No es extraño, por tanto, que en los círculos más reaccionarios de la nación centroamericana y también, desde luego, en los de Estados Unidos, se esté pensando ya en utilizar uno de los recursos de mayor efectividad para frustrar el ascenso al poder de los sectores populares. Esto es, imponer el envío de tropas “pacificadoras”, como los “cascos azules” de la ONU.
Si algunos ingenuos piensan que dichas tropas, ya sean de la ONU o bajo la bandera de otros organismos multilaterales, se integran de una manera equitativa, igualitaria, con la participación de todos los países miembros y que su función es crear y mantener la paz, viven en el mundo del realismo mágico. En la mayoría de los casos, si no en todos, la presencia de fuerzas extranjeras agrava y profundiza el conflicto y lo que mantiene no es la paz sino el statu quo, siempre en favor de las clases privilegiadas. Las llamadas misiones de paz de la ONU son financiadas casi totalmente por Estados Unidos y por los países europeos de la OTAN mientras que los soldados de fila provienen de países del Tercer Mundo. Unos son los que pagan y otros son los que mueren. Pero el que paga manda.
De acuerdo a datos oficiales, los cinco países que contribuyeron (año 2008) con mayor número de soldados a las misiones de la ONU fueron, siguiendo el orden que se expone: Pakistán, Bangladesh, India, Nigeria y Nepal. A los tres primeros corresponde una tercera parte de los 100,000 cascos azules desplegados en zonas de conflicto alrededor del mundo. Del último provienen los feroces gurkhas.
La ONU paga mensualmente al gobierno al que pertenece cada soldado $1,101, y $1,404 si éste domina alguna especialidad militar. El dinero lo cobra el gobierno que corresponde, el cual paga luego a la tropa la cantidad que estima conveniente (siempre una ínfima parte de lo recibido). Estos salarios, más el armamento, equipos y entrenamiento que proporciona la ONU, permiten a países pobres mantener una modernidad en sus ejércitos que de otra forma no podrían sostener. Surge así la paradoja de un militarismo incentivado por las misiones de paz. Por otra parte, como participar en estas misiones resulta lucrativo para los gobiernos y una forma de vida para los soldados, tanto los primeros como los últimos poseen un interés económico y militar en la prolongación de los conflictos.
Además, como la ONU carece de una logística propia, ésta depende absolutamente de los países desarrollados. Un funcionario de la ONU, el “Chief Administrative Officer” desempeña sólo un papel coordinador. Los países donantes, Estados Unidos en particular, determinan el flujo de abastecimientos y, por tanto, tienen en sus manos el control de todas las misiones aunque sus ciudadanos no participen. Y que nadie piense que éstas constituyen una carga económica para Estados Unidos y sus aliados. La intervención de las tropas de la ONU evita, hasta cierto punto, su presencia directa en los conflictos. Si la ONU no cumpliera esta tarea, ¿en cuántos lugares del mundo no estarían combatiendo o realizando funciones de gendarmería las tropas norteamericanas? Susan Rice, la nueva embajadora de Estados Unidos ante el máximo organismo internacional, citada por Jack Curry (1), afirma que la ONU realiza sus intervenciones por 1/8 de lo que costaría a Estados Unidos si actuara directamente. “Es un buen negocio –dijo- tanto desde el punto de vista de la seguridad como desde el punto de vista financiero”.
Estos soldados del Tercer Mundo tienen, casi siempre, muy bajo nivel de escolaridad, desconocen totalmente la historia, la cultura y la idiosincracia del país al cual son destinados, hablan probablemente un idioma distinto, no entienden las raíces ni las características del conflicto y la paga es su única o principal motivación. Debido a que actúan bajo la égida de un organismo internacional no clasifican como mercenarios, pero lo son en realidad.
En un estudio (Informe Machel) realizado por la ONU en 1996, Graça Machel, primera dama entonces de Mozambique, documentó: “En 6 de 12 investigaciones de campo realizadas para confeccionar este informe acerca de la explotación sexual de niños en situaciones de conflicto armado, el arribo de tropas de las fuerzas de paz se relaciona con un rápido aumento en la prostitución infantil”. Durante el conflicto en Bosnia, estas fuerzas se vieron involucradas en un sonado escándalo debido a que raptaban niñas para trabajar en burdeles como esclavas sexuales. Varios años después, el problema del abuso sexual a niños por parte de los cascos azules permanecía sin resolver. Un nuevo informe, preparado por la organización “Save the children”, publicado en mayo de 2008, denunció que “el abuso sexual de niños por trabajadores humanitarios y fuerzas de paz es común y los esfuerzos por proteger a los menores de estas agresiones son inadecuados”. “Save the children” basó su informe en visitas realizadas en 2007 a Haití, el sur de Sudán y Costa de Marfil. El estudio mostró un amplio espectro de abuso y explotación: niños intercambiando sexo por comida, sexo forzado, prostitución y pornografía infantil, tráfico de niños. El estudio ofrece el relato de un muchacho de 14 años que trabajaba en un campo de las fuerzas de paz en Costa de Marfil: “Nos piden especialmente niñas de nuestra edad. Generalmente son entre ocho y diez hombres que comparten a dos o tres niñas. Cuando sugiero una chica más grande, ellos dicen que quieren una niña pequeña”.
En un artículo publicado el primero de octubre de este año (2), el Washington Times señala que “el Congo es anfitrión del MONUC, acrónimo de la mayor y más costosa operación para mantener la paz en la historia de las Naciones Unidas. A pesar de una fuerza de 18,000 soldados y un presupuesto anual de más de $1.2 billones, las fuerzas de paz han sido incapaces de proteger a los pueblos y aldeas de los grupos rebeldes y de los soldados del gobierno”. Y cita al embajador de Austria, Thomas Mayr-Harting, diciendo que es “absolutamente imperdonable” que los civiles tengan que vivir bajo la amenaza de violencia donde está desplegada una misión de paz de la ONU. En el Congo, de acuerdo con el Fondo de Desarrollo para la Mujer de esta organización, cada día un promedio de 36 mujeres y niñas son violadas o torturadas sexualmente.
Para vergüenza nuestra, varios países latinoamericanos forman parte de MINUSTAH, acrónimo del nombre en francés de la Misión de Estabilización de Naciones Unidas en Haití. No olvidemos que es el mismo Brasil cuya embajada en Tegucigalpa acoge al presidente Zelaya el país que la encabeza y cuyos soldados han masacrado, al menos en dos ocasiones, al pueblo rebelde pero indefenso de Cité Soleil. ¿Para qué ha servido MINUSTAH? –Para consagrar el golpe de estado de George W. Bush, en 2004, contra el presidente legítimo Jean Bertrand Aristide; para sostener la brutalidad del régimen espúreo interino de Gérard Latortue; para apoyar la persecución contra Lavalas; para sembrar el terror en los vecindarios considerados “pro-Aristide” de Bel-Air, Martissant, Grand Ravin, Pele y, por supuesto, en Cité Soleil. MINUSTAH no ha sido otra cosa que un ejército de ocupación que responde a los intereses de la elite haitiana y de la administración de Estados Unidos.
En una reciente y hábil iniciativa de la oligarquía hondureña, Adolfo Facussé, presidente de la Asociación Nacional de Industrias, junto a otros poderosos empresarios, dio a conocer a La Jornada un nuevo plan para salir de la crisis. Una de las propuestas del “Plan Facussé” es la creación de una fuerza multinacional que se encargue de hacer cumplir eventuales acuerdos. Esta fuerza externa –propone- estaría compuesta por tres mil soldados de Panamá, Colombia y Canadá. Pero ¡caramba!, ¿no es Panamá el único país que anticipa su reconocimiento al régimen que podría surgir de las elecciones de noviembre? ¿No es el ejército de Colombia el que bombardeó recientemente el territorio soberano de Ecuador para asesinar al comandante de las FARC Raúl Reyes? ¿No es Canadá un fiel aliado de Estados Unidos? Una fuerza multilateral formada por amigos de los golpistas sería como contratar al zorro para que cuide el gallinero. Me gustaría saber como reaccionaría la oligarquía hondureña ante una fuerza de paz con un contingente mayoritario venezolano y con un general bolivariano al frente.
Si los hondureños permiten la entrada en su país de una de las llamadas “fuerzas de paz”, estén o no bajo la bandera de la ONU, pueden dar por seguro que éstas no se retirarán hasta que la muy dependiente del imperio clase empresarial hondureña considere garantizados sus intereses durante los siguientes treinta o cuarenta años. No hay otra actitud digna que no sea la exigencia de la restitución inmediata y sin condiciones del presidente Manuel Zelaya; no hay otro camino válido que el de la resistencia.
Fuente: http://www.alainet.org/ 051009