Entre lágrimas y consignas despiden a activista Marcelo Rivera
Casi siempre son los parientes y amigos más cercanos, los que despiden con llanto abierto a un fallecido. Raras veces en un entierro se ve llorar a todos los asistentes. El sepelio de Gustavo Marcelo Rivera Moreno es uno de esos casos excepcionales, un llanto colectivo de centenares de niños, jóvenes y ancianos, mujeres y hombres.
Desaparecido durante tres semanas y luego encontrado asesinado, con rasgos de torturas.
Representantes del movimiento ecologista de Cabañas afirman que Rivera Moreno fue víctima de persecución y amenazas durante los últimos meses, especialmente después de las elecciones legislativas y municipales del 18 de enero, cuando encabezó las protestas contra el supuesto fraude que pretendía efectuar José Ignacio Bautista, alcalde arenero de San Isidro, que logró su reelección una semana después, al reanudarse los comicios.
Desde hace cinco años, Gustavo Marcelo también lideraba la resistencia a los proyectos de Pacific Rim, empresa minera canadiense que ha demandado al Estado salvadoreño ante un tribunal corporativo del Banco Mundial, por negarle el permiso para reabrir la mina El Dorado, a sólo dos kilómetros del casco urbano de San Isidro.
“Combatió a la amenaza minera desde su rol como maestro, promotor cultural, directivo de una organización ciudadana y dirigente político”, dice Francisco Pineda, líder del Comité Ambiental de Cabañas.
Gustavo Marcelo, al momento de desaparecer –el jueves 18 de junio– se desempeñaba como Director de la Casa de la Cultura de San Isidro, represente legal de la Asociación Amigos de San Isidro Cabañas (ASIC), miembro de la Mesa Nacional frente la Minería Metálica e integrante de la Directiva Departamental del FMLN en Cabañas.
El pasado viernes 10 de julio, personeros del Instituto de Medicina Legal confirmaron a sus familiares que el cadáver –encontrado tres días antes adentro de un pozo a unos 30 metros de profundidad– correspondía a Gustavo Marcelo.
“Fueron veinte días de angustiosa búsqueda”, expresa Miguel Rivera, quien no ha tenido tiempo para llorar a su hermano. Su indignación pesa más que la tristeza. Le molesta que la Fiscalía y la Policía se adelanten a declarar que “se trata de un caso de delincuencia común” porque Gustavo Marcelo “departía con un grupo de mareros que le quitaron la vida luego de una acalorada discusión”.
Miguel sostiene que su hermano no era borracho, ni fumador y que tampoco se relacionaba con miembros de pandillas.
“Las líneas de investigación deben partir de las amenazas que recibió, debido a su oposición a la minería metálica y por su resistencia al fraude de ARENA en San Isidro”, considera el representante de una ONG de derechos humanos, que pide el anonimato.
Pobladores de San Isidro también comentan cómo la personalidad de Rivera Moreno era denigrada en publicaciones oficiales de la municipalidad de San Isidro. “En el programa de las últimas fiestas patronales, y en un panfleto que apareció después, lanzaban todo tipo de ofensas contra él”, comenta un miembro del “comité de búsqueda de Marcelo”, brigada de vecinos que recorrió caminos, montes y ríos de zona buscándole.
El sábado 11 de julio, a las dos de la tarde, el sol, en San Isidro, quemaba más que en cualquier otro lugar. Después de la misa de cuerpo presente los centenares de personas acompañan al profesor, ambientalista, promotor cultural y activista político, en su último paseo por el pueblo que defendió, antes de ir al sitio donde descansará para siempre de las luchas terrenales.
Sale de la Casa de la Cultura, donde habían sido velados sus restos. Pasa frente a su vivienda en construcción. Avanza hacia la sede de ASIC y retorna al centro del pueblo, donde un grupo de jóvenes le saluda con “Camarada”, su canción favorita del venezolano grupo “Los Guaraguao”.
Quienes encabezan la marcha fúnebre se turnan cargando el féretro. Atrás, un grupo de jóvenes portan una manta: “Marcelo. Nadie callará tu voz, ni cesará tu lucha. ¡Exigimos justicia! Podrán matar a las personas, pero no las ideas”.
Luego, la multitud. Una mujer se desmaya. Se oyen los llantos, las voces: “Me gustaba cuando la hacía de Cipitío”, confiesa una niña. “Él llegó a la comunidad, nos abrió los ojos”, expresa una mujer.
Gustavo Marcelo pasa luego por la Escuela, después frente al puesto policial que poco interés muestra en investigar la desaparición y asesinato. “La policía de aquí protege más al alcalde que al pueblo”, se queja un señor. ¡Deben ser depurados!, demanda.
La angustiada madre alcanzó a llegar hasta la entrada del cementerio. Su hijo fue hasta el final, hasta donde dijo que llegaría. Antes de sepultarlo: un cántico, una oración, muchas consignas, las palabras de un familiar, otra canción, un rezo, un discurso del diputado Sigfrido Reyes, del FMLN. Todos quieren decir algo a Gustavo Marcelo, antes de partir.
“Aquí se queda tu San Isidro, tu río Titihuapa, con sus cerros liberados de las minas. Aquí seguimos tu camino y defenderemos con orgullo nuestra herencia para que mañana, cuando encontremos a un niño leyendo bajo la sombra de un árbol, advirtamos que es tu rostro, tu vivo rostro”, dice una de las cartas leídas.
Después, lágrimas y grito de consignas: “¿Qué quiere el pueblo de San Isidro? ¡Justicia!”. Y la exigencia a las autoridades de tocar fondo en las investigaciones, para encontrar a los responsables intelectuales y autores materiales de este crimen.
Fecha: 12/07/2009
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Agradecemos a Heidy Murillo Quesada, de FECON, por el reenvío de la información.