Honduras tiene a todo el continente en vilo, a una semana del golpe de estado contra el presidente José Manuel Zelaya, la calma y la tranquilidad no se asoman a este país centroamericano. Todo lo contrario, vemos con indignación la imposición de la opinión de un grupo que tiene el poder y las armas para reprimir, manipular y violentar a una población que, como siempre en la triste historia de América Latina, es la más pobre y la más oprimida.
Honduras sufre en manos de hondureños, la población está en la calle apoyando al presidente al que eligió democráticamente, las fuerzas armadas reprimiendo a golpes, los medios de comunicación incomunicados a la fuerza o transmitiendo las voces de los golpistas, los servicios públicos de electricidad con cortes caprichosos, la internet controlada y la telefonía celular interrumpida, mientras asume la presidencia un típico fascista que sonriente inicia su gobierno de facto declarando un estado de sitio, retando a toda la comunidad internacional y al mismo pueblo hondureño.
América Latina, con su historia de guerras y dictaduras ha tratado de construir democracias representativas, de construir herramientas legales y estados de derecho que en este momento, con el vivo ejemplo de Honduras, se muestran frágiles ante los poderes fácticos; tanto como para retroceder a la oscura época de la violencia atroz, llamada también de “seguridad nacional” impuesta en nuestra región por las políticas norteamericanas de dominación en los 70´s y 80´s. Cabe resaltar que Honduras al igual que Costa Rica, fueron centros militares de Estados Unidos en los 80`s, desde donde se atacaba a los movimientos de resistencia en El Salvador y se fraguaba la contra revolución sandinista, hecho que guarda profunda relación con la carencia de una izquierda fuerte y organizada en ambos países; aunque esto tiene raíces más profundas, fortalece históricamente a una oligarquía que se siente dueña y señora del destino de ambos países.
En Honduras, parece que la alianza entre la burguesía oligarca, las fuerzas armadas, la iglesia católica y los medios de comunicación se considera con la facultad de burlarse de los derechos humanos, de la constitución política que dicen defender, de las garantías individuales que aseguran la libre convivencia de la población, de la democracia y de la paz, generando un caos social y una incertidumbre que creíamos no volverían a nuestra Centroamérica, y como si eso fuera poco, subestiman a la población asegurando que todo es por el “bien” del pueblo y como dijo el obispo Maradiaga, “para evitar un baño de sangre”.
La respuesta internacional ha sido clara. La ONU excepcionalmente condenó por aclamación el golpe de estado (como no lo ha hecho en muchos casos como en la invasión norteamericana a Irak), como si tuviese la autoridad moral para condenar y sus juicios cambiaran en algo el rumbo de los acontecimientos. La OEA observa y observa, como siempre, en este caso por lo menos suspendió por segunda vez en su historia, a uno de sus miembros, Honduras, pero veremos en qué actos se concretarán sus observaciones. Tengo fresca en la memoria, que la misión internacional de la OEA encabezada por Insulza, jamás vio el fraude electoral que se fraguó meses antes del referendum costarricense sobre la ratificación del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, realizado el 7 de octubre de 2007, por citar solo un caso.
Lo que sí es admirable en el caso de Honduras, son las voces de apoyo y solidaridad que se han levantado en todo el mundo a favor del pueblo hondureño y repudiando al gobierno espurio. Es admirable también la resistencia de la ciudadanía, que a sabiendas de que una solución mediada y pacífica no se avisora como probable en este momento, está ahí en las calles, gritando y saltando el cerco mediático como pueden. Nos llegan sus mensajes por teléfono, sus grabaciones de video le dan la vuelta al mundo a través del internet y sus fotografías se publican en cientos de sitios web.
Pareciera que al manual del golpe de estado de las élites conservadoras hondureñas les faltó considerar que estamos en otra era, la de la información y la comunicación y que las posibilidades tecnológicas rebasan las obsoletas formas de censurar y las mentiras impuestas (hechos que tampoco consideró el gobierno de Irán frente a los miles de manifestantes que denunciaron el reciente fraude electoral y la represión mediante sus teléfonos y con conexiones a internet de baja velocidad).
Tampoco consideraron los golpistas hondureños que existimos miles de internautas ansiosos de recibir y transmitir información y que mostramos nuestra indignación ante lo que ocurre en ese vecino país como podemos: escribiendo, transmitiendo, multiplicando, investigando, opinando y publicando en internet.
A Honduras debe de volver el presidente Zelaya, electo por la mayoría de la población, que con su acercamiento a la izquierda y sus políticas para beneficiar a los pobres ha ofendido tanto al congreso, a las empresas y a los militares. Debe volver la calma y la discusión y no bajo el reconocimiento de un gobierno de facto, ni adelantando las elecciones presidenciales, lo que constituiría una nueva burla a la democracia y a las leyes hondureñas.
Finamente respondo a la petición de las cientos de feministas que están resistiendo en las calles hondureñas: toda la solidaridad con el pueblo hondureño, condena para los golpistas, condena a la represión, condena al miedo.
* Periodista