El hecho de que los ingresos superaran los gastos gubernamentales en aproximadamente ¢86 mil millones no es, por sí mismo, motivo suficiente de regocijo.
La presencia de un déficit, un superávit, o incluso un presupuesto balanceado, no es un indicador relevante de la salud económica de un país. No puede aseverarse, dentro de ciertos rangos, que una economía en la que el gobierno obtiene ingresos superiores a los egresos está en mejor situación que otra en circunstancias opuestas. La evidencia es contundente.
En verdad el tema del equilibrio fiscal y del balance presupuestario ha sido y es motivo de amplia discusión entre los economistas. Primero, por los efectos que tiene sobre las variables macroeconómicas; y segundo, por las discrepancias que existen sobre la utilización del erario público como instrumento de política y, en particular, como herramienta para atenuar los ciclos económicos. Hay quienes consideran que debe cumplir ese propósito y otros que rechazan la intervención.
Pero volviendo a la realidad costarricense, vale la pena revisar algunas estadísticas de los últimos cinco años para valorar el desempeño fiscal en 2007.
* En el quinquenio 2003-2007 los ingresos tributarios y los gastos totales se elevaron a una tasa anual promedio del 21,4% y 15,3% respectivamente. El año pasado las alzas fueron del 28,4% y 24,7%, es decir, ambas muy superiores a la media quinquenal.
- En cada uno de los años se produjo un superávit primario (ingresos corrientes menos gastos totales) que ascendió de ¢82 mil millones en 2003 a ¢506 mil millones en 2007.
- El aumento de los ingresos fue superior al incremento en los gastos en todos los años, lo cual explica el muy elevado crecimiento del superávit primario.
- No obstante, los intereses de la deuda, tanto interna como externa, consumieron una parte importante del presupuesto, aproximadamente un 26% del gasto gubernamental, generando así un déficit financiero.
Durante el año pasado se observan tres resultados que valoro como positivos. Primero, el incremento en la recaudación del impuesto sobre la renta (36%), superior al de otros tributos y mayor que en años precedentes; segundo, un considerable aumento del 67% en la partida de otros gastos, que incluye recursos para programas sociales; y tercero, la caída del 3,9% en el pago de intereses de la deuda, como secuela de la reducción en las tasas de interés.
Estos tres logros son consecuencia de una meritoria labor de gestión de cobro por parte de la administración tributaria, una política focalizada en grupos sociales de menores ingresos y un contexto macroeconómico favorable.
Es necesario concluir indicando que las mejoras observadas en las cuentas fiscales no son sinónimo de que los problemas de fondo de la hacienda pública hayan sido resueltos. Por el contrario, persiste la inequidad tributaria, la ineficiencia en el uso de los recursos, las restricciones a la inversión pública y la necesidad de transformaciones estructurales: impuesto al valor agregado y renta universal y global, entre otros.
Son retos y compromisos pendientes del Ministro de Hacienda.
25/01/2008