Don Juan Rafael Mora Porras gobernó Costa Rica de 1849 a 1859. Durante su Presidencia, el país experimentó importantes transformaciones en todos los campos, pero el hecho más importante, el que marcó definitivamente su impronta en la vida nacional, lo constituyó la Campaña Nacional de 1856-1857, cuando el pueblo armado, bajo su esclarecida dirección, luchó contra los filibusteros. Él, con visión continental, vislumbró el peligro que Walker y sus fuerzas con apoyo logístico y recursos provenientes del sur de Estados Unidos, representaban para nuestro país y el resto de Latinoamérica. Esta cruzada selló la determinación costarricense de morir antes que rendirse a la esclavitud de una fuerza extranjera; la pérdida de casi el 10% de nuestra población en los campos de batalla y en especial por la epidemia del cólera denota la magnitud de aquel sacrificio.
Con la victoria sobre las huestes esclavistas, don Juan Rafael se convirtió en el gran líder centroamericano. No obstante, el costo humano y material del extraordinario esfuerzo bélico, el desgaste de diez años de gobierno, algunos roces con la Iglesia y ciertas medidas de corte popular, le atrajeron la animadversión de un poderoso sector de la oligarquía cafetalera que se alía con los coroneles Blanco y Salazar subalternos y compañeros suyos en los campos de batalla quienes derrocaron su régimen en la madrugada del 14 de agosto de 1859 y lo envían al exilio; cinco días después del golpe, parte de Puntarenas hacia El Salvador. Es la hora de la traición.
Sin embargo, el ex Presidente no se resigna a la pérdida del poder, confía en el apoyo del pueblo que por diversas razones no se materializó y decide regresar al terruño. A mediados de setiembre de 1860, desembarca en Puntarenas con algunos de sus partidarios; la lucha del 28 de ese mes, entre las profesionales y numerosas tropas del gobierno y sus fuerzas minoritarias, fue encarnizada; la victoria favorece a las primeras.
La vida de Mora constituía un serio peligro para los grandes potentados, para los intereses antinacionales, así que, sin mayores preámbulos, el 30 de setiembre, don Juan Rafael es fusilado en la ciudad de Puntarenas, en las laderas del estero, muy cerca del mar. ¡Lo matan los filibusteros criollos!
Hombre superior, vivió intensamente, amó y sirvió con lealtad y patriotismo a su país y ahora, en el momento supremo, supo también enfrentarse con valentía al destino.
El crimen perpetrado por el régimen de Montealegre contra don Juan Rafael Mora Porras constituyó una afrenta para Costa Rica; es la página más negra de nuestra historia.
Don Juanito adquiere la categoría de héroe en la guerra patria; fue el eje, el inspirador, el padre de aquellas jornadas gloriosas que, con sacrificio y sangre, reafirmaron nuestra independencia y soberanía. Él y Juan Santamaría, humilde y grande, se complementan; ambos representan lo mejor del pueblo costarricense, unidos en la titánica tarea para acabar con el filibusterismo esclavista.
Los errores que Mora humano al fin cometió en su larga carrera política, en época de tempestad y crisis para la República, no admiten comparación con la grandeza de su obra libertadora, con el amor y entrega absoluta al servicio de su país y con el ejemplo luminoso que nos legó. Fue el más preclaro defensor de la soberanía y de la independencia nacional.
Por ello la Asamblea Legislativa de la República actuó con rectitud al declarar oficialmente a don Juan Rafael Mora Porras “libertador y héroe nacional”. Repara así, como se ha dicho, una injusticia histórica y desautoriza a quienes ayer y hoy han pretendido en vano negar o distorsionar su obra.
Cuando existen indicios de intervención extranjera en el país, con naves de guerra y marines ya en nuestras aguas territoriales, el ejemplo de don Juanito debe mantenernos alerta.
Al conmemorarse, el próximo 30 de setiembre, el 150 aniversario de su muerte, recordémoslo como lo pedía el poeta don Arturo Echeverría Loría en el fragmento “Juan Rafael Mora, el héroe y su pueblo”: “Que se oiga su nombre en los mercados y plazas, que se repita siempre sin patriótico alarde, como cosa sencilla, como hierba, como agua, como camino y polvo, como piedra de río, humilde y conocida: que sea maíz en el hogar del pobre y agua en la calabaza que refresca al labriego en su faena de labranza. Saquémosle de los archivos, de los papeles muertos. Él no entregó la tierra, no enajenó el predio, no se vendió a los ricos, ni explotó a los pobres. Es grande sin dobleces, es potente sin vicios”
* Historiador
Fuente: Página Abierta
Diario Extra
28 de setiembre de 2010