Desde mediados del mes de octubre han aparecido en la prensa una serie de artículos y gacetillas denunciando supuestos llamados a la rebelión. El telón de fondo son las movilizaciones previsibles en razón del trámite legislativo del Tratado de Libre Comercio. A quienes se oponen al TLC, o por lo menos a un sector, se les ha atribuido que pretenden la subversión del orden constitucional.
Llama poderosamente la atención que el grupo político en el gobierno, y la mayor parte de las personas que denuncian la rebelión y las intenciones de violentar el orden instituido, han pasado buena parte del año celebrando el centenario del natalicio de José Figueres Ferrer, declarado el personaje más destacado del siglo pasado. El tono dominante ha sido el de resaltar la lucidez de Figueres, su huella positiva en la historia nacional. No se ha destacado con igual fuerza que Figueres siempre se presentó a sí mismo como un rebelde, y que él hizo lo que hizo subvirtiendo el orden instituido. Si Figueres fuese un referente para el presente, como lo sugieren los homenajes, se tendría que asumir también esta parte suya y de su legado. Desde luego, siempre se puede decir que él se rebeló para hacer valer un resultado electoral, y que ese es un mérito indiscutible. Pero las cosas son más complejas. Primero, porque esta afirmación tiene que meditarse mucho más a la luz de los aportes recientes de la historia. Y segundo, porque Figueres empezó con su proyecto subversivo a fines de 1942, antes del intento del Gobierno de modificar la Ley Electoral en mayo de 1943 (iniciativa entonces detenida por una movilización social), antes de la alianza de los calderonistas, la Iglesia y los comunistas, y antes de las turbulentas elecciones de 1944. Y por lo tanto, mucho antes de 1948.
Las tesis para justificar la subversión aparecieron por primera vez en “Palabras Gastadas”, ensayo escrito de fines de 1942, cuando Figueres estaba exiliado en México. Allí él definía al gobierno de Calderón Guardia como una dictadura. La razón que Figueres daba entonces es que se trataba de un régimen al frente del cual se encontraba un grupo de políticos incapaces, los cuales restringían la libertad. Aquí no se habla de fraudes electorales En este ensayo se iguala la dictadura con los políticos, con el “pulpo político”. Establecido lo anterior, Figueres hizo del gobierno electo de Calderón Guardia un equivalente de las dictaduras centroamericanas y caribeñas. Acto seguido, se comprometió en una gran subversión regional, que debía comenzar en Costa Rica.
Es posible que al calor de las remembranzas de aquellos años, alguien se sintiera en un momento parecido y recurriera a la palabra rebelión, pensando en el “rebelde” Figueres. En lo personal, pienso que los motivos para la subversión expuestos en_ “Palabras Gastadas”_ son débiles e inconsistentes. A Figueres le dolía el exilio y el golpe personal que eso significaba. La deportación fue un acto arbitrario, pero nada inusual en la Costa Rica de la primera mitad del siglo XX. Hubo antes otras personas que pasaron por lo mismo. Su expulsión tuvo incluso el beneplácito del gobierno de los Estados Unidos. Lo relevante es que, a juzgar por lo que se dijo en las honras recién pasadas, un número nada despreciable de costarricenses, incluidos buena parte de los que hoy reclaman la palabra rebelión en un texto sindical, piensa que Figueres tuvo razones fundadas y legítimas para llamar a la subversión. Por lo menos nadie ha dicho lo contrario, con fuerza. Luego, el hombre del siglo XX fue un subversivo y un rebelde. Si así fuera, ¿qué hacemos con este tramo de nuestra historia? ¿Lo olvidamos? ¿Lo ignoramos? ¿Lo tomamos como una lección?
Los planes insurreccionales de Figueres tardaron seis años en gestarse. La revuelta de 1948 fue precedida de casi dos años de actos de terrorismo; ellos eran la consecuencia del diagnóstico que hacía del gobierno una dictadura y del gobernante un usurpador. Contra la supuesta dictadura todo se valía. Hubo por lo menos dos atentados contra la vida de Manuel Mora, y un intento de acabar con la vida de Calderón Guardia, antes de las elecciones de 1948. Durante este lapso ningún grupo o persona de la oposición política de entonces trató de detenerlo, ni lo denunció. A principios de 1947, Figueres decía desde el recién fundado diario La Nación, que el problema de la oposición política era decidir entre si asistía a las siguientes elecciones, o si tomaba el camino de las armas. Finalmente, el momento de las armas llegó en 1948. Una vez empezado el conflicto, Figueres rechazó las salidas que se le ofrecieron para detener el choque armado y evitar un mayor derramamiento de sangre.
Si la justificación para la rebelión que aparece en “Palabras Gastadas” fuera hoy la vara para proponer acciones subversivas, Costa Rica seguramente viviría en estado de insurrección desde muchos años atrás. El diagnóstico de finales de 1942 era inexacto, pero al ceñirse al mismo Figueres contribuyó a crear las condiciones para el choque armado. Sus adversarios contribuyeron con sus actos en otro tanto. Tal vez si Figueres hubiese apostado en 1943 por la lucha política en las calles, y no por la subversión, no hubiésemos tenido el 48. El éxito de la movilización contra la Ley Electoral, en mayo de 1943, decía que la calle daba todavía un importante espacio de acción. En tal eventualidad tal vez él hubiese contribuido a darle forma a una vida ciudadana más activa y a una vida democrática más sólida, aunque quizás no hubiese pasado a la historia como el caudillo rebelde recordado. Esto queda abierto; no lo sabemos. Lo que sabemos realmente es que las instituciones políticas moldeadas por el impulso subversivo de Figueres han tenido importantes carencias, en buena medida relacionadas con su origen. Ellas no han sido ni flexibles ni transparentes. Y con frecuencia se han prestado para que sean “subvertidas” para el beneficio de unos pocos que, al mismo tiempo, dicen actuar en nombre de los intereses de la mayoría
Otra arista del tema de la rebelión nos aproxima más al presente. Cuando en el año 2000 empezó el movimiento social contra el “Combo”, la anterior gran arremetida de los grupos que hoy están por el TLC, los sectores económicos y políticos interesados, y los editoriales del diario La Nación, llamaron a reprimir a la gente en las calles. Quienes formaban la alianza pro “Combo” hablaron de una situación de subversión, aludiendo a quienes estábamos en las marchas. El Gobierno fue acusado entonces de flojo, y de tener un concepto erróneo de la paz social, por no actuar con decisión para restaurar el principio de autoridad. Para su fortuna, el presidente Miguel Ángel Rodríguez no escuchó los consejos de estos “anti-subversivos”, entonces en su proximidad. Si lo hubiese hecho, seguramente hoy sumaría a los cargos que se le hacen, la responsabilidad de algunas muertes. Más aún, el pronunciamiento posterior de la Sala Cuarta, el acto que detuvo legalmente el “Combo”, dejó claro que en el procedimiento seguido para aprobarlo hubo violación de los principios democráticos que deben estar presentes en todas las actuaciones legislativas. El voto salvado del magistrado Piza Escalante, más tajante, habló de actos inconstitucionales y de la creación de “estructuras jurídicas anticonstitucionales”. A criterio del magistrado, el _ “Combo”_ creaba una institucionalidad enmarañada y confusa, fácil de controlar por las élites políticas y económicas con intereses en el sector de la energía y las telecomunicaciones.
Una primera conclusión cae por su peso. En el año 2000, la subversión y la rebelión estaban dentro de la Asamblea Legislativa y eran propiciadas desde allí, aunque no solamente desde allí. El “Combo” contó con la mayor parte de los votos de los diputados y diputadas, y no obstante era ilegal y violentaba la Constitución. Estas cosas no son inusuales en nuestro país. La segunda conclusión es igualmente evidente. Quienes estaban en las calles, las personas que una diputada llamó la “masa ignorante”, defendían la Constitución Política, paradójicamente, recurriendo a procedimientos tildados de subversivos por quienes realmente estaba subvirtiendo el orden legal. Pasado el “Combo” ninguno de los partidos y sectores que lo defendieron reconocieron que eran ellos quienes estaban realmente en rebelión.
La mención de Figueres y sus “Palabras Gastadas”, nos recuerda que algunos de los que han llamado a la rebelión y la subversión son hoy considerados glorias nacionales, pese a que su proceder de entonces, y después, arroja todavía muchas dudas y preguntas. Estas constituyen un capítulo abierto, elegantemente omitido en las celebraciones recientes. Por otra parte, la mención del bloque pro “Combo” nos recuerda que la subversión bien puede partir de órganos de Gobierno, o de las élites económicas y políticas. Es decir, de la gente que usualmente no va a las calles y que condena a la que sí lo hace.
El estilo subversivo que alentó el “Combo” no ha sido un caso aislado. Puede tener nuevos retoños. De hecho, uno de los problemas más serios del actual TLC es que introduce un conjunto de asimetrías que subvierte el ordenamiento jurídico y político. Nos impone una legalidad por encima de nuestra Constitución, pese a que nadie ha puesto en discusión franca el orden constitucional, y no se ha convocado a una Constituyente. Desde este punto de vista, el TLC lanza un conjunto de problemas político-jurídicos parecidos a los que señaló en el año 2000 el magistrado Piza Escalante, al argumentar sobre la inconstitucionalidad del “Combo”. Lo anterior coloca al TLC en una historia de intentos recientes de violentar la Constitución Política. En esta tendencia se podría colocar la forma en que se resolvió la cuestión de la reelección presidencial, el paso dudoso que hizo posible que el hoy presidente Arias Sánchez llegara de nuevo a la Casa Presidencial, para concluir el trabajo que no pudieron hacer los grupos pro _“Combo”_en el 2000.
A lo anterior se podría sumar, el tema de la forma en que se está tramitando el TLC. No sobra recordar que la prisa ya condujo una vez a violentar los principios democráticos que deben de cuidarse en el proceder legislativo. Hay signos de que otra vez se vuelve a seguir curso parecido al que una vez terminó con un fracaso.
La palabra rebelión, podemos concluir, no se puede usar a la ligera. Al invocarla o al actuarla, nos situamos en un punto límite y las consecuencias pueden ser impredecibles, y muy serias. Dudo mucho que los 2000 muertos de 1948 estuvieran en los planes de 1942 del Figueres que llamaba a la rebelión contra la dictadura de los políticos. Cabe dudar también que el bloque pro “Combo” calculara la factura política que luego se le pasaría. En esta lucha cristalizó buena parte de la resistencia de hoy al TLC. Allí fue donde mucha gente aprendió que la calle puede ser un medio de lucha para detener actos ilegítimos. El “Combo” enseñó que calle y protesta no son palabras sinónimas de subversión, y que en ocasiones, por el contrario, recurrir a ellas pueden la forma más democrática de detenerla.
* Sociólogo.