Quienes creían haberlo visto todo en la política latinoamericana tienen en el caso de Honduras una experiencia inédita y que ofrece una oportunidad para reflexionar sobre fenómenos, no sólo novedosos, sino desplegados con matices, escala y perfil desconocido.
Primero que habría que anotar es que se trata de un signo de tiempos en los cuales las oligarquías no pueden actuar impunemente y de un momento en que la solidaridad funciona, no como acto simbólico atribuible a la generosidad de los pueblos, sino como acción afirmativa concertada por estados que por primera vez, desde la alternativa al sistema, logran unanimidad.
En uno de los más importantes giros de la política hemisférica contemporánea, al calor del affaire hondureño, la izquierda latinoamericana representada por una docena de gobiernos, exhibe una asombrosa capacidad para presionar y enrutar por nuevos caminos a entidades tan conservadoras como la OEA e incluso de usar, por primera vez, sus instrumentos de concertación e integración económica: MERCOSUR, GRUPO DE RÍO, ALBA y otros, en espacios y para cometidos políticos.
La paradoja es que, sin haber encontrado respuestas para la nueva izquierda que, al asumir un discurso nacionalista con matices socialistas y promover cambios económicos, políticos y sociales trascendentales por vía pacifica y en democracia, Estados Unidos descubre que también tiene dificultades para lidiar con la derecha.
El hecho de que ante el golpe en Honduras, los países del Alba y el Grupo de Río, respondieran inmediatamente fijando con claridad y determinación las reglas del juego, empujaron en la dirección deseada a la OEA y a otras entidades e incluso arrastraran a Estados Unidos cuya administración en la recién celebrada Cumbre de las Américas de Puerto España, había realizado pronunciamientos de los que no podía renegar. La Carta Democrática de la OEA, creada para morigerar a la izquierda, resultó aplicable a la derecha.
Enfrentado a una situación inédita en la cual la correlación de fuerzas políticas no le es favorable, Estados Unidos ha maniobrado para, a la vez que no santifica a los golpistas, tampoco se coloca en un bando donde no ejerce el liderazgo. En esa situación su acción más rápida y eficaz fue, sustraer el tema de la OEA donde los asuntos se deciden por votos o consensos y donde no cuenta con una mayoría mecánica. Entre otras cosas la OEA pudo haber promovido el envío de una Fuerza Interamericana de Paz a Honduras, en las que por primera vez la composición y el mando les serían disputados a Estados Unidos. Hubiera sido interesante.
Aunque todo indica que aunque los norteamericanos se empeñan en asumir la conducción del proceso y obtuvieron ciertos resultados al instalar la mediación del presidente Oscar Arias, no han logrado una completa hegemonía. Por momento Micheletti y sus acólitos parecen salirse del guión dictado en Washington y como gorilas mal amaestrados, realizan piruetas no pautadas; mientras Zelaya, con su estilo y a su aire, mantiene en alto sus banderas y con su determinación alienta al movimiento popular que lo respalda.
Sin estridencias y cuidándose para no abrir espacios a la provocación, los países del ALBA se mantienen firmes y aunque asume riesgos, Nicaragua apoya hasta donde le es posible la gestión del legítimo presidente de Honduras, que trata de organizar con mínimos de seguridad su retorno al país.
Por su parte el pueblo hondureño luce magnifico en su valiente actitud de repudio al golpe, enfrenta la represión y afronta las consecuencias de una resistencia prologada, inevitablemente agotadora y costosa para quienes viven de su trabajo y no cuentan con el respaldo económico de los poderosos sindicatos europeos, que pueden permanecer durante meses en huelgas.
Nadie debe asumir la idea de que Estados Unidos ha agotado sus opciones ni puede asegurar que las maniobras con Arias legaron al final. Tal vez el presidente Obama prefiere reservarse, ceder protagonismo y dejar hacer a la Clinton cuyo currículo adornaría un premio Nóbel. De ser necesario siempre habrá tiempo para una intervención decisiva.
Lo demás es puro teatro. Washington es parte del problema no de la solución y no existen oligarquías antiimperialistas ni comprometidas con la defensa de la soberanía nacional. No hay motivos para preocuparse; la hondureña no será la primera.
Fuente: *Especial para ARGENPRESS.info