El debate sobre el TLC ha estado presente en el escenario costarricense desde finales de 2002, cuando se dio a conocer el inicio de las negociaciones. Durante las nueve rondas se alzaron voces cuestionando el proceso por razones de transparencia y por cambios en los términos originales establecidos por el gobierno, especialmente en cuanto a telecomunicaciones y seguros. Después de firmado, en agosto de 2004, la polémica se recrudeció en torno a las ventajas y desventajas del tratado. Esa disputa continúa en la actualidad.
Las repercusiones que hasta el momento el TLC ha tenido en el entorno nacional han sido sustantivas. No solo fue un factor de peso en la reñida campaña electoral, sino que ha ido dividiendo a la población costarricense y polarizando a los actores sociales. Las resonancias futuras, durante el trámite legislativo, todavía no pueden valorarse a cabalidad.
Así las cosas, no era razonable pensar que durante la visita del Presidente a la Santa Sede, que tiene mucho de protocolaria, se abordara un tema tan polémico y específico de la agenda nacional.
Sin embargo, parece que a Oscar Arias le interesaba aprovecharse de la audiencia con el Papa y con el secretario de Estado, el cardenal Sodano, no solo para comprometer a la Santa Sede en un debate que compete únicamente a los costarricenses, sino también para propiciar algún tipo de censura a la Conferencia Episcopal por sus planteamientos críticos respecto al TLC.
Sin embargo, el intento de Arias por llevar agua a su molino, el cual ha sido calificado por el filósofo y columnista de este diario Arnoldo Mora como “la presión más brutal e inaudita sobre la Iglesia, como no se había dado en la historia de Costa Rica desde hace más de cien años”, ha tenido una respuesta notable por parte de Hugo Barrantes, arzobispo de San José.
Monseñor Barrantes ha respondido en forma clara y categórica. “La Iglesia católica nunca se ha opuesto al libre comercio, sino al contenido del TLC con Estados Unidos. Hemos señalado las asimetrías existentes en el tratado y pedimos que se les preste atención. Nuestro criterio ha sido de naturaleza ética”.
Hace bien el Arzobispo en destacar la dimensión ética de los cuestionamientos. También acierta al establecer la diferencia entre el libre comercio como concepto y el contenido concreto del TLC.
El libre comercio refiere a conceptos económicos relacionados con el flujo de bienes, servicios y recursos que se producen en mercados competitivos y que son negociados sin ningún tipo de restricción entre las naciones.
El TLC con Estados Unidos, en cambio, constituye un acuerdo de comercio administrado entre siete países, en uno de los cuales se dan formidables distorsiones de mercado a causa de los subsidios y las ayudas internas que otorga a sus productores y tiene grandes y diversos intereses geopolíticos y un enorme poder de negociación.
Esta realidad genera asimetrías que no pueden subsanarse con una agenda complementaria. Además, el tratado incluye cláusulas que rebasan lo estrictamente comercial e inciden en ámbitos que afectan nuestro Estado social de derecho y la convivencia solidaria.
6/23/2006