Gracias a las convicciones democráticas del Diario Extra, en el campo del respeto a la Libre Expresión, ANEP publica, semanalmente, en días miércoles, esta columna.
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Fíjese cuidadosamente en este otro dato: Dentro del 20 % de la población más rica del país, el ingreso promedio, por persona, es de 560 mil colones mensuales; pero, si nos fijamos en el ingreso, por cabeza, en el 20 % de la gente más pobre, el dato es más que dramático: 20.358 colones en promedio. Para empeorar las cosas, 32 % de la clase trabajadora, gana menos de 130 mil colones al mes.
Los anteriores no son datos “sindicales”. Proceden del proyecto “Estado de la Nación”, algo así como el “think tank” (tanque de pensamiento) que más respetan en las esferas del tradicional poder costarricense. De nuestra parte, estamos seguros de que se trata de cifras que proceden de investigaciones serias, realizadas con mucho profesionalismo y que, por tanto, merecen credibilidad.
Estamos hablando de parte de las cifras más impactantes que muestran el avance de la desigualdad en nuestra Patria, que no es lo mismo que hablar sobre el tema de la pobreza, tan llevado y traído por la clase política tradicional, esa que se reproduce cada cuatro años, con base en las necesidades y en la miseria de esa pobreza.
Habiendo sido Costa Rica un país que ha fundamentado su convivencia en democracia, apostando a la estabilidad y a la gobernabilidad por medio del desarrollo de la clase media en sus diversos estratos, el tema de la desigualdad se vuelve más que estratégico con ocasión de las elecciones presidenciales y diputadiles de febrero de 2010.
Si usted decide ponerle cuidado a las ofertas electorales ligadas a la preservación del status quo dominante (ese de la concentración abusiva de la riqueza y de la corrupción institucionalizada con ropaje legal, que es el manejo de la cosa pública para lucro privado); usted notará desgarramientos de vestiduras por la pobreza, por la gente sencilla de nuestro pueblo que tienen sumida en la pobreza, atendida por el programa social de turno, sencillamente porque no conviene la erradicación estratégica de esa pobreza, en el tanto la misma es la que proporciona los votos para ganar elecciones. La pobreza, por tanto y de cara a las elecciones de febrero entrante, ocupará agenda primordial, otra vez, en los programas partidarios que tienen la misión de reproducir el sistema vigente de exclusión social y de corrupción institucionalizada.
Pero, paralelamente, usted notará que esas ofertas electorales tradicionales, nada dicen de la desigualdad. Nada dirán, por ejemplo, sobre la imperiosa necesidad de una reforma tributaria estructural; nada dirán sobre cómo variar la abusiva estructura de fijación de precios de los combustibles; nada dirán acerca del manejo de las tasas de interés y del estrangulamiento crediticio que vive la clase media; nada dirán acerca de variaciones profundas en la política pública que abandonó el apoyo a la micro, a la pequeña y a la mediana empresa; nada dirán de modificaciones sustanciales en la política salarial, sabiendo, como demostrado está, que a través del salario se puede mejorar la distribución de la riqueza; nada sobre la recuperación de la función socioproductiva del sistema financiero costarricense.
El crecimiento de la desigualdad, como discurso electoral de los partidos de los sectores dominantes, se vuelve subversivo y, por tanto, es de esperar que sea desde el seno de las ofertas electorales que se dicen “distintas”, donde podamos encontrar los planteamientos más serios en este delicado asunto que reflejan los datos que hemos comentado. Combatir, atenuar, erradicar el tema de la creciente desigualdad, es algo mucho más profundo que la coyuntura electoral del 2010. Pero hay que empezar ese camino, al menos, desnudando y denunciando la cortedad oportunista y utilitaria de la demagogia tradicional sobre la pobreza; y, a la vez, demandando el abordaje abierto y claro del tema de la desigualdad.