Hoy la Costa Rica políticamente consciente y crítica se duele con amargura del resultado de las elecciones. El triunfo aplastante de las derechas y del oscurantismo religioso; los tristes resultados obtenidos por el PAC; la manifiesta imposibilidad del Frente Amplio para posicionarse como una fuerza política de peso nacional. Y, sin embargo, nada de esto debería sorprender. Es algo que estaba escrito en el devenir político del período posterior al referendo de octubre 2007. De nada sirve hoy llorar sobre la leche derramada. La realidad está ahí y tan solo queda una cosa: enfrentarla de la mejor forma posible.
Es obligatorio trascender las lamentaciones. Ojalá podamos también superar algunas trabas en nuestra forma de razonar que tiende a limitar gravemente nuestra capacidad para la crítica racional. Me refiero, entre otras, a la tendencia –tan usual en las izquierdas al razonamiento principista y abstracto (que deviene agudamente descalificante por parte de algunos sectores), como también el refugiarse en tesis conspirativas que tienen un efecto tranquilizante –justo porque ofrecen una respuesta simple, geométrica y lineal pero que son engañosas pues tan solo enmascaran las complejidades de la realidad entre manos.
Esas son trampas metodológicas que, sugiero, debemos evitar. Lo acontecido este 7 de febrero debería ser asumido como una lección y un aprendizaje a partir de lo cual volver a construir. Pero, a su vez, ello demanda un esfuerzo por analizar la realidad con auténtico sentido crítico, es decir, sin concesiones ni maquillajes, incluyendo una buena dosis de autocrítica. He ahí, a su vez, una postura epistemológica que deberíamos observar con meticulosidad.
Propongo, para empezar, un recuento de hechos. Seguramente no será completo. Refleja, además, énfasis que me son propios, y que no necesariamente otras personas comparten. También hay de por medio un esfuerzo de interpretación que es debatible. Pero, a fin de cuentas, justo de eso se trata: hay que empezar por debatir y analizar lo acontecido y hacerlo sobre bases críticas y racionales. Si no somos capaces de tal cosa, tampoco lograremos aclarar estas tinieblas que hoy nos rodean y difícilmente podremos generar en el futuro respuestas mejores que las muy lamentables que hemos visto emerger durante el reciente proceso electoral.
Parto de una premisa que me parece muy básica, y que intento sustentar a lo largo de este artículo: la de que, más que un triunfo de las derechas, esta ha sido una derrota auto infligida del progresismo político nacional. En adelante, hablaré de progresismo considerando que es un término más amplio que podría incluir a quienes prefieren autodenominarse de centro
He aquí ese recuento que les propongo:
En perspectiva, el desenlace en las elecciones de 2006 y en el referendo de 2007, daban para pensar en la existencia de una importante fuerza política de oposición al neoliberalismo, que, a lo más, solo en parte era de izquierda, la cual tendía a confluir alrededor de ciertas tesis progresistas básicas. La significación que esa fuerza alcanzó, se realza a la luz de las condiciones tan desventajosas bajo las cuales se enfrentaron ambos procesos –en especial el del referendo-, más aún al considerar las irregularidades que en ambos casos se dieron.
El PAC y Solís atrajeron hacia sí el respaldo de esa fuerza socio-política progresista en las elecciones de 2006, pero no necesariamente porque se percibiese que ese partido representaba satisfactoriamente sus aspiraciones. En realidad, el PAC ha sido como al modo de un mínimo común denominador que, ante la amenaza neoliberal –y en especial la amenaza del arismo-, terminaba por ganarse adherencias que, de otra forma, habrían buscado un destino diferente. Creo que el comportamiento electoral observado ratifica tal cosa: el porcentaje de quienes se reconocen a sí mismos como seguidores o militantes del PAC resulta ser, consistentemente, tan solo una fracción de quienes finalmente votan por el PAC, siendo notable el hecho de que este partido crece justo en las últimas semanas y día antes de las elecciones. Es en ese momento cuando, no teniendo otra salida atractiva a mano, el progresismo nacional se moviliza y activa a favor de la única opción que –aunque limitadamente asume y representa algunas de sus aspiraciones y preocupaciones fundamentales.
El proceso del referendo sobre el TLC tuvo características muy distintas de las propias de un torneo electoral. Superó ampliamente los límites de lo partidario y dio lugar a novísimas formas de organización y participación. Nunca como entonces el progresismo nacional debatió y disintió con respeto, dialogó en búsqueda de acuerdos y trabajó y cooperó construyendo alternativas organizacionales y nuevas formulaciones ideológicas. Es indudablemente cierto que el TLC introducía un factor coagulante –quizá irrepetible que facilitaba establecer acuerdos. Pero también es verdad que en el proceso creció y se diversificó un tejido organizacional que, en principio, podría haber sobrevivido –al menos en una parte significativa más allá de la coyuntura TLC.
La derrota en el referendo provocó desmoralización y retraimiento y, por lo tanto, ocasionó una desmovilización relativa. También alimentó algunos de los comportamientos autodestructivos que, bajo ciertas circunstancias, tienden a aflorar en el progresismo nacional, sobre todo en algunos de los segmentos situados más a la izquierda, en este caso en la forma de una andanada de ácidas recriminaciones. A fin de cuentas, falló el debate racional en procura de dilucidar las causas de lo acontecido, y arrestos para, entonces, enfrentar la realidad generando respuestas novedosas. Eso es lo que no deberíamos dejar que se repita con motivo del lamentable resultado electoral que en este momento tenemos entre manos.
La posibilidad de construir una amplia unidad socio-política de oposición al neoliberalismo aportaba el criterio fundamental desde el cual construir esas nuevas respuestas. Esa unidad debía tratar de aprovechar los tejidos organizacionales y las redes de cooperación construidas durante la lucha contra el TLC y, a la vez, debía aportar la fuerza impulsora que permitiera, no solamente mantener vivas tales potencias organizacionales, sino insuflarles nueva vida, nuevas motivaciones y energías.
En los meses –y finalmente años posteriores al referendo, esa posibilidad fue malograda de forma lamentable, conforme reiterábamos –aquí y allá errores de la más variada naturaleza.
En sentido cronológico, un primer error surgió de algunos sectores de las bases ciudadanas organizadas, que se mostraban reacios a reconocer cualquier liderazgo que proviniera de los partidos. No hablo de los grupos que sustentan un rechazo radical al mecanismo electoral y convocan a no votar, sino que me refiero a grupos que sí aceptan como válida la participación electoral, pero en los cuales tendió a prevalecer un criterio democratista a ultranza que perdía de vista lo que, a mi juicio, es una exigencia insoslayable de la realidad: que los grandes problemas colectivos en una sociedad compleja como la de la Costa Rica actual, no pueden ser resueltos desde asambleas u organizaciones ciudadanas autónomas, cuando, en realidad, ello requiere de una articulación sistémica que trascienda lo local o sectorial, siendo ella la razón –creo que muy básica en virtud de la cual, los partidos siguen siendo un instrumento necesario (y solo eso, por cierto: un instrumento, ya que jamás deberían ser un fin en sí mismos). Lo anterior no niega que, en su nivel, la organización ciudadana autónoma constituya un instrumento muy poderoso de participación y construcción democrática.
Este criterio democratista tuvo también otra manifestación, distinta pero relacionada con la mencionada en el párrafo anterior: la de negarse a razonar en una perspectiva que incluyera las elecciones 2010. Entonces, el incorporar esto último dio lugar a que algunos sectores descalificaban tales propuestas como electoralistas. En realidad, me parece, 2010 debió haber sido observado y trabajado como una meta importante dentro de un camino de más largo alcance, que deseablemente debía moverse más allá –incluso mucho más allá de ese específico proceso electoral.
Un segundo error –pero de efectos, creo, muchísimo más importantes, realmente decisivos*vino de la negativa que desde un principio emitió el PAC en relación con cualquier posible diálogo conducente a la construcción de alguna unidad socio-política suficientemente amplia e inclusiva. En la etapa pos-referendo, y con miras al proceso electoral de 2010 (y, ojalá, más allá de este), se hacía inevitable que los partidos asumieran un liderazgo. Debían hacerlo, aún si, como he indicado, algunos sectores de la ciudadanía organizada se mostraban reacios a tal posibilidad. Debía ser un liderazgo muy democrático, respetuoso y dialógico, tal cual lo demandaban las extraordinarias experiencias de construcción organizativa y participación ciudadana gestadas durante la coyuntura de la lucha contra el TLC.
Pero, insisto, no veo quién ni cómo podía sustituir ese liderazgo, si este no era asumido por los propios partidos. Pero, entonces, el papel del PAC devenía ahí crucial: por razones obvias, ningún otro partido podía asumir la responsabilidad de convocar y conducir los necesarios procesos de diálogo. Porque, insoslayablemente, la convocatoria debía construirse como una invitación al diálogo. En primera instancia, el PAC debería haber convocado a ese diálogo a los demás partidos, incluso a los que no tenían representación parlamentaria, para, una vez construido un liderazgo político-partidario sólido y unificado, convocar a procesos más amplios de diálogo con la ciudadanía. La historia, sin embargo, es bien conocida: el PAC declinó asumir ese liderazgo.
Esto último generó un enorme vacío y propició que creciera la confusión y, con el tiempo, la fragmentación. En ese contexto surgieron múltiples iniciativas, en su mayoría desde organizaciones civiles. Aquí, sin embargo, emergió y se reiteró otro error: la prevalencia –al menos en algunos sectores de una tesis maximalista según la cual la unidad o alianza debía construirse exclusivamente con base en convenciones abiertas donde, sin restricciones de ningún tipo, debían elegirse todas las candidaturas: desde regidores hasta la presidencia.
Subrayo que, en general, esta propuesta reflejaba una noble inquietud democrática. Sin embargo, me parece que, a poco andar, fue mostrándose como una opción muy poco realista, y ello por una multitud de razones: desde el hecho de que no se estaban tomando en cuenta adecuadamente algunos intereses –en general perfectamente legítimos*de los partidos, hasta razones operativas y logísticas, atinentes a los plazos y recursos disponibles. Emergía aquí de nuevo una visión democratista que, no obstante sus buenas intenciones y honestidad, resultaba inapropiada frente a los problemas que la realidad planteaba. Esto complicó gravemente el establecimiento de acuerdos básicos, al menos entre aquellos sectores que, fuera del PAC, intentaban construir alguna alianza.
Así, con el pasar de los meses, y conforme se cerraban los canales de entendimiento entre los partidos, la gente que se había conjuntado y organizado contra el TLC tendió a disgregarse según el partido de sus preferencias. El proceso se agudizó cuando el PAC se negó incluso a considerar la posibilidad de construir alianzas cantonales. Muchas otras personas políticamente activas, que no tenía una adscripción partidaria específica, se sintieron defraudadas ante la incapacidad de los partidos para construir un liderazgo que convocara y aglutinara. Ello provocó mayor alejamiento y agudizó la dispersión.
Este proceso de descomposición simplemente ratificaba –por negación la importancia del liderazgo que debió haber sido ejercido por los partidos y, en especial, por el PAC. En ausencia de tal liderazgo, las fuerzas disgregantes se desataron libremente.
Luego, y para terminar de profundizar este proceso de descomposición, el PAC tomó una decisión que, de alguna manera, vino a ser la cereza sobre el pastel: buscó afanosamente romper la alianza –la cual se había profundizado considerablemente durante la coyuntura TLC con los sectores de izquierda y centro izquierda. Procuró, entonces, posicionarse en una suerte de centro derecha. Quizá haya sido ese un intento por reconciliarse con sectores de la oligarquía, devenidos acérrimos enemigos del PAC.
Quizá haya sido la respuesta generada a partir de un diagnóstico equivocado, según el cual para ganarse el electorado era preciso mostrarse “moderado” y lejano de las izquierdas. No se tomó en cuenta que esas izquierdas, en sus múltiples expresiones, dieron un aporte sustantivo al movimiento contra el TLC, sin el cual este difícilmente hubiese alcanzado la fuerza –y la convocatoria electoral que llegó a lograr. El caso es que ello profundizó el extrañamiento y lejanía respecto de sectores del progresismo nacional, de los cuales el PAC necesita para una más eficaz movilización electoral.
Otros partidos no lo hicieron mucho mejor que el PAC. El Frente Amplio fue capaz de ofrecer notables –incluso excelentes*candidatos y candidatas a las diputaciones, pero tendió a quedar atrapado en un voluntarismo simplista, que le hacía imaginar una realidad maleable y le infundía un cierto aire redentorista, en vez de asumir con criticidad las terribles limitaciones dentro de las cuales debía moverse. Haber entendido esto último quizá hubiera propiciado establecer oportunamente procesos más amplios de diálogo y entendimiento, que trascendieran las coaliciones cantonales que –justo es reconocer fueron promovidas activamente por el FA.
De tal forma, el progresismo nacional entra al proceso electoral habiendo dilapidado el acervo organizacional que le diera una fuerza impresionante en la lucha contra el TLC. Aquellos tejidos sociales y redes organizacionales estaban en jirones y lo poco que aún quedaba, terminó de ser desbaratado con el transcurrir de los primeros meses de la campaña electoral, en la cual el PAC jamás logró tener iniciativa. La coalición PAC-Alianza Patriótica-PIN, firmada en enero, como la lluvia de adhesiones de personalidades muy notables recibidas por el PAC en los últimos días previos a las elecciones, simplemente venían a ratificar la enorme confusión que incubó y condujo al desastre. Se creyó que de esa forma, y como por ensalmo, podía sustituirse la base organizacional y la movilización ciudadana destruidas.
Lo demás es una historia bastante trillada. Quizá la única sorpresa -muy relativa la dio el impacto provocado por la agresivísima campaña libertaria. Lo demás no tenía un gramo de novedad: los millones dilapidados por los partidos oligárquicos; la estupidez como marca distintiva de su campaña; el boicot sistemático de los medios; la irresponsabilidad, ligereza y arrogancia del Tribunal de Elecciones; la maquinaria clientelar. Ni siquiera la operación de asfixia financiera que los bancos aplicaron resulta sorprendente ¿No son estos, acaso, los tiempos de la tiranía en democracia? ¿O es que alguien podría ser tan iluso para pensar que el neoliberalismo se la querría poner fácil a sus opositores?
Quedan pendientes muchas preguntas, algunas de las cuales se relacionan directamente con el PAC: ¿Es el suyo un problema subsanable o nace estructuralmente de su misma base y concepción partidaria? ¿Podría el PAC ser en el futuro el eje sobre el cual construir una amplia alianza social y política progresista, o ha de intentarse tal cosa –algo bien difícil sin contar con este partido?
Podemos especular sobre posibles respuestas. De momento, diré que me parece que lo que ocurra en los próximos meses dentro de ese partido, podría ser decisivo para ir avizorando cuál podría ser su papel en el futuro.
La oligarquía neoliberal soñaba con aplastar a sus opositores y, por esta vez, lo logró. Pero esto es menos un triunfo del neoliberalismo que una derrota de la oposición progresista. No fueron sus aciertos, sino principalmente nuestros errores. Entender tal cosa podría marcar una diferencia sustantiva si en verdad aún abrigamos la esperanza de construir un futuro distinto.