La marcha del pasado 26 de febrero resultó un acontecimiento cívico glorioso y una experiencia de la cual sacar conclusiones enriquecedoras. Fue una enorme fiesta popular, llena de colorido y expresividad, y una magnifica confirmación de la opción pacifista y respetuosa de esta ciudadanía organizada y madura que, al calor de la lucha contra el TLC, se ha ido politizando a profundidad y, progresivamente, va siendo capaz de articular, no solo un discurso coherente de oposición al Tratado, sino también una propuesta distinta de país. Esto último, en todo caso, es una fuerza viva en los intersticios del movimiento, en cuanto su rica pluralidad y el carácter avanzado de sus reivindicaciones, son praxis vital de democracia y participación ciudadana y potencial de renovación de la sociedad costarricense. Por eso, y cada vez más, urge plantearse agendas y construir espacios de reflexión y encuentro que trasciendan el TLC y comiencen a construir proyectos de futuro.
Con la marcha una vez más se puso en evidencia quiénes son los violentos. Porque fue el gobierno, con la abierta complicidad de los medios comerciales de prensa, quienes una y otra vez insinuaron violencia, en abierto contraste con la convocatoria, centrada en el pacifismo y la civilidad, emanada de las organizaciones sociales.
La marcha fue festiva y pacífica y esto ha tenido un efecto legitimante de amplias repercusiones en la población costarricense. El pueblo que, torpedeado por una propaganda millonaria manipuladora, aún no logra discernir acerca de la inconveniencia del Tratado, vio a una inmensa muchedumbre de compatriotas diciendo, con fervor pero con respeto y civilidad, que el TLC es inaceptable. Seguramente esto ha tenido un efecto persuasivo mucho mayor que todos los comerciales que, en medio de colorines, venden el TLC como vender coca-cola.
He ahí la primera y fundamental enseñanza: la fuerza gigantesca de la expresión y movilización pacífica. Porque con ello se recupera y se reafirma uno de los rasgos más avanzados de la idiosincrasia de nuestra gente: su vocación por la paz. Así les tocamos el corazón y lo hicimos donde más sensible es. Y enfaticemos entonces algo que aquí resulta crucial: la paz, en un mundo tan violento como el actual, representa un valor sumamente progresista y avanzado. Precisamente por ello, los sectores hoy dominantes en Costa Rica –y en primera instancia Arias y La Nación- hablan de paz mientras ejercen violencia sistemática. Para su avaricia sin límites, y en medio de su desprecio por nuestra historia patria y su sordera frente a la voz del pueblo, la paz les resulta un verdadero estorbo. Si pudieran, impondrían sus agendas a punta de bayoneta.
Pasada la marcha, la oficialidad sigue fingiendo sordera y de nuevo hace restallar su látigo vocinglero: “para eso tenemos los 38”. Pero ¿era acaso esperable otra cosa? El TLC no ha sido derrotado pero es cierto que se está cayendo a pedazos. Y la matonería oficial tan solo ratifica su tremenda inseguridad. Por favor, dirigentes de las organizaciones sociales, no caigamos en el juego.
Si estamos ganando por las vías de la protesta y la resistencia pacífica, profundicemos y perfeccionemos esos métodos que, con ello, podremos atraer el apoyo popular y, de paso, ir consolidando las bases de esa Costa Rica nueva y mejor por la que, más allá del TLC, hay que trabajar desde ya, incluso, en el acto mismo de resistencia. Porque si pacíficamente lo derrotamos, con ello, y simultáneamente, estamos consolidando la visión de futuro que nos mueve.
Si la opción por la protesta y la resistencia pacíficas ha de ser nuestra base de sustentación esencial, llevarla a la práctica con éxito comporta ciertos requisitos básicos: primero, un enorme y permanente ejercicio de imaginación y creatividad y, segundo, una dosis adecuada de realismo y cabeza fría. Lo planteo porque he oído decir que, tras la marcha del 26, el paso siguiente es la huelga general. Pregunto entonces: ¿hay capacidad real para convocarla? ¿Es un objetivo viable y una medida realmente necesaria en este preciso momento? Agrego: ¿Qué tanto convenceremos a la gente para que nos apoye si, como paso inmediato, se recurre a ese mecanismo? Reitero: hay que saber aplicar la necesaria dosis de realismo que nuestra realidad exige.
Vienen dos fechas patrias que marcan hitos decisivos de nuestra nacionalidad: 20 de marzo y 11 de abril. He ahí una oportunidad grandiosa para hacer crecer la lucha y la resistencia pacíficas contra el TLC. En primer lugar, hay que recuperar y realzar al máximo el significado histórico y la simbología patriótica que estas fechas contienen (cosa que a los grupos dominantes les incomoda tanto, pero tanto, que hicieron del 11 de abril un lunes de tragos). Y, segundo, y sobre esa base, hay que hacer de estas fechas una enorme celebración que cubra la geografía de Costa Rica para que, en parques y calles, la lucha contra el TLC sea expresión de fiesta cívica y patriótica.
Apropiémonos del 20 de marzo y del 11 de abril y convirtámoslos en dos inmensas dagas lanzadas al corazón de las oligarquías telecistas.