En esa entrevista Mr. Watson evita exabruptos abiertamente homofóbicos, misóginos y racistas (aunque su concepto acerca de los “perdedores genéticamente determinados” deja en pie tamaña duda). Mas eso no es lo principal. Sobre todo son llamativas sus múltiples referencias al poder de la genética como instrumento de control del cuerpo. Esta joyita (entre otras que se podrían citar), tomada de la mencionada entrevista, lo ilustra con acongojante elocuencia: “Creo que a todo el mundo se le debería sacar su huella genética al nacer. Lo que significaría que todo el mundo tendría una tarjeta de identidad. La gente puede decir que eso puede ser usado de forma perversa, sabríamos quienes son todos los ciudadanos y sería más difícil hacer trampa. La mayoría de las personas, me imagino, piensan que van a necesitar hacer trampa en algún momento y no van a querer que el ADN se imponga en su camino”.
Inevitablemente pensé en Foucault: es, claramente, el discurso médico como dispositivo de poder que regula y controla el cuerpo humano. Pero en este caso llevado al extremo: el control total del cuerpo y la mente. Así, lo que Watson propone es un proyecto que, vestido con trajes científicos, tienen tenebrosas consecuencias políticas. Su propuesta haría realidad las peores utopías totalitarias. Es como si Aldous Huxley y su Mundo Feliz hubiesen encontrado su Premio Nobel de forma mediada, a través de este siniestro personaje.
Posiblemente Mr. Watson no tenga ni la menor idea de quien sea Foucault y de seguro lo tendrá sin cuidado lo que haya escrito Huxley. Pero sí podemos decir que el suyo es un caso límite que ilustra con crudeza acerca de la arrogancia y las carencias éticas que, con más frecuencia de la deseable, se expresan en las versiones dominantes de las llamadas ciencias “duras”. No por casualidad reciben ese apelativo: “duras”. Ello remite a imaginarios masculinizantes de poder y subordinación sobre la naturaleza y sobre el ser humano.
Ignoro que dijo este señor en su conferencia en la UCR. No es descabellado pensar que no habrá sido nada demasiado distinto de lo que dice en esta entrevista. Bueno, pues es del caso que fue esa conferencia y la desafortunada decisión previa del Consejo Universitario, lo que desató una tremolina que de forma casi unánime condenaba la decisión de ese Consejo como atentatoria contra la libre expresión del pensamiento. Con el mismo ardor se recetaba el debate sin ataduras.
A algunos el traje les queda grande. Eso de pontificar sobre libre expresión de las ideas no resulta elegante tratándose de cierta gente que sistemáticamente restringe esa libertad. De momento no reparemos en ese escandaloso ejercicio de doble moral. Lo que me interesa es subrayar un punto: la confusión babeliana que esto suscitó.
Primero, en relación con la noción abstracta de libertad de expresión que mucha gente se dedicó a defender. Se perdió así de vista algo esencial: que todo derecho conlleva una responsabilidad. Abusar de la libertad de expresión para convertirla en instrumento de difusión de discursos de odio que hacen apología de la violencia, la discriminación o el crimen implica corromper ese derecho fundamental.
En la misma línea tendió a confundirse el debate de ideas con la “libre” emisión de discursos de odio. Alguien lo ilustraba con notable claridad cuando decía más o menos lo siguiente: “solo falta que luego quieran impedir una conferencia de Vargas Llosa por ser neoliberal”. Hubo quien multiplicó los ejemplos: de Hegel a Neruda; de Borges a Sartre, etc. Admitamos, volviendo a Vargas Llosa, que el neoliberalismo es una ideología que ha traído mucho dolor a la humanidad, no obstante lo cual sí es posible y necesario un debate inteligente y respetuoso acerca de las presuntas ventajas o inconveniencias de un programa económico inspirado en esa ideología. Muy distinto es levantar tribuna para desde ahí convocar a la violencia contra las mujeres o las personas negras u homosexuales. Puesto de la forma más cruda: ¿Consideramos aceptable, como expresión de la “libre emisión del pensamiento”, lo que hoy mismo se hace en Uganda donde medios de prensa llaman abiertamente al asesinado de líderes homosexuales?
El Consejo Universitario de la UCR ciertamente cometió un grave error. Aplicar censura a priori nunca es una buena idea. Pero su preocupación de fondo es válida, en cuanto atendía a la posibilidad de que se haga del campus una plataforma desde la cual difundir el odio.
Nos queda mucho por aprender. Primero, a diferenciar entre el debate de ideas y la promoción del odio, sobre todo cuando en nuestra realidad, incluso la universitaria, proliferan más o menos disimulados este último tipo de discursos. Segundo, a entender que también la libertad de expresión es un derecho que exige responsabilidad.
*especial para ARGENPRESS.info
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Adjuntamos La Nación S.A., del 6 de febrero de 2011, con la entrevista a la cual se refiere Luis Paulino Vargas Solís en su artículo. Ver páginas 16 y 17.
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