La decisión del presidente de Estados Unidos George W. Bush de atacar Irak, sin la aprobación del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, se sustentó en dos argumentos que resultaron desmentidos: la presencia de armas de destrucción masiva y la asociación de Hussein con Osama bin Laden.
La ocupación del territorio iraquí durante estos años no ha traído ni paz ni estabilidad. La guerra continúa. Todos los días hay violencia en Bagdad, Basora, Kerbala, Mosul y muchas otras ciudades. El país está sumido en un caos que nadie sabe cuándo terminará.
No hay estadísticas precisas de los civiles muertos en Irak desde la invasión, pero las estimaciones de la Brookings Institution (The Iraq Index) sitúan el número en cerca de 150 mil personas. Otros estudios muestran datos tres o cuatro veces superiores.
De acuerdo con la BBC, un total de 2 millones de iraquíes han abandonado el país y 1,7 millones han sido desplazados internamente a causa de la violencia. Según el Alto Comisionado para los Refugiados de las Naciones Unidas (ACNUR) este éxodo es el mayor movimiento de personas en la región desde la movilización de palestinos en 1948.
La situación económica y social es lastimosa. El 43% de los iraquíes vive en extrema pobreza; más del 50% de la población activa no tiene trabajo, 6 millones de personas precisan ayuda humanitaria y la inflación llega al 40%.
La red de hospitales y centros de salud iraquíes, otrora admirada, ha sido severamente dañada por la guerra. De un total de 34 mil médicos antes de la invasión, la mitad ha emigrado. El brote del cólera del año 2007, el más grave en el país, puso de relieve el deplorable estado del sistema sanitario. Solo el 40% de la población tiene acceso al agua potable.
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) ha señalado que “la situación de la niñez iraquí es más precaria que nunca”. Decenas de miles de niños han perdido a sus padres; se calcula que al menos 2 millones tienen problemas de malnutrición, y más de 800 mil escolares han dejado de asistir a la primaria.
Pero la destrucción va mas allá de lo humano y lo material. La catástrofe cultural en Irak ha conmovido al mundo. Primero fue el saqueo del Museo Nacional, que contenía uno de los acervos históricos más importantes de la humanidad, con reliquias de las culturas babilónica, sumeria y asiria. Después, la expoliación e incendio de la Biblioteca Nacional, que perdió más de 1 millón de libros, mapas y archivos. Esta devastación es un crimen contra la humanidad y constituye una pérdida irreparable para nuestra civilización.
Las encuestas más recientes señalan que el 78% de la población iraquí califica la situación actual como mala o muy mala, solo el 23% tiene la esperanza de que mejore, el 80% se opone a la presencia de las fuerzas de ocupación, y el 46% ha presenciado el asesinato o el secuestro de algún familiar o amigo.
Resulta incomprensible que tanto dolor y sufrimiento se haya gestado para satisfacer los intereses económicos de unos pocos, para mantener un balance geopolítico cuestionable, o para derrocar a un dictador. Es hora de poner punto final a esta ordalía y acabar con una guerra que no debió ocurrir. Ojalá el próximo ocupante de la Casa Blanca así lo entienda.
03/08/2008