Entre otras, las voces de Nelson Mandela y Fidel Castro dieron la alarma y adelantaron propuestas. Nadie sospechaba entonces que un afro americano se convertiría en presidente de los Estados Unidos y, desde su posición y a su aire, se sumaría al esfuerzo.
Aunque debido a que a la gran prensa, a la derecha ni a los liberales norteamericanos les interesa ponderar los orígenes del presidente, la visita de Barack Obama a África apenas trascendió y la repercusión de su discurso ante el parlamento en Accra fue mínima. Probablemente la América, blanca, conservadora y rica siente vergüenza o repugnancia al escuchar a su presidente recordar que su abuelo cocinó para los colonialistas ingleses y su padre pastoreó cabras en Kenia.
Por el carácter simbólico y familiar de su vista, Obama escogió a Ghana, antiguo reino de los Ashanti que abarcó a Senegal, Mauritania y Malí y que, explotado por portugueses y holandeses, antes del descubrimiento de América, producía toneladas de oro para Europa, de ahí que se le conociera como: “Costa de Oro”. Al tráfico de oro se unió el de esclavos que fomentó el llamado “comercio triangular”. En 1874 Ghana se convirtió oficialmente en colonia británica.
Al obligar a Gran Bretaña a concentrar su atención en Europa, las guerras mundiales debilitaron su control sobre la colonia, que aprovechó tales circunstancias para crecer políticamente promoviendo un eficaz movimiento de liberación nacional. En 1957, como parte del proceso global de descolonización, Ghana alcanzó la independencia, eligiendo a Kwame Nkrumah como su primer Jefe de Gobierno y más tarde como su primer presidente.
A pesar del liderazgo de Nkrumah, el país no pudo sustraerse a los conflictos asociados a la edificación nacional, emprendida en la ruinosa situación nacional creada por setecientos años de saqueo colonial, agravado por conflictos étnicos, por la vigencia del neocolonialismo y por la Guerra Fría. A pesar de tales tensiones, el liderazgo ghanés desempeñó un papel relevante en el despertar político afroasiático y en el movimiento de países no alineados.
En 1966 un golpe militar derrocó a Nkrumah y el país se internó en un período de inestabilidad política que se prolongó hasta 1978 cuando accedió al poder el teniente de aviación Jerry Rawlings, que en 1992 restableció el gobierno civil y fue electo presidente hasta que en 2000 dejó el gobierno en virtud de elecciones, proceso que se ha mantenido sin interrupciones hasta el presente y que ha convertido a Ghana en uno de los países africanos donde más establemente funciona la democracia liberal.
Barack Obama no fue a Ghana en viaje electoral porque África no produce votos. El único presidente negro de Estados Unidos, fue allí en un acto de confirmación, no para formular un discurso étnico o para hacer el papel de la víctima sino para, sobre la base de su experiencia familiar, reivindicar una raza y un continente, devolverle a África la esperanza y elevarle la autoestima.
Lejos de perder tiempo en frivolidades, Obama habló a los africanos, del pasado y del futuro, no con palabras de ocasión sino con conceptos pertinentes y correctos y llevó a su mujer y a sus hijas a conocer la única exclusividad turística que puede mostrar África: los embarcaderos de esclavos que sólo allí pueden ser encontrados.
He visto esos galpones y corrales en la barra del río Wkuanza en Angola, también en Guinea, Benin y en Costa de Marfil; en algunos de esos sitios convertidos en museos, he hojeado los libros donde se asentaban los embarques de esclavos y tenido en mis manos pagarés, firmados por los capitanes de barcos negreros entregando dinero, rifles, garrafas de alcohol y otras bisuterías a cambio de equis “piezas”. Las piezas eran los esclavos que en número que ronda los cincuenta millones, durante cuatro siglos fueron cazados como fieras y vendidos como bestias en las plantaciones de Nuevo Mundo. Diez millones de ellos trabajaron en Estados Unidos y son los antepasados de todos los afro americanos.
Ignoro si Obama recuerda que hubo seis presidentes norteamericanos que fueron propietarios de esclavos y que mientras los fundadores de su nación redactaban la Declaración de Independencia o escribían la Constitución eran servidos por negros y que ambos documentos los ignoraron. Tal vez le hayan contado que uno de ellos, Andrew Jackson, concibió crueldades como “La Caravana de las Lágrimas” y es probable que todavía sus niñas no conozcan la leyenda de la Rosa Cherokee.
Obviamente una visita, un discurso, algunos consejos y las promesas de solidaridad no bastan; no obstante como en política la intención y la proyección programática cuentan, bienvenido sea el aporte que el primer integrante de una minoría que gobierna una potencia pueda hacer a la causa africana.