La democracia centenaria de Oscar Arias, es aquella que lo eligió con el 26% del padrón electoral, y con un del 80% de abstencionismo en las elecciones de los gobiernos locales; siendo así, poco democrática y poco representativa. Los partidos políticos, incluido el del Presidente, son simples cascarones electorales, sin estructuras participativas ni representaciones sectoriales. La credibilidad en los políticos y en los partidos está en bancarrota, a esto se suma la desconfianza en la Asamblea legislativa, el Poder Judicial y una disminución en la confianza en el Tribunal Supremo de Elecciones, según lo constatan las encuestas.
La participación sindical en Costa Rica es paupérrima, particularmente en el sector privado, donde la organización gremial es perseguida y proscrita. Podría aprender don Oscar algo de su amada Inglaterra, donde los sindicatos han sido y son parte esencial del juego de pesos y contrapesos de la democracia, o mirar a la nación del “gran Lincoln”, que es la de Bush también, donde todos los “trust” tienen poderosas uniones laborales; las tienen los fabricantes de automóviles, las petroleras y las aerolíneas entre otras muchas. Nada, ni remotamente parecido ocurre en nuestra democracia. El derecho constitucional de asociación se viola sistemáticamente en Costa Rica, o acaso alguien es tan ingenuo de creer que la carencia de sindicatos en el sector privado, es por la ausencia de conflictos laborales. No menos sombrío es el panorama en otros sectores sociales como el movimiento cooperativo (otrora estandarte liberacionista), las organizaciones comunales y juveniles. Sí, nuestra democracia participativa esta enferma ante la indiferencia, o quizá la complacencia de la clase gobernante.
En la democracia centenaria de Oscar Arias, no existen mecanismos legales de consulta popular sobre temas trascendentales para la sociedad, como el referéndum u otras formas de decisión ciudadana, tal y como ocurre en otros países de América Latina y Europa. Si existiera una verdadera vocación democrática, el Poder Ejecutivo estaría impulsando prioritariamente una iniciativa en tal sentido. El Señor Presidente gusta las “mayorías silenciosas” de nuestro pueblo, y se siente cómodo y seguro con las mayorías mecánicas en el Congreso.
La gran prensa nacional es aliada incondicional del Gobierno, al punto que Repretel se ha convertido en la voz oficial de Liberación Nacional. El necesario ejercicio de la crítica, consustancial a toda democracia, es pobre y omiso. Cualquier oposición, es vista con sospecha y colocada antidemocráticamente en el oblicuo lugar de los enemigos de la patria.
No se equivoque don Oscar, que los enemigos no son los que ejercen su derecho a la crítica y tienen la osadía de discrepar de su pensamiento. Los enemigos de la democracia son la falta de participación ciudadana en lo político y lo social, la carencia de mecanismos institucionales de consulta popular, la ausencia de un debate sobre asuntos nacionales, la poca credibilidad en la institucionalidad y la apatía, cuando no, el desinterés de los conciudadanos en los derroteros de la patria.
No estamos, don Óscar, para dar lecciones de democracia, la arrogancia es mala consejera, recuerde que la democracia se alimenta de la sana autocrítica, del reconocimiento sincero de sus falencias y no de la ciega soberbia.
*Director Escuela de Psicología UCR