los habitantes de esta tierra solo estamos dispuestos a vivir bajo el único sistema político que hace posible la transmisión pacífica del poder, la igualdad bajo el manto de la ley y el elemental derecho de los seres humanos de definir su destino. Ese es el credo que profesa esta nación.

Hoy más que nunca debemos aferrarnos a esos valores que nos sostienen y nos alientan. Son esas certezas en especial la de que es posible construir sociedades más justas en forma gradual, sin extremismos y en paz las únicas capaces de guiarnos en épocas convulsas.

Corren tiempos de cambio y de definición. Como seres humanos, como latinoamericanos y como costarricenses, no podemos darnos el lujo de la irresolución. Hemos llegado a una encrucijada y debemos tomar decisiones. Como seres humanos, no podemos confiar en que los inmensos cambios científicos y tecnológicos que presenciamos resolverán automáticamente los grandes dilemas de nuestra especie: el de cómo preservar la vida en el planeta, cada vez más amenazada por la codicia y la falta de previsión; el de cómo hacer posible una convivencia civilizada entre los pueblos, cada vez más acosada por los fundamentalismos políticos y religiosos, y por el debilitamiento de la legalidad internacional; el de cómo realizar el precepto de que todos somos hijos de Dios e iguales ante sus ojos. Este precepto es negado en la práctica por los crecientes niveles de desigualdad a escala global y por fenómenos de miseria que, a pesar de los progresos logrados, continúan siendo incompatibles con todo lo que decimos profesar.

Nada de esto se resolverá solo porque está demostrado que ni el progreso económico ni el progreso científico conllevan necesariamente una elevación ética de la humanidad. El progreso ético no es inevitable. No se le espera como el paso de un cometa. Se requiere desearlo y construirlo con todas nuestras fuerzas.

También como latinoamericanos debemos decidir si continuamos persiguiendo utopías y responsabilizando a los demás de nuestras desventuras, o si, por el contrario, admitimos que nuestro destino depende de lo que hagamos hoy para crear sociedades más educadas, más productivas, más justas, más dedicadas a construir instituciones sólidas que a escuchar el verbo encendido de sus líderes políticos.

Debemos decidir, porque lo que hoy tenemos es una América Latina confundida sobre su papel y su relevancia en el mundo, y cada vez menos clara en su adhesión a valores democráticos fundamentales. El gran logro histórico de la generación actual de latinoamericanos el de haber dejado atrás la interminable noche de la tutela militar empieza a naufragar, en parte por la renuencia de nuestras élites políticas para enfrentar las seculares aflicciones de la desigualdad y la exclusión, y en parte por la crónica incapacidad de muchos de nuestros políticos e intelectuales para ver la realidad como es, y no como quisieran que fuera; por su incapacidad para leer el mundo en prosa y no en poesía.

Decisiones y pensaren grande. Debemos decidir, entonces, si la aventura democrática que emprendió la región en las últimas tres décadas será solo un paréntesis de racionalidad en una historia marcada por la intolerancia, la violencia y la frustración, o, más bien, el inicio de nuestro largamente pospuesto viaje a la modernidad y al desarrollo. Pero, sobre todo, como costarricenses debemos tomar decisiones. Durante años hemos venido posponiendo, por temor y por comodidad, la solución a nuestros más acuciantes problemas. Hemos preferido creer, contra toda evidencia, que la negativa a decidir no acarrea costo alguno y los indiscutibles logros que como sociedad hemos alcanzado, prefiguran nuestro éxito a perpetuidad.

Hemos escogido adoptar la indecisión como método para enfrentarnos a la vida. Desde hace ya muchos años, hemos perdido como país el impulso y la dirección, y en un camino empinado eso sólo puede conducir al retroceso. Por esa ruta hemos llegado a un momento límite. No podemos seguir vagando sin norte, discutiendo interminablemente entre nosotros, persiguiendo el espejismo de la unanimidad, consumiendo lo mejor de nuestro días y nuestros esfuerzos como si el tiempo no existiera, como si la marcha de la historia se hubiese detenido para esperar que la pequeña Costa Rica decida algún día levar anclas.

“Nunca hay viento favorable para el que no sabe hacia dónde va” escribió, con razón, Séneca. Estoy convencido de que Costa Rica tiene todo para llegar donde se lo proponga, pero primero tiene que saber hacia dónde quiere ir. Esa es la tarea que empieza hoy: la de definir un norte para Costa Rica y empezar a navegar hacia él.

Si hemos de definir ese norte, es preciso que recuperemos el valor para coincidir; la capacidad para reconocer las oportunidades que tenemos; la humildad para saber que nuestra visión del mundo no es la única, y la nobleza para situar el interés de la patria por encima de nuestra nacionalidad; para separar aquellas tradiciones y valores que merece la pena conservar en esta búsqueda de destino de aquellas que solo se han convertido en pesados lastres. Sobre todo, debemos recuperar la disposición de innovar, de cambiar, de explorar nuevos rumbos. Y en esto, me parece, estamos de acuerdo: para todos los sectores políticos y sociales del país el statu quo ha dejado de ser una opción.

Costa Rica debe recuperar a partir de ahora la confianza de que tiene todo para salir adelante, que puede pensar en grande y mirar el futuro por encima de las pequeñas disputas que hoy consumen nuestras energías. Es tiempo de que volvamos a tener un propósito histórico digno de nuestro pasado excepcional. Esa, amigas y amigos, es la misión que tenemos: que Costa Rica vuelva a ver el futuro con optimismo, que vuelva a creer en sí misma, que se convenza de que puede cambiar. Eso es lo que debemos hacer y eso es lo que haremos. Inversión social. A partir de hoy daremos un rumbo claro a la lucha contra la pobreza y la desigualdad. No permaneceremos impasibles frente al dolor del millón de costarricenses que viven en la miseria. No permaneceremos impasibles frente a los abismos sociales que hoy dividen a la familia costarricense.

No permaneceremos impasibles frente a la discriminación que cotidianamente padecen los grupos más vulnerables de nuestra sociedad, en particular las personas con discapacidad, los adultos mayores, las minorías étnicas, los niños y las mujeres jefas de hogares.

Devolveremos al país la fidelidad a sus mejores tradiciones, que siempre situaron la expansión de las oportunidades humanas como el hilo conductor de su aventura histórica. Ese es el legado del pensamiento solidario de Félix Arcadio Montero, Omar Dengo, Alfredo González Flores, Jorge Volio, Manuel Mora, Rafael Ángel Calderón Guardia, José Figueres y todos los que, a lo largo de nuestra historia, nos hicieron entender que la nación costarricense no es simplemente una suma de individuos, sino una comunidad y una familia, que no abandona a su suerte a sus individuos, sino una comunidad y una familia que no abandona a sus suerte a sus hermanos más débiles.

La política social de esta administración pondrá énfasis en fortalecer los servicios públicos universales, sobre todo los que de educación y los que presta la Caja Costarricense de Seguro Social, que deben seguir siendo sufragados por todos los costarricenses, para todos los costarricenses.
Trabajaremos para coordinar los programas de combate a la pobreza; para hacer posible una asignación progresiva y transparente de la inversión social y para evaluar rigurosamente sus resultados.

Debemos entender que una política social efectiva no se construye en el vacío. Se hace con muchos recursos públicos. Por ello, quiero ser enfático en lo siguiente: en esta administración solucionaremos la perenne crisis fiscal del Estado costarricense, de forma tal que pueda realizar las inversiones sociales que Costa Rica necesita.

No podremos caminar hacia el futuro si nuestra inversión social no aumenta significativamente en cantidad y calidad. De no ser así, no tendremos desarrollo, ni justicia social, ni paz. La creación de un sistema tributario adecuado y progresivo es vital para nuestro porvenir.

A partir de hoy, daremos un rumbo claro al sector productivo del país. Impulsaremos políticas que tiendan al mejoramiento sostenido de la competitividad; a la apertura gradual de la estructura económica; a la sostenibilidad de nuestros procesos productivos, y a una inserción inteligente en la economía global. No nos resignaremos a mirar con impotencia el grave retroceso del país en los índices más importantes de competitividad. Soberanía y empleo. Orientaremos nuestras acciones al fin más importante que puede tener cualquier política de producción: crear más y mejores empleos para los costarricenses y, en especial, para nuestros jóvenes. Al margen de lo que hagamos con nuestra política social, la primera tarea para reducir la pobreza en Costa Rica consiste en estimular la creación de empleos formales en el sector privado.

Asimismo, reformaremos y regularemos adecuadamente los sectores de telecomunicaciones, energía e infraestructura para hacerlos competitivos internacionalmente. Nos abocaremos en forma inmediata a la elaboración de una política energética integral, que reduzca nuestra dependencia de los hidrocarburos y fomente el uso de las fuentes renovables de energía. Costa Rica debe replantear, sin prejuicios, su modelo energético actual, porque su continuidad no hará otra cosa que poner en riesgo nuestro crecimiento económico futuro.

Profundizaremos la vinculación de Costa Rica con la economía mundial. Vamos a atraer vigorosamente la inversión extranjera y continuaremos teniendo una política comercial decidida, que permita a la mayor cantidad de productores nacionales vincularse a los mercados de exportación.

Dar la espalda a la integración económica, regresar al proteccionismo comercial y menospreciar la atracción de inversión extranjera constituyen, hoy por hoy, las vías más seguras para condenar a la juventud costarricense al desempleo y a Costa Rica al subdesarrollo. Constituyen, también, la forma más segura de desaprovechar el capital humano e institucional que ha acumulado el país en los últimos 50 años, que nos permite integrarnos exitosamente en la economía mundial.

En esto deseo ser muy claro: la soberanía no se defiende con prejuicios ni con consignas, sino con trabajo y con planes concretos para darle prosperidad a Costa Rica. Un país que teme al mundo y no es capaz de adaptarse a él, inexorablemente termina condenando a sus jóvenes a buscar el bienestar más allá de sus fronteras. Si hace eso, es menos soberano, es menos justo y es menos país.

Propiciar el aislamiento de Costa Rica de los grandes fenómenos del mundo moderno es una causa reaccionaria y una traición a nuestra juventud. No será mi gobierno el que, por miedo y por prejuicio, aísle a Costa Rica de la economía internacional.

Educación y seguridad. A partir de hoy, daremos un rumbo claro a la educación pública. Esta debe volver a ser uno de los motores de nuestra productividad, un instrumento para reducir las desigualdades y reproducir nuestros mejores valores.

En los próximos cuatro años no escatimaremos ningún esfuerzo para llevar la inversión educativa al 8% del producto interno bruto. Vamos a trabajar para que la profesión de educador sea bien remunerada, de manera que nuestro sistema educativo capte mentes cada vez más capaces y con mayor vocación de servicio. Sobre todo, vamos a trabajar todos los días para universalizar la educación secundaria, apoyando económicamente desde el Estado a las familias más pobres para que mantengan a sus hijos adolescentes en las aulas. No dejaremos que la falta de acceso a la educación reproduzca, generación tras generación, el infernal ciclo de la miseria.

Daremos un rumbo claro al combate contra la inseguridad y las drogas. Vamos a ser duros con la delincuencia, pero mucho más duros aún con las causas de la delincuencia. Profundizaremos la orientación preventiva de la Fuerza Pública y la dotaremos de más recursos. Mejoraremos los mecanismos de denuncia contra la delincuencia y, en particular, contra la agresión doméstica, la forma más insidiosa y extendida de criminalidad.

Combatiremos sin descanso el narcotráfico. Y no solo el gran narcotráfico el que requiere patrullar nuestros mares y nuestros aeropuertos, sino , en especial, el pequeño tráfico de drogas, el que ocurre en las esquinas de nuestros barrios, en los parques de nuestras comunidades, en las salidas y en los corredores de nuestros colegios. Esa será una de las mayores prioridades en materia de seguridad ciudadana.

A partir de hoy, daremos un rumbo claro a los esfuerzos para modernizar el Estado. Nos abocaremos urgentemente a la tarea de dotar al país de una institucionalidad ágil, eficiente y transparente, que sea un apoyo para los emprendimientos de los ciudadanos y no un enemigo; que sea un instrumento de gobernabilidad democrática y no su peor obstáculo.

Daremos un rumbo claro a la inversión nacional en infraestructura y transportes. Nunca más nuestras carreteras, puertos y aeropuertos serán un motivo de vergüenza nacional; nunca más condenarán a nuestros productores a pasar por una pesadilla para vender el fruto de su trabajo; nunca más castigaremos al aislamiento y al atraso a las comunidades rurales más alejadas.

El consenso de Costa Rica. A partir de hoy, daremos un rumbo claro a nuestra política exterior. Devolveremos a Costa Rica su papel protagonístico en el concierto internacional. Nuestra política exterior se basará en principios y valores profundamente arraigados en la historia costarricense, a saber: la defensa de la democracia, la plena vigencia y promoción de los derechos humanos, la lucha por la paz y el desarme mundiales, y la búsqueda del desarrollo humano.

Volveremos a alinear nuestra política exterior con la vocación pacífica del pueblo costarricense, con la defensa del multilateralismo, con la estricta adhesión al derecho internacional y a los principios en que se fundamenta la Carta de las Naciones Unidas, la más elemental salvaguarda contra la anarquía en el mundo. Como un país sin ejército, a partir de hoy convocamos al mundo y, en especial, a los países industrializados, para que entre todos demos vida al consenso de Costa Rica. Con esta iniciativa aspiramos a que se establezcan mecanismos para perdonar deudas y apoyar con recursos financieros a los países en vías de desarrollo que inviertan cada vez más en salud, educación y vivienda para sus pueblo, y cada vez menos en armas y soldados. Es hora de que la comunidad financiera internacional premie no solo a quien gasta con orden, como hasta ahora, sino a quien gasta con ética.

De igual manera, a partir de este momento, la protección del medio ambiente y del derecho de los pueblos al desarrollo sostenible pasará a convertirse en un eje prioritario de nuestra política exterior. Nuestro objetivo es que el nombre de Costa Rica se convierta en un sinónimo de valores fundamentales para la humanidad: el amor por la paz y el amor por la naturaleza. Ese será nuestro sello distintivo como país. Esa será nuestra carta de presentación ante el mundo.

La ruta ética. Dejo para el final el último de mis compromisos, que es el más importante. A partir de hoy habrá un rumbo claro e inalterable en materia de honestidad en la función pública.

Esa ruta ética pasa, en primer lugar, por hablarles a los costarricenses con la verdad, por decirles siempre lo que deben saber y no lo que quieren oír. No he llegado a este puesto para complacer a ningún grupo, sino para defender el interés de la sociedad costarricense en su conjunto, según pueda entenderlo a través de mis limitaciones humanas. Podré errar en mis decisiones, y seguramente lo haré muchas veces, pero nunca decidiré nada con otro criterio que no sea la búsqueda del bienestar de mi pueblo.

Esa ruta ética pasa por cumplir con lo prometido en campaña, condición mínima para que los costarricenses vuelvan a creer en la política. Pasa por rendir cuentas de todos nuestros actos ante los ciudadanos, por duro que a veces pueda resultar. Pasa por exigir de nuestros colaboradores las más altas normas de integridad y responsabilidad. Pasa por entender el ejercicio de la presidencia no como una oportunidad para buscar la gloria o la popularidad, sino como un espacio para servir a quienes más nos necesitan.

Este, amigas y amigos, es el camino que Costa Rica emprenderá hoy. Quisiera pensar que esta ruta que he delineado desembocará, inevitablemente, en una Costa Rica más próspera para nuestros hijos. Quisiera pensar que la banda presidencial que me ha sido impuesta es el talismán que hará posible que lleguemos al bicentenario de nuestra independencia como una nación desarrollada. Pero no hay en esto certezas; tan solo hay posibilidades. Pienso que buena parte del éxito dependerá de la madurez política que mostremos en esta hora crucial, de nuestra altura de miras, de nuestra voluntad para coincidir y de nuestra lealtad a reglas básicas de civilidad, sin las cuales ninguna forma de democracia es posible.

Dialogar y construir. Para todos los partidos políticos y sectores sociales del país tengo hoy un mensaje, que también es un ruego. Un ruego para que trabajemos juntos por nuestro futuro. Un ruego para que aprendamos que ningún partido y ningún grupo social tiene el monopolio de la honestidad, del patriotismo, de la buena intención y del amor a Costa Rica, Un ruego para que entendamos que el ejercicio responsable del poder político es mucho más que señalar, denunciar y obstruir, y consiste, ante todo, en dialogar, colaborar y construir. Un ruego para que sepamos distinguir entre adversarios y enemigos; para que comprendamos que no es signo de debilidad la voluntad para transigir, como no es un signo de fortaleza la intransigencia. Un ruego para que desterremos la mezquindad de nuestro debate político; para que levantemos la cabeza, miremos hacia delante y pensemos en grande.

Solo así estaremos a la altura de las graves responsabilidades que tenemos frente a nosotros como gobernantes, como líderes políticos, como líderes sociales o, simplemente, como ciudadanos.

Amigas y amigos: Nos ha sido dado el raro privilegio de vivir en un momento crítico de la historia, cuando lo viejo aún no muere y lo nuevo aún no nace. En esta encrucijada la humanidad debe escoger si elimina todas las formas de pobreza o todas las formas de vida en el planeta.

Los latinoamericanos debemos escoger si abonamos, con ciencia y paciencia, la flor democrática que ha germinado, o si la aplastamos bajo el peso de añejos prejuicios y de nuestra legendaria tolerancia ante la injusticia. Los costarricenses debemos escoger si tomamos nuestro destino en nuestras manos, si aprovechamos las oportunidades y creamos una patria próspera en la que exista un lugar digno para todos, o si, por el contrario, nos resignamos a ver pasar el mundo a la distancia, a dilapidar los logros que hemos acumulado y a vivir, como aquella familia venida a menos en un relato de Jorge Luis Borges, “en el resentimiento y la insipidez de la decencia pobre”.

Todos estos caminos están abiertos, pero no es mucho el tiempo que tenemos para decidir. Por mi parte, yo escojo la vida, la democracia y el desafío de cambiar en paz. Es tiempo de que la humanidad, América Latina y Costa Rica cambien, no por casualidad, sino por convicción; no porque no haya otro camino, sino por que es lo correcto.

Con humildad les pido a todos los costarricenses hombres y mujeres, jóvenes y viejos, de todas las persuasiones políticas y credos religiosos que me acompañen en esta empresa. Soy tan solo el director que libre y transitoriamente ustedes escogieron para esta obra colectiva que iniciamos hoy. Pero tengo muy claro que los actores y los protagonistas, hoy, mañana y siempre, serán ustedes.

Les pido a todos los costarricenses que al miedo respondamos con optimismo; a la impotencia, con entusiasmo; a la parálisis, con dinamismo; a la apatía, con compromiso; y a la pequeñez, con fe inquebrantable en el destino superior de Costa Rica.

Y a Dios Todopoderoso le pido que, con su infinita sabiduría, guíe nuestros pasos en esta nueva etapa en la construcción del hermoso edificio de nuestra nación.

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English Version
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Choose Life, Democracy and the Challenge of Peaceful Change

Honorable heads of state; esteemed members of the Supreme Authorities of Costa Rica, official government representatives; winners of the Nobel Prize for Peace, my dear friends:

We have come here today to celebrate an act that renews our faith in the creed of democracy and in the spirit of the people of Costa Rica. Today, once more, a President whom Costa Ricans freely elected will transfer his authority to another President who was also chosen through the votes of our citizens. And just as the repetitive nature of the sun’s rise every morning does not detract from the miracle of light, the repetition of this ceremony does not diminish its value, but rather confirms its transcendent character.

This act embodies the most profound truths our nation has learned, truths to which we are guardians and heirs. Today we relive the beautiful historical journey of this nation, which over the course of almost two centuries has built a way of life defined by love of liberty and solidarity, respect for our institutions and complete dedication to living in peace.
Today we confirm that whatever challenges we confront as a society, whatever disputes temporarily separate us, the people who call this country their home are determined to live under the one political system that makes possible the peaceful transition of power, equal justice under law, and the basic right of all human beings to define their own destiny. This is the creed that this nation professes.

Today more than ever we should anchor ourselves to the values that encourage and sustain us. These convictions—especially the conviction that it is possible to construct societies that are ever more just, without extremism and in peace—are the only ones capable of guiding us in these turbulent times.

These are times of change, and times of definition. As human beings, as Latin Americans and as Costa Ricans we cannot afford the luxury of indecision. We have reached a crossroads and we must make decisions.

As human beings, we cannot blindly trust the immense scientific and technological changes of our era to automatically resolve the great dilemmas of humankind. We cannot trust them to preserve our planet, increasingly threatened by greed and lack of foresight. We cannot trust them to make possible the peaceful coexistence of civilizations, civilizations which are increasingly endangered by political and religious fundamentalism and by the weakening of international law. We cannot trust them to promote the principle that we are all children of God and equal in His eyes. This principle is undermined by rising levels of inequality on a global scale, and by certain outcroppings of misery that continue to be incompatible with all we claim to profess.

None of these problems will resolve themselves, because it is clear that neither economic progress nor scientific progress necessarily entails ethical progress on the part of humanity. Ethical progress is not inevitable. We cannot wait for it like we wait for the passing of a comet. It requires that we desire it and build it with all our strength.

As Latin Americans we must decide if we are to continue seeking utopias and blaming others for our misfortune, or if, on the contrary, we will acknowledge that our destiny depends on what we do today to create societies that are better educated, more productive, more just, and more dedicated to building solid institutions than to listening to the passionate words of politicians.

We must decide, for what we have today is a Latin America that is confused about its role and its relevance in the world, that is less and less definite in its adherence to fundamental democratic values. The great historical achievement of the current generation of Latin Americans – that of having left behind the interminable night of military rule– is beginning to founder, in part because of the refusal of our political elite to confront the secular afflictions of inequality and exclusion, and in part because of the chronic incapacity of many of our politicians and intellectuals to see the world as it is, and not as they wish it were; because of their incapacity to read the world in prose and not in poetry.

We must decide, then, if the democratic adventure which the region launched in the past three decades will be only a parenthesis of rationality in a history marked by intolerance, violence, and frustration, or if it will be the beginning of our long-postponed journey to modernity and development.

But it is, above all, as Costa Ricans that we must make decisions. For years, out of fear and out of convenience, we have been postponing the solutions to our most pressing problems. We have preferred to believe, against all evidence, that not deciding does not carry any cost and that the indisputable achievements that we have realized as a society guarantee our success in perpetuity.

We have chosen to adopt indecision as a way of confronting life. For many years now, we as a country have lost our energy and direction, and on a steep path this can only result in backsliding.

We have gone as far as this route can take us. We cannot continue wandering without a compass, discussing endlessly among ourselves, pursuing the mirage of unanimity, consuming the best of our days and our efforts as if time did not exist, as if the march of history had stopped to wait for little Costa Rica to decide someday to lift anchor.

“If one does not know to which port one is sailing, no wind is favorable,” Seneca correctly wrote. I am convinced that Costa Rica has all that it needs to arrive at a proposed destination, but first it must know where it wants to go.

That is the task that begins today: that of defining a course for Costa Rica and beginning to sail towards it.

If we must define this course, it is necessary that we recover the courage to agree; the capacity to recognize the opportunities that we have; the humility to know that our vision of the world is not the only one; and the nobility to place the interests of the country above our personal interests.

We must recover the wisdom to discern what is essential and what is secondary in our nationality; to separate those traditions and values that are worth conserving in this search for our destiny from those that have simply become heavy burdens.

Above all, we must recover our disposition to innovate, to change, to explore new paths. And in this, it seems to me, we are agreed: for all of the political and social sectors in the country the status quo has ceased to be an option.

From this day forward, Costa Rica must recover the confidence that it has all it needs to move forward, that it can think on a grand scale and look to the future, beyond the small disputes that today consume our energies. It is time that we return to having a historic purpose worthy of our exceptional past.

That, friends, is the mission that we have: that Costa Rica might once again see the future with optimism, that it might again believe in itself, that it might become convinced that it can change.

That is what we must do and that is what we will do.
From this day forward we will forge a clear path in the struggle against poverty and inequality.

We will not remain passive before the pain of millions of Costa Ricans living in misery. We will not remain passive before the social chasms that today divide the Costa Rican family. We will not remain passive before the discrimination suffered by the most vulnerable groups in our society, in particular the disabled, the elderly, ethnic minorities, children and single mothers.

We will renew this country’s fidelity to its best traditions, traditions that have understood the expansion of human opportunities as the underlying thread of history’s great adventure. Such is the legacy of solidarity bequeathed by Félix Arcadio Montero, Omar Dengo, Alfredo González Flores, Jorge Volio, Manuel Mora, Rafael Angel Calderón Guardia, José Figueres, and all of those who throughout our history have helped us to understand that Costa Rica is not simply a group of individuals, but a community and a family that must never abandon its weakest members to fate.

The social policies of this administration will emphasize the strengthening of universal public services, above all education and health care provided by the Costa Rican Social Security system. These must continue to be supported by all Costa Ricans, for the benefit of all Costa Ricans.

We will work to coordinate anti-poverty programs, making possible a clear and progressive assignment of social investment, and a rigorous evaluation of its results.

We must understand that effective social policy cannot be created in a vacuum: it takes significant resources. Therefore, I want to emphasize the following: in this administration we will resolve the state’s perennial fiscal crisis, making possible the social investments that Costa Rica needs.
We cannot advance towards the future without a great qualitative and quantitative boost in social investment. Without it, we will have neither development, nor social justice, nor peace. The creation of an appropriate, progressive tax system is vital for our future.

From this day forward, we will forge a clear path for the productive sector of Costa Rica.

We will promote policies for sustained improvements in competitiveness; for a gradual opening of the economic structure; for the sustainability of our productive processes; and for an intelligent alignment with the global economy. We will not resign ourselves to watch impotently while this country slips ever lower in the most important measures of competitiveness.

We will strive towards the most important goal that any economic policy can have: the creation of more and better jobs for Costa Ricans, and especially for youth. Beyond social policy, our first task in reducing poverty in Costa Rica is to stimulate the creation of formal jobs in the private sector.

Likewise, we will reform and appropriately regulate the telecommunications, infrastructure and energy sectors to make them internationally competitive. Our efforts will immediately turn to the formation of an integral energy policy, one that reduces our dependence on fossil fuels and promotes the use of renewable energy sources. Costa Rica must rethink the current energy model, for its continuation would be nothing less than a grave risk to our future economic growth.

We will deepen Costa Rica’s ties to the world economy. We will continue to vigorously attract foreign investment and to be resolute in our commercial policy, which permits the greatest number of Costa Rican producers to integrate into export markets.

Turning our backs on economic integration, returning to commercial protectionism, and disdaining the attraction of foreign investment at this time constitute the surest ways to condemn Costa Rica’s youth to unemployment and Costa Rica to underdevelopment. They also constitute the surest ways to waste the human and institutional capital that the country has accumulated over the past 50 years and that has allowed us to successfully integrate ourselves into the global economy.

In this, I want to be very clear: sovereignty is not defended with prejudices and slogans, but rather, with work and concrete plans for creating prosperity in Costa Rica. A country that is afraid of the world and is not able to adapt to it inexorably condemns its youth to seek a livelihood beyond its borders. If it does this, it is less sovereign, less just and less of a country.
Favoring the isolation of Costa Rica from the great phenomena of the modern world is a reactionary cause and a betrayal of our youth. It will not be my government that, out of fear and prejudice, isolates Costa Rica from the international economy.

From this day forward we will chart a clear course for public education. This should once again be one of the motors of our productivity, an instrument for reducing inequalities and reproducing our best values.

Over the next four years, we will spare no effort to dedicate 8% of Gross Domestic Product to educational investment. We are going to work to ensure that the profession of educator is well compensated so that our educational system attracts sharper and sharper minds with a greater focus on service.

Above all, we are going to work every day to universalize secondary education, providing economic support from the state to the poorest families so they keep their adolescent children in the classrooms. We will not allow the lack of access to education to reproduce, generation after generation, an infernal cycle of misery.

We will chart a clear course on fighting crime and drugs. We are going to be tough on crime, but even tougher on the causes of crime. We are going to take a close look at the preventative orientation of the police force and we will provide it with more resources.

We will improve the mechanisms for reporting crime, and, in particular, for reporting domestic violence, the most insidious and widespread type of crime.

We will fight without rest against drug trafficking. And not just large-scale drug trafficking – the kind that requires us to patrol our seas and our airports – but especially the small-scale trafficking of drugs, which occurs on corners in our neighborhoods, in parks in our communities, in doorways and halls at our high schools. That will be one of the main priorities in terms of the security of our citizens.

Starting today we will chart a clear course for our efforts to modernize the state. We will focus urgently on the task of providing the country with agile, efficient and transparent institutions that will support the pursuits of our citizens rather than undermine them; that will be instruments of, and not obstacles to, democratic governance.

We will chart a clear course for national investment in infrastructure and transportation. Nevermore will our highways, ports and airports be a cause of national embarrassment; nevermore will our producers be condemned to pass through a nightmare in order to sell the fruits of their labor; nevermore will our most remote rural communities be relegated to isolation and underdevelopment.

From this day forward, we chart a clear course for our foreign policy. We return Costa Rica to its leading role in the international theater. Our foreign policy will be based on principles and values deeply rooted in Costa Rican history: defense of democracy, full promotion and protection of human rights, the struggle for global peace and disarmament; and commitment to human development.

We will again align our foreign policy with the peaceful ways of the Costa Rican people. We will defend multilateralism, we will strictly adhere to International Law and the founding principles of the United Nations Charter—the most fundamental safeguard against anarchy in the world.

As a country without an army, starting today we call on the world, especially industrialized nations, to come together so that, together, we might give life to the Costa Rican Consensus. With this initiative, we seek the establishment of mechanisms to forgive debts and provide international financial resources to developing countries that invest more and more in health, education, and housing for their people, and less and less in weapons and soldiers. It is time that the international financial community reward not just those who use resources prudently, as has been the case until now, but those who use resources morally.

Along these same lines, starting now, the protection of the environment and of the right to sustainable development will become a priority of our foreign policy. Our goal is that Costa Rica’s name becomes synonymous with basic human values: love of peace and love of nature. That will be our distinguishing mark as a country. That will be our calling card to the world.
I have left my most important commitment for last. Starting today, there will be a clear and unalterable path of honesty in public office.

This ethical path means speaking to Costa Ricans with honesty – always telling them what they should know, and not just what they want to hear. I have not arrived at this position to please any particular group, but rather to defend the interests of Costa Rican society as a whole, according to my abilities to understand them given my human limitations. I could err in my decisions, and surely I will many times, but I will never say or do anything with any criteria except this: the wellbeing of my country.

This ethical path means keeping campaign promises, a minimum requirement for Costa Ricans to believe in politics again. It means being accountable to citizens for all of our actions, as difficult as that may sometimes be. It means requiring the highest level of integrity and accountability from our partners. It means understanding the Presidency not as an opportunity to seek glory or popularity, but as a space to serve those who are most in need.

This, friends, is the path that Costa Rica embarks on today.

I would like to think that the path that I have outlined will inevitably result in a more prosperous Costa Rica for our children. I would like to think that the Presidential sash I wear is the talisman that will make it possible for us to arrive at the bicentennial of our independence as a developed nation. But there is no certainty in this—there are only possibilities.

I think that a good part of success will depend on the political maturity we demonstrate at this crucial time, on our high mindedness, on our willingness to devote ourselves to basic rules of civility, without which no form of democracy is possible.

For all of the political parties and social organizations of the country, I today have a message that is also a request. A request that we might work together for our future. A request that we might learn that no party and no organization has a monopoly on honesty, on patriotism, on good intentions, and on love for Costa Rica. A request that we might understand that the responsible exercise of political power is much more than pointing fingers, denouncing, and obstructing, and that it consists, above all, in carrying out dialogue, in collaborating, and in building. A request that we might know how to distinguish between adversaries and enemies; that we might understand that a willingness to compromise is not a sign of weakness, just as intransigence is not a sign of strength. A request that we might cast aside the meanness of our political debate; that we might raise our heads, look forward, and think in grand terms.

Only thus will we meet the grave responsibilities that we have before us as public officials, as political leaders, as social leaders, or simply as citizens.

Friends:

The rare privilege of living in a critical moment in history, when the old still has not died and the new still has not been born, has been given to us. At this crossroads, humanity must choose whether it will eliminate all forms of poverty or all forms of life on the planet.

We Latin Americans must choose whether we will nourish, with knowledge and patience, the democratic flower that has taken root or crush it beneath the weight of stale prejudices and our legendary tolerance of injustice.

We Costa Ricans must choose whether we will take our destiny in our hands, whether we will take advantage of our opportunities and create a prosperous country in which there is a dignified place for all, or whether, on the contrary, we will resign ourselves to seeing the world pass by at a distance, to squandering the achievements that we have accumulated, and to living, like that downfallen family in a tale of Jorge Luis Borges,_ “in the resentment and insipidness of poor decency.”_

All these paths are open, but the time in which we have to decide is not great. For my part, I choose life, democracy, and the challenge of changing in peace. It is time that humanity, Latin America, and Costa Rica change, not by chance, but out of conviction; not because there is no other path, but because it is the correct one.

With humility I ask all Costa Ricans – men and women, young and old, of all political persuasions and religious creeds – to accompany me in this undertaking. I am only the director that you have freely and temporarily chosen for this collective work that we begin today. But I clearly recognize that the actors and the protagonists, today, tomorrow, and always, will be you.

I ask all Costa Ricans to respond to fear with optimism; to powerlessness with enthusiasm; to paralysis with dynamism; to apathy with commitment; to small-mindedness with unbreakable faith in the bright future of Costa Rica.

And to God Almighty I ask that, with his infinite wisdom, He might guide our steps in this new era as we continue to build our beautiful and indestructible nation.

Thank you very much.

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Fuente: Casapres

Convenio 87 sobre la libertad sindical y la protección del derecho de sindicación

(+Nota:+ Fecha de entrada en vigor: 04:07:1950 .)
Lugar:(San Francisco)
+Fecha de adopción:+09:07:1948
+Sesion de la Conferencia:+31

La Conferencia General de la Organización Internacional del Trabajo:
Convocada en San Francisco por el Consejo de Administración de la Oficina Internacional del Trabajo, y congregada en dicha ciudad el 17 junio 1948 en su trigésima primera reunión;

Después de haber decidido adoptar, en forma de convenio, diversas proposiciones relativas a la libertad sindical y a la protección del derecho de sindicación, cuestión que constituye el séptimo punto del orden del día de la reunión;

Considerando que el preámbulo de la Constitución de la Organización Internacional del Trabajo enuncia, entre los medios susceptibles de mejorar las condiciones de trabajo y de garantizar la paz, «la afirmación del principio de la libertad de asociación sindical»;

Considerando que la Declaración de Filadelfia proclamó nuevamente que «la libertad de expresión y de asociación es esencial para el progreso constante» ;

Considerando que la Conferencia Internacional del Trabajo, en su trigésima reunión, adoptó por unanimidad los principios que deben servir de base a la reglamentación internacional, y

Considerando que la Asamblea General de las Naciones Unidas, en su segundo período de sesiones, hizo suyos estos principios y solicitó de la Organización Internacional del Trabajo la continuación de todos sus esfuerzos a fin de hacer posible la adopción de uno o varios convenios internacionales, adopta, con fecha nueve de julio de mil novecientos cuarenta y ocho, el siguiente Convenio, que podrá ser citado como el Convenio sobre la libertad sindical y la protección del derecho de sindicación, 1948:

Parte I. Libertad Sindical

Artículo 1
Todo Miembro de la Organización Internacional del Trabajo para el cual esté en vigor el presente Convenio se obliga a poner en práctica las disposiciones siguientes.

Artículo 2
Los trabajadores y los empleadores, sin ninguna distinción y sin autorización previa, tienen el derecho de constituir las organizaciones que estimen convenientes, así como el de afiliarse a estas organizaciones, con la sola condición de observar los estatutos de las mismas.

Artículo 3
1.
Las organizaciones de trabajadores y de empleadores tienen el derecho de redactar sus estatutos y reglamentos administrativos, el de elegir libremente sus representantes, el de organizar su administración y sus actividades y el de formular su programa de acción.

2. Las autoridades públicas deberán abstenerse de toda intervención que tienda a limitar este derecho o a entorpecer su ejercicio legal.

Artículo 4
Las organizaciones de trabajadores y de empleadores no están sujetas a disolución o suspensión por vía administrativa.

Artículo 5
Las organizaciones de trabajadores y de empleadores tienen el derecho de constituir federaciones y confederaciones, así como el de afiliarse a las mismas, y toda organización, federación o confederación tiene el derecho de afiliarse a organizaciones internacionales de trabajadores y de empleadores.

Artículo 6
Las disposiciones de los artículos 2, 3 y 4 de este Convenio se aplican a las federaciones y confederaciones de organizaciones de trabajadores y de empleadores.

Artículo 7
La adquisición de la personalidad jurídica por las organizaciones de trabajadores y de empleadores, sus federaciones y confederaciones no puede estar sujeta a condiciones cuya naturaleza limite la aplicación de las disposiciones de los artículos 2, 3 y 4 de este Convenio

Artículo 8
1.
Al ejercer los derechos que se les reconocen en el presente Convenio, los trabajadores, los empleadores y sus organizaciones respectivas están obligados, lo mismo que las demás personas o las colectividades organizadas, a respetar la legalidad.

2. La legislación nacional no menoscabará ni será aplicada de suerte que menoscabe las garantías previstas por el presente Convenio.

Artículo 9
1.
La legislación nacional deberá determinar hasta qué punto se aplicarán a las fuerzas armadas y a la policía las garantías previstas por el presente Convenio.

2. De conformidad con los principios establecidos en el párrafo 8 del artículo 19 de la Constitución de la Organización Internacional del Trabajo, no deberá considerarse que la ratificación de este Convenio por un Miembro menoscaba en modo alguno las leyes, sentencias, costumbres o acuerdos ya existentes que concedan a los miembros de las fuerzas armadas y de la policía garantías prescritas por el presente Convenio.

Artículo 10
En el presente Convenio, el término organización significa toda organización de trabajadores o de empleadores que tenga por objeto fomentar y defender los intereses de los trabajadores o de los empleadores.

Parte II. Protección del Derecho de Sindicación
Artículo 11

Todo Miembro de la Organización Internacional del Trabajo para el cual esté en vigor el presente Convenio se obliga a adoptar todas las medidas necesarias y apropiadas para garantizar a los trabajadores y a los empleadores el libre ejercicio del derecho de sindicación.

Parte III. Disposiciones Diversas

Artículo 12
1.
Respecto de los territorios mencionados en el artículo 35 de la Constitución de la Organización Internacional del Trabajo, enmendada por el Instrumento de enmienda a la Constitución de la Organización Internacional del Trabajo, 1946, excepción hecha de los territorios a que se refieren los párrafos 4 y 5 de dicho artículo, tal como quedó enmendado, todo Miembro de la Organización que ratifique el presente Convenio deberá comunicar al Director General de la Oficina Internacional del Trabajo, en el plazo más breve posible después de su ratificación, una declaración en la que manifieste:

a) los territorios respecto de los cuales se obliga a que las disposiciones del Convenio sean aplicadas sin modificaciones;

b) los territorios respecto de los cuales se obliga a que las disposiciones del Convenio sean aplicadas con modificaciones, junto con los detalles de dichas modificaciones;

c) los territorios respecto de los cuales es inaplicable el Convenio y los motivos por los que es inaplicable;

d) los territorios respecto de los cuales reserva su decisión.

2. Las obligaciones a que se refieren los apartados a) y b) del párrafo 1 de este artículo se considerarán parte integrante de la ratificación y producirán sus mismos efectos.

3. Todo Miembro podrá renunciar, total o parcialmente, por medio de una nueva declaración, a cualquier reserva formulada en su primera declaración en virtud de los apartados b), c) o d) del párrafo 1 de este artículo.

4. Durante los períodos en que este Convenio pueda ser denunciado, de conformidad con las disposiciones del artículo 16, todo Miembro podrá comunicar al Director General una declaración por la que modifique, en cualquier otro aspecto, los términos de cualquier declaración anterior y en la que indique la situación en territorios determinados.

Artículo 13
1.
Cuando las cuestiones tratadas en el presente Convenio sean de la competencia de las autoridades de un territorio no metropolitano, el Miembro responsable de las relaciones internacionales de ese territorio, de acuerdo con el gobierno del territorio, podrá comunicar al Director General de la Oficina Internacional del Trabajo una declaración por la que acepte, en nombre del territorio, las obligaciones del presente Convenio.

2. Podrán comunicar al Director General de la Oficina Internacional del Trabajo una declaración por la que se acepten las obligaciones de este Convenio:

a) dos o más Miembros de la Organización, respecto de cualquier territorio que esté bajo su autoridad común; o

b) toda autoridad internacional responsable de la administración de cualquier territorio, en virtud de las disposiciones de la Carta de las Naciones Unidas o de cualquier otra disposición en vigor, respecto de dicho territorio.

3. Las declaraciones comunicadas al Director General de la Oficina Internacional del Trabajo, de conformidad con los párrafos precedentes de este artículo, deberán indicar si las disposiciones del Convenio serán aplicadas en el territorio interesado con modificaciones o sin ellas; cuando la declaración indique que las disposiciones del Convenio serán aplicadas con modificaciones, deberá especificar en qué consisten dichas modificaciones.

4. El Miembro, los Miembros o la autoridad internacional interesados podrán renunciar, total o parcialmente, por medio de una declaración ulterior, al derecho a invocar una modificación indicada en cualquier otra declaración anterior.

5. Durante los períodos en que este Convenio pueda ser denunciado de conformidad con las disposiciones del artículo 16, el Miembro, los Miembros o la autoridad internacional interesados podrán comunicar al Director General una declaración por la que modifiquen, en cualquier otro respecto, los términos de cualquier declaración anterior y en la que indiquen la situación en lo que se refiere a la aplicación del Convenio.

Parte IV. Disposiciones Finales

Artículo 14
Las ratificaciones formales del presente Convenio serán comunicadas, para su registro, al Director General de la Oficina Internacional del Trabajo.

Artículo 15
1.
Este Convenio obligará únicamente a aquellos Miembros de la Organización Internacional del Trabajo cuyas ratificaciones haya registrado el Director General.

2. Entrará en vigor doce meses después de la fecha en que las ratificaciones de dos Miembros hayan sido registradas por el Director General.

3. Desde dicho momento, este Convenio entrará en vigor, para cada Miembro, doce meses después de la fecha en que haya sido registrada su ratificación.

Artículo 16
1.
Todo Miembro que haya ratificado este Convenio podrá denunciarlo a la expiración de un período de diez años, a partir de la fecha en que se haya puesto inicialmente en vigor, mediante un acta comunicada, para su registro, al Director General de la Oficina Internacional del Trabajo. La denuncia no surtirá efecto hasta un año después de la fecha en que se haya registrado.

2. Todo Miembro que haya ratificado este Convenio y que, en el plazo de un año después de la expiración del período de diez años mencionado en el párrafo precedente, no haga uso del derecho de denuncia previsto en este artículo quedará obligado durante un nuevo período de diez años, y en lo sucesivo podrá denunciar este Convenio a la expiración de cada período de diez años en las condiciones previstas en este artículo.

Artículo 17
1. El Director General de la Oficina Internacional del Trabajo notificará a todos los Miembros de la Organización Internacional del Trabajo el registro de cuantas ratificaciones, declaraciones y denuncias le comuniquen los Miembros de la Organización.

2. Al notificar a los Miembros de la Organización el registro de la segunda ratificación que le haya sido comunicada, el Director General llamará la atención de los Miembros de la Organización sobre la fecha en que entrará en vigor el presente Convenio.

Artículo 18
El Director General de la Oficina Internacional del Trabajo comunicará al Secretario General de las Naciones Unidas, a los efectos del registro y de conformidad con el artículo 102 de la Carta de las Naciones Unidas, una información completa sobre todas las ratificaciones, declaraciones y actas de denuncia que haya registrado de acuerdo con los artículos precedentes.

Artículo 19
A la expiración de cada período de diez años, a partir de la fecha en que este Convenio entre en vigor, el Consejo de Administración de la Oficina Internacional del Trabajo deberá presentar a la Conferencia General una memoria sobre la aplicación de este Convenio, y deberá considerar la conveniencia de incluir en el orden del día de la Conferencia la cuestión de la revisión total o parcial del mismo.

Artículo 20
1. En caso de que la Conferencia adopte un nuevo convenio que implique una revisión total o parcial del presente, y a menos que el nuevo convenio contenga disposiciones en contrario:

a) la ratificación, por un Miembro, del nuevo convenio revisor implicará, ipso jure, la denuncia inmediata de este Convenio, no obstante las disposiciones contenidas en el artículo 16, siempre que el nuevo convenio revisor haya entrado en vigor;

b) a partir de la fecha en que entre en vigor el nuevo convenio revisor, el presente Convenio cesará de estar abierto a la ratificación por los Miembros.

2. Este Convenio continuará en vigor en todo caso, en su forma y contenido actuales, para los Miembros que lo hayan ratificado y no ratifiquen el convenio revisor.

Artículo 21
Las versiones inglesa y francesa del texto de este Convenio son igualmente auténticas.


Fuente : OIT
y www.anep.or.cr

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Lista de Convenios Internacionales de la Organización Internacional del Trabajo vigentes en Costa Rica de Datos/Tratados NIT/lista convenios oit- ratificados c.r