Equilibrios que obsesionan

Dependiendo de la etapa del ciclo, así son los problemas. Durante la expansión, el rápido crecimiento crea presiones inflacionarias que son perjudiciales por sus consecuencias, no solo macroeconómicas sino también sociales. Es por ello que en ese momento conviene utilizar instrumentos monetarios restrictivos para abatir la inflación y aplicar mecanismos compensatorios para ayudar a quienes padecen la reducción de su poder adquisitivo.

En la etapa recesiva, por el contrario, cuando la inversión privada y la producción se contraen y el consumo se desploma, el mal que acecha es el desempleo. Las empresas despiden trabajadores, sus equipos y maquinarias quedan ociosos y muchos negocios van a la quiebra. Se deben entonces aplicar políticas que atenúen esas adversidades y que contribuyan a la reactivación productiva.

La evolución cíclica, característica del sistema de mercado, hace imperativo que el Estado intervenga con sus instrumentos de política económica para amortiguar las consecuencias negativas de esos altibajos.

Es por ello que parece razonable pensar que las instituciones económicas no deberían tener un objetivo único, inconmovible e independiente del ciclo económico, sino ajustable a las circunstancias. Combatir la inflación es necesario cuando la economía crece y los precios aumentan, pero no es prioritario cuando hay estancamiento y las presiones alcistas se reducen. Es oportuno generar superávit fiscal cuando estamos en expansión, pero resulta indispensable aumentar el gasto y el déficit cuando la actividad productiva decae.

Vivimos una etapa recesiva, posiblemente la más grave y profunda de las últimas décadas. El problema más serio que enfrentamos es la contracción productiva y el desempleo. Sobre eso ya no hay discusión.

Por lo tanto, no es momento para que el Banco Central siga obsesionado por lograr metas inflacionarias y se aferre a restricciones financieras mientras el crédito se seca, la morosidad aumenta y los precios están contenidos. Es tiempo de aumentar la liquidez, reducir las tasas de interés y adoptar una política cambiaria que genere tranquilidad y evite la especulación. Ese debe ser su papel ahora.

Asimismo, el Ministerio de Hacienda debe gastar. Corresponde admitir que en este contexto el déficit fiscal es una bendición porque es más meritorio crear puestos de trabajo que cerrar el ejercicio fiscal con excedentes. Desde luego, ese gasto no debe ser superfluo sino inversión pública, ni el déficit debe ir más allá de lo razonable, entre un 3% y un 4% del PIB, si se tomaran como ejemplo otros países.

Reducir temporalmente el impuesto de venta para estimular el consumo, poner en marcha proyectos de infraestructura pública financiados con bonos y diferir el pago de algunos tributos corporativos para socorrer a empresas en situaciones precarias, serían decisiones de gran ayuda para reanimar la economía nacional.

Las autoridades económicas deben dejar de lado su obsesión por la estabilidad de precios y por el presupuesto equilibrado. La recesión que sufrimos exige de manera urgente reactivar la economía y aliviar a los damnificados. Cuando haya crecimiento y de nuevo se estén creando empleos, entonces habrá ocasión para encarar otras patologías del sistema.

Cada cosa a su tiempo.

03/03/2009

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