México, al costado del volcán

México es un volcán activo que aún no estalla pero que, cuidado, el día menos pensado nos sorprende a todos como cuando el 1 de enero de 1994 nos dio el primer brote inesperado de guerra revolucionaria en estos tiempos calificados de postmodernos: el levantamiento zapatista en México.

Precisamente en estos días, el pasado 17 de noviembre, se conmemoró el 25 aniversario de su fundación en la Selva Lacandona, Chiapas. Asimismo, se cumplieron dos años de la presidencia ilegítima y desastrosa de Felipe Calderón. Bajo éste, México se ha sumido en un Estado de anomia, caracterizado por un caos normativo y una corrupción exponencial de la política. Este Estado de hecho, sostenido cada vez más a base de pura fuerza, es decir, coerción a partir de la presencia casi omnímoda de las fuerzas armadas en la vida nacional, se ha superpuesto a un Estado de Derecho corporativo, que nunca ha alcanzado expresar genuinamente el bien común.

“En México nunca ha existido un Estado de Derecho porque el derecho siempre ha sido corporativo”, señaló el reconocido filósofo argentino, radicado hace años en México, Enrique Dussel. “En México, la legalidad es una ficción”, opina por su parte la conocida abogada defensora de derechos humanos, Bárbara Zamora.

Ausente toda posibilidad de consenso real, Calderón ha impuesto un “derecho del enemigo”, bajo el cual todo aquel que se resiste a sus políticas sociales y económicas neoliberales es tratado no como ciudadano sino como enemigo en el marco de un orden de guerra interna de facto. Entretanto, la oposición de izquierda anda fragmentada, cada una de sus manifestaciones atrincherada en sus campañas particulares de protesta sin poder convergir en la articulación de una propuesta real y viable, de alcance nacional,que supere el actual desorden político, económico y social.

En este contexto me pareció sumamente pertinente el contenido de la conferencia inaugural que dictó ante los asistentes al evento antes mencionado el reconocido sociólogo de origen irlandés, y profesor en la Universidad de Puebla, John Holloway. Inició con la siguiente pregunta: ¿Cómo podemos ir más allá del capitalismo, abrir brechas hacia otra sociedad?

Según Holloway, quien es uno de los estudiosos más reconocidos del movimiento zapatista en México, criticar la sociedad actual no es muy difícil dado el hecho de que, como ha quedado comprobado una vez más en estos días, el capitalismo es un desastre para la humanidad. Es necesario, pues, superar ese desastre, superar el capitalismo.

De ahí que la crítica se tenga que pensar desde la otra sociedad posible, la que no existe aún: el comunismo, es decir, lo común. “Es cuestión de abrir un espacio de reflexión más allá del capitalismo en función del deseo de hacer otra cosa”, señala.

¿Dónde existe esta otra sociedad posible? Existe en las imposibilidades y contradicciones del capital, en las grietas y fisuras del capitalismo. Pensar críticamente en esta era es pensar desde las fisuras, desde las grietas, puntualiza el sociólogo irlandés. Y sigue abundando: Si se piensa en el capitalismo como un sistema de mando que moldea nuestras vidas, entonces estos espacios, que son sobre todo espacios de resistencia, dicen NO al sistema. Son resistencias a los dictados del capital. Son, pues, posibilidades que se abren.

En lugar de ver el mundo a partir de la dominación actual, hay que ver el mundo desde las rebeldías, insiste Holloway: “Las grietas no aparecen en los mapas normales. Hay que repensar al mundo desde las rebeldías y no sólo desde la dominación. De lo contrario nos paralizamos”. Y continúa: “Todas estas grietas existen al borde de la imposibilidad. Pero están al costado de un volcán”. Se expresan con una fuerza, una fuerza de hacer. Al sacar el hacer de la lógica del capital, se potencia una creatividad de otra forma de hacer que supere el capitalismo.

Según Holloway, un ejemplo de esta otra forma de hacer son los espacios de contrapoder o antipoder desarrollados por los zapatistas en Chiapas. Los llamados “caracoles” zapatistas son instancias de autogobierno bajo los cuales se promulga políticas y se administra la justicia desde la comunidad misma. Se potencia así la autodeterminación verdadera a partir del desarrollo de otra subjetividad que rompe con la lógica del hacer propia del capitalismo y de su Estado.

Ahora bien, advierte, este hacer que parte de la autodeterminación rompe además con la lógica del tiempo, que aún para la izquierda actual se proyecta estrictamente hacia el futuro. “El ¡ya basta! tiene efectos inmediatos. Hay un corte radical. La revolución no está en el futuro: está en el aquí y ahora…Ya no podemos simplemente protestar contra la violencia del capital, sino que tenemos que poner la agenda del cambio”, subraya.

Lo que sale de la grieta como fuerza volcánica es la autodeterminación, la cual va forjando nuevas formas organizativas y nuevas prácticas que trascienden las formas actuales del Estado y del Derecho. El Estado es un proceso constante de control, apropiación y exclusión de las protestas sociales. “Por eso, no hay que pensar en formas de organización modeladas en el Estado”, propone.

La lucha cotidiana tiene que ser una lucha contra la reproducción de las relaciones sociales y políticas capitalistas. En ese sentido, hay que ir más allá del Estado, más allá del capital. Hay que desbordar la lucha en contra del sistema actual hacia otras formas de lucha que van más allá, que crean nuevas formas de pensamiento crítico y de gobernabilidad alternativa a partir de la comunidad misma, de los movimientos sociales como los hacedores de lo nuevo, concluye Holloway.

En fin, más allá de la crisis actual y sus múltiples manifestaciones, se va escenificando una guerra social que carga con una fuerza y potencia constituyente. Y ésta se erige en una oportunidad real para la construcción de otro modo de vida que supere el desastre del actual modo capitalista sólo en la medida en que pasemos de la mera crítica y protesta a ese hacer alternativo al que nos convida Holloway, el cual se manifiesta aquí y ahora, más allá de las lógicas trituradoras y los parámetros absorbentes del sistema actual. Sólo así, tal vez, podemos esperar finalmente abrir las brechas hacia esa otra sociedad posible que ebulle ya en el presente.

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* El autor es Catedrático de Filosofía y Teoría del Derecho y del Estado en la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, en Mayagüez, Puerto Rico. Es, además, miembro de la Junta de Directores y colaborador permanente del semanario puertorriqueño “Claridad”.

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