En medio de una compleja coyuntura en Centroamérica, en la que Washington mueve sus piezas en el tablero geopolítico regional pensando en contener a Brasil o Venezuela, y donde los sectores más reaccionarios estrechan filas para la defensa del statu quo, Costa Rica se prepara para las elecciones presidenciales y legislativas del 7 de febrero de 2010.
Dos encuestas de opinión publicadas recientemente, una pagada por el diario La Nación a una firma consultora, y otra elaborada por la Escuela de Estadística de la Universidad de Costa Rica, señalan una clara tendencia favorable a dos fuerzas que representan los intereses de la derecha: el Partido Liberación Nacional (PLN), actualmente en el gobierno y abanderado por la exvicepresidenta Laura Chinchilla; y el Movimiento Libertario (ML), miembro de la Internacional Liberal y de la Red Liberal de América Latina, y cuyo candidato Otto Guevara recrea una caricatura tropical de Silvio Berlusconi: con su populismo de “mano dura” y el uso en su publicidad del nada inocente logo de una “mano blanca”, que evoca a los escuadrones de la muerte de las dictaduras centroamericanas. Ambos partidos dirimirían el proceso en primera o segunda ronda electoral.
Que una organización de esta naturaleza llegue al poder en Costa Rica podría parecer un dato menor, dado el poco peso específico que tiene el país y su cercanía a la zona de influencia natural de los Estados Unidos; no obstante, el hecho pierde su velo de normalidad cuando ubicamos un eventual triunfo del PLN o el ML como parte de la escalada del “eje derechista-panamericano”, que se viene conformando en nuestra América a partir del golpe en Honduras y la instalación de las bases militares norteamericanas en Colombia y Panamá.
El PLN (1951), que alguna vez, en el remoto pasado de sus intelectuales más lúcidos, abrazó el ideario socialdemócrata y se nutrió del pensamiento de reconocidas figuras latinoamericanas, como el dominicano Juan Bosch (autor del clásico libro De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe, frontera imperial), por citar solo un ejemplo, sufrió una mutación ideológica y desde mediados de los años 1980 devino en una irreconocible caja de resonancia del Consenso de Washington. Y así ha sido hasta la fecha: alineado con los ejes maestros de la política exterior de Estados Unidos y con los postulados de la globalización neoliberal. Véase, si no, el rol desempeñado por el presidente Oscar Arias como (falso) mediador en la crisis política en Honduras, cuya “obsecuencia para con el gorilato hondureño ha llegado a grados deplorables” (LA JORNADA de México, 30-11-2009); o el hecho de que el PLN reclutó ahora, como candidato a la vicepresidencia de la República, a un prominente banquero privado, exconsultor del Banco Mundial y que, hasta hace poco tiempo, se desempeñó como gerente general en Costa Rica de un banco multinacional de origen canadiense.
Por su parte, el Movimiento Libertario (1994) ha sido vinculado tradicionalmente a la defensa de casinos, casas de apuestas internacionales y al financiamiento de sus actividades partidarias con capital extranjero. No por casualidad, comparte genealogía ideológica, entre otros, con los partidos Cambio Democrático de Panamá (que llevó a la presidencia a Ricardo Martinelli); el Liberal de Honduras (al que pertenece el golpista Roberto Michelleti y sus facciosos representantes en el Congreso de ese país); el Movimiento Vamos con Eduardo, del opositor nicaragüense Eduardo Montealegre; el Partido Liberal Radical Auténtico del Paraguay, cuyo líder Federico Franco ha sido acusado de conspirar contra el presidente Fernando Lugo; y con el Centro de Divulgación del Conocimiento Económico para la Libertad (CEDICE) de Venezuela, que en mayo de este año organizó en Caracas un encuentro con Mario Vargas Llosa y sus acólitos del neoliberalismo impenitente.
Desgraciadamente, el panorama que se percibe en el país por estos días es el de una sociedad derechizada, que sobrevive en la resignación, la indolencia política y cada vez más sometida por el sentido común neoliberal. Algo impensable hace apenas dos años, cuando un vigoroso movimiento social, inédito en nuestra historia, estuvo a punto de derrotar en referéndum el Tratado de Libre Comercio (TLC) con los Estados Unidos.
¿Qué pasó, entonces? Responder a esta pregunta requiere un análisis exhaustivo de la realidad costarricense, pero apuntamos dos posibles factores: uno, que la riqueza, diversidad y profundidad crítica del Movimiento Patriótico contra el TLC no logró traducirse en un proyecto político común sobre esa otra Costa Rica posible, y en consecuencia, la construcción de la plataforma electoral (una coalición) que permitiría el acceso al gobierno de la República de una nueva fuerza política de base social-popular, no pasó de ser una quimera. Imperó, al final, el recelo sectario entre partidos de centro-izquierda e izquierda y el cálculo de quienes ambicionan el poder (o sus migajas).
El otro factor tiene que ver con la problemática de violencia, inseguridad y criminalidad que, según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, hace de Centroamérica la región más violenta del mundo. En Costa Rica, esta situación estimuló a los candidatos que marchan a la cabeza en las encuestas, a lanzar promesas y discursos que presentan las políticas de “mano dura” que han fracasado en toda la región como novedosa solución contra la delincuencia. Mientras tanto, los grandes problemas nacionales son sistemáticamente relegados de las campañas mediáticas y el casi inexistente debate público. Así, la ilusión de la seguridad se convirtió en la fórmula elegida por los publicistas políticos para ganar adeptos entre las masas dominadas por el miedo (a la crisis, al desempleo, a los delincuentes, y al verdadero cambio).
En agosto de este año, planteábamos en un artículo que en las elecciones del 2010 el país se enfrentaría a una encrucijada: la de seguir siendo sólo un eslabón más de la globalización neoliberal, útil a los intereses de los Estados Unidos y el capital transnacional; o construir una alternativa social y popular desde la cual repensar el destino y los posibles rumbos de la sociedad costarricense. Hoy, a ocho semanas de las votaciones, y salvo que ocurra algo inesperado, parece claro que la primera de esas opciones será la que se imponga en la contienda.
Neoliberalismo, “mano dura” y “mano blanca” auguran malos tiempos para la democracia en Costa Rica.
* AUNA-Costa Rica
Fuente: http://informa-tico.com