Desconociendo el mandato de la ONU, los Estados Unidos invadieron ese país. De nada sirvió el rechazo de la mayor parte de la Comunidad Internacional. De nada sirvieron los millones de personas que salieron a las calles a gritar en favor de la Paz. De nada sirvió la demostración posterior de que la guerra se había justificado sobre las mentiras y los intereses norteamericanos.
Irak quedó devastado. Estados Unidos salió impune. Los supuestos planes de reconstrucción llenaron los bolsillos de las grandes empresas contratistas norteamericanas. Millones y millones de dólares aportados por los ciudadanos de aquel país, sólo sanearnos la economía de empresas como Halliburton, donde los amigos de Bush, como Cheney y Rumsfeld, miembros de su gobierno y accionistas de estas empresas, se aseguran una fructífera jubilación.
Y todo esto sucedió ante la atónita, indignada e impotente mirada del planeta.
Hace unos meses, las oscuras redes norteamericanas ayudaron a tejer el golpe en Honduras. La rápida respuesta de los gobiernos del continente y el contundente rechazo civil alentó la esperanza. La OEA, con aparente unidad y solvencia, tomó la iniciativa de lo que parecía una demostración de los nuevos aires que corrían en la región. Nadie puede actuar con la impunidad que en décadas pasadas, se acabaron las invasiones y los goles, pensamos ingenuamente.
Pero el tiempo pasa y el ansia de estabilidad que propicie la sobrevivencia agotó a los ciudadanos de aquel país. Se quiere la paz a cualquier precio, porque, al fin y al cabo, es una “pelea de compadres” la que se vivió en Honduras y lo que queremos es poder salir a trabajar para dar de comer a nuestros hijos, confiesan muchos hondureños y hondureñas.
El “ensayo científico” realizo en Honduras, no nos puede dejar indiferentes, tenemos que seguir alerta, resistir.
Este golpe ha servido para medir fuerzas. Es innegable el avance de la sociedad civil latinoamericana en estos años, paralelo a la dignidad de muchos de sus gobiernos. Pero aún falta. Estados Unidos necesitaba comprobar que sucedería si propiciaba otro golpe en la región. Pese a todo el rechazo inicial, se ha comprobado, una vez más, que los organismos internacionales, como la ONU o la OEA, no tienen poder y autoridad para frenar la acción del imperio. Se ha evidenciado también, que la unidad de nuestros países es todavía una utopía sobre papel. Peligrosamente, el ensayo de Honduras va camino de legitimarse, de envalentonar a los que ya sabemos.
El próximo golpe, de seguro, no será un ensayo. Evitarlo no está en las manos de ningún organismo ni gobierno, sino en las nuestras.