Y, en lo que a la prensa y los medios se refiere, esa democracia oligárquica impone el reino de la arbitrariedad a favor de los consorcios empresariales mediáticos, con lo que, de paso, privatiza lo que debería ser patrimonio colectivo e inalienable derecho individual: la libre expresión y circulación de las ideas. Acontece entonces lo que es usual cuando de una mercancía se trata: se ofrece en función de obtener ganancia y la adquiere quien tiene dinero para pagarla. O bien quien siendo “amable” con el dueño, se gana su favor y con este el regalito. Tal es la realidad actual de la prensa en Costa Rica, y la más reciente víctima de este proceso de privatización de la libertad de expresión ha sido Álvaro Montero. Triste que doña Alicia Fournier permita que una cochinada tal ensucie su nombre.
Y si frente a la información-mercancía hemos logrado abrir espacios en la Internet donde sobrevive la libertad de expresión, tengamos claro, y estemos vigilantes, porque, sin la menor duda, esa es la frontera siguiente hacia las que se enfilan los misiles del poder, en Costa Rica y en el mundo. Y, por cierto, una buena andanada de granadas de fragmentación va contenida en el TLC y en los proyectos sobre propiedad intelectual que se discuten en la Asamblea Legislativa, donde tras el eufemismo leguleyo de “medidas tecnológicas efectivas para proteger derechos de autor y conexos”, se esconden tecnologías diseñadas para restringir esa libre circulación de las ideas y el conocimiento que, todavía hoy, tiene lugar por vías electrónicas.
Esa misma idea de una democracia degradada, es la que subyace a las peroratas oligárquicas, cuando vociferan anatemas contra lo que llaman “la democracia callejera” y quieren hacer del parlamento y los poderes instituidos, fortalezas inaccesibles a la gente y reductos sagrados y monopólicos del poder. Quieren que sus decisiones sean inalcanzables, como si fuese un cónclave del Papa y sus cardenales. Y sus razones, supuesto que las hayan, tan ocultas como las del Kremlin en la plenitud del estalinismo.
Recordemos la frase publicitaria favorita del equipo de mercadeo de Arias en la pasada campaña electoral: “tenemos más de mil personas pensando cómo resolver sus problemas”. Cosa que traducida a lenguaje llano y directo significa: “ya que usted no es capaz de pensar ni de resolver sus problemas, yo (Arias-oligarquía) tengo más de mil cerebros pensando por usted como hacerlo”. Detrás de esto está la imagen de un pueblo costarricense infantilizado, carente de inteligencia para pensar, de sensatez para enfrentar y resolver los problemas de su vida y de madurez para tomar decisiones y hacerse responsable de las consecuencias resultantes.
Es la misma imagen de nuestro pueblo que subyace a la machacona afirmación de que en Costa Rica las decisiones las toman el Presidente y la Asamblea Legislativa, porque “pa’ eso los eligieron”. Que bien se ve que la receta se la acomodan a placer, porque, si no ¿cómo entender las atribuciones que son tomaron los no-electos negociadores del TLC? El problema de fondo se sintetiza en la oposición polar que va emergiendo en Costa Rica, entre un concepto de democracia participativa con ejercicio pleno de la ciudadanía, y un concepto empobrecido de democracia representativa, cuya función es estrictamente ritual: legitima la dominación ejercida por elites oligárquicas que controlan, en tejido indiferenciado, el poder político, el poder económico y el mediático.
Observe usted cuánto les molesta las manifestaciones contra el TLC. Las peroratas higadosas de los dos Arias, el gesto furibundo del Presidente de la Unión de Cámaras o los berrinches de Julio Rodríguez dan buen testimonio de ello. Y, al final, ¿qué les molesta más? ¿La expresión de oposición a ese lamentable Tratado o el hecho de que quienes la manifiestan son mujeres y hombres costarricenses que quieren tener voz y voto para decidir sobre el futuro de un país que es nuestro y al que amamos y, por ello mismo, no estamos dispuestos a dejar en manos de ningún tagarote angurriento?
Mucha de nuestra gente no opina sobre el TLC ni sobre ningún otro asunto importante. Tal es el sueño oligárquico: un pueblo infantilizado que, manso y sumiso, vote cada cuatro años por el candidato-mercancía que mejor se mercadee, y luego se dedique a lo suyo para dejar que los oligarcas hagan lo que les dé la gana.
La ciudadanía política y socialmente avanzada de Costa Rica, que no por casualidad es la misma que se opone al TLC, no se conforma con ese papel miserable. Queremos ser partícipes activos y actores relevantes en la construcción de este país y no estamos dispuestos a aceptar menos que eso.
Marzo 10, 2007
Fuente: Tribuna Democrática