La emoción de cada persona se desbordará apoyando a un equipo, posiblemente el suyo, dando instrucciones del juego, y haciendo modificaciones tácticas para sus amigos y amigas, en su casa y mejor si es en una cantina; sin embargo, durante los minutos del juego y descanso, con bocadillos y bebidas en la mano, deben soportar decenas de comerciales.
Con el mundial de fútbol concluye una etapa que se inició con los diferentes campeonatos en cada país y el interés por los clásicos (promovido por los diferentes medios de comunicación), partidos amistosos, juegos de las eliminatorias, y finaliza con el desarrollo de Sudáfrica 2010. Después del mundial se repetirá el ciclo y nadie será indiferente.
¿Estar pendiente de los sucesos del mundial en Sudáfrica será pasión genuina o responde a la manipulación? El mercantilismo en el fútbol genera ganancias de millones de dólares y tiene su base en la credibilidad de la inmensa masa de testigos son ellos quienes consumen; además, la pantalla les presentará las dudas de las jugadas, los berrinches y enojos de las estrellas, las burlas y pasiones de los hinchas, así como las posiciones de los comentaristas con una calidad en el lenguaje de nivel primario para continuar comentando en los hogares, oficinas y bares y seguir pendiente del próximo partido. Se trata, entonces, de manipular la carga emocional de los aficionados.
Al fútbol se le denomina el Rey de los deportes y lo sustituyó la empresa-negocio. Esta realidad vincula al fútbol con el marketing y se encuentra sujeto a las leyes del mercado. Es una industria con inmensas utilidades dirigido por la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA), creada el 21 de mayo de 1904. Este organismo lo integran 210 países, seis naciones más de quienes son miembros de la Organización de Naciones Unidas (ONU). Las grandes empresas ven en la FIFA a la multinacional del fútbol administrando la rentabilidad del negocio para generarles una gran fuente de utilidades. Esta es una de las razones que explican la cohesión de ese organismo.
El fútbol es un negocio donde el jugador es explotado en su capacidad física y psicológica, es una mercancía. Se puede vender, intercambiar, colocarlo transferible o desecharlo. No se le pregunta. Su salario y “primas” las determina el dueño del equipo y el jugador no acude a ningún organismo laboral nacional o internacional porque la FIFA resuelve las controversias entre dirigentes (empleadores) y futbolistas (empleados). Quienes juegan fútbol, básicamente en un mundial, se convierten en parte del espectáculo de masas, donde la FIFA vende el fútbol como exhibición, es decir, boletos de ingreso, teléfonos, licores, vinos, cervezas, cigarrillos, derechos de las transmisiones en televisión y radio, promoción de propaganda política, vallas publicitarias, tarjetas de crédito, comida, ropa deportiva, y todo lo que se encuentra en el mercado. A ese organismo todopoderoso no se le puede exigir que entregue cuentas de sus millonarias utilidades.
Con diferentes argumentos: los jugadores ganarán mucho dinero, se genera empleo (en un lapso corto), desarrollo de instalaciones deportivas (estadios), derramas económicas, favorecer el turismo y otros, la FIFA no tiene ningún problema en realizar los mundiales en países con regímenes dictatoriales (Italia fascista, 1934), con militares en el poder producto de golpes de Estado (Argentina, 1978) o democráticos (Alemania, 2006). Cada gobierno que organiza un Campeonato del Mundo (da su aval y accede al desarrollo del fútbol-empresa) le dará a su mundial, los objetivos políticos y sociales que considere adecuados para vender su imagen de interés, sin que este factor le cause mayor preocupación a la FIFA.
La FIFA regula las relaciones entre el empresario (muchos se manejan entre la opulencia y la corrupción), que compra la carta-pase del futbolista (quien actúa sin ser consultado). Por algunos años, el jugador vive feliz apareciendo en televisión y otros medios de comunicación, a la par de una gran cantidad de productos para la venta. Desde luego, no recibe ninguna comisión. Sólo si es un futbolista de elite, se convertirá en anuncio publicitario bien pagado. Hasta su intimidad se verá afectada porque los directivos de los clubes decidirán si en las concentraciones debe tener o no relaciones sexuales antes de los partidos. Su precio depende de la oferta y la demanda. Con el tiempo alrededor de los 30 años entrará a la lista de transferibles. No se le dará ninguna indemnización. Sólo en casos excepcionales tendrá un juego de despedida.
(Continuará)
23 de febrero de 2010