Pablo Barahona Krüger | Julio 21, 2006
Este es un problema tan típico de la vieja guardia de la política costarricense que parece endémico. Enquistada en el poder desde hace más de medio siglo y ahora nuevamente reelegible gracias a Óscar Arias y su Sala Constitucional, no ha de sorprendernos lo que ya advertíamos en algún artículo años atrás. La reelección no implica solo la repetición de un Presidente de la República, sino de toda una clase política, es decir, de todo un séquito de vividores del Estado que, además de puesteros, mantienen como ideología central: la parcelación del poder público.
La privatización ya no es manifiesta sino tácita. Esto es lo que produce el descontrol del poder. No he sido yo quien firmó al pie la frase de que en Costa Rica el poder anda suelto. ¿Y cómo no iba a ser así si los únicos controles de lo público más o menos influyentes son los informales? Ni una Contraloría que se va en las pesetas, miedos y contradicciones, ni mucho menos un Poder Judicial descaradamente cooptado sirven de mucho. El control político del Legislativo no existe como tampoco existen sus diputados. Esto ratifica porque hoy una prensa libre es aún más importante.
Explicado este triste panorama entendemos porqué en Costa Rica se propone con bombos y platillos lo que en ninguna otra parte de occidente se atrevería un gobierno siquiera a sugerir: privatizar la seguridad del Estado
Eso se propone Berrocal como Ministro de -in-seguridad. En lugar de desapoderar a las fuerzas de seguridad privada, que peligrosamente doblan en número y armamento a la policía del Estado, pretende dotarlas de poderes de imperio típicamente estatales. ¡Qué locura!
Esto lo entiendo de él que no es politólogo ni abogado muy versado. Es político de siempre y de nunca. Es un burócrata y me imagino que empresario como todos los aristas con buenos puestos en el gobierno. Pero que Óscar Arias, quien siempre se ha pretendido más como académico y hasta intelectual que como político, no repare en el craso error que implica la “aventurita” de su ministro, eso sí que esta pasado.
La razón primera que justifica la existencia del Estado es, precisamente, el orden y la seguridad. Para ello, la concentración del poder físico legítimo o coercitividad resulta esencial.
Es imposible romper el monopolio de la fuerza física sin relativizar la vigencia del Contrato Social y por tanto del Estado de Derecho. Con ello se abre la puerta para retornar a la ley de la selva en que el más fuerte o violento es el que manda y no el más justo o respetuoso. Es la sociedad del sálvese quien pueda.
Pretende Berrocal que un ejército que obedece a intereses privados se imponga en la custodia de los más caros intereses públicos. Que sean los empresarios de la seguridad quienes se conviertan en nuevos capitanes y ajusticien a los malhechores léase: decidan incluso quienes lo son y quienes no.
Me surgen dudas: ¿A quién recurrir cuando agentes de lo privado en uso de potestades públicas abusen? ¿A los representantes de las Sociedades Anónimas que tal vez ni siquiera tengan bienes a su nombre para exigirles responsabilidad patrimonial? ¿Deberemos los ciudadanos atender la orden de detención de un simple guarda de seguridad privada cuando transitemos_ “libremente”_ por las calles?
¿Podrá este arrestarnos incluso? ¿Podrán revisar nuestros automóviles, casas o lugares de trabajo? ¿Y qué hay de requisarnos a nosotros o a nuestras parejas femeninas? ¿cómo distinguir entre un guarda privado y un mero impostor que nos quiere asaltar o algo peor? ¿Quién los controlará e incluso sancionará si abusan al “colaborar” con la fuerza policial?
Planteo estas preguntas que versan sobre lo meramente operativo, pero no por ello omito las interrogantes más importantes, las referidas a la legitimación: ¿Quién nos asegura que la formación de esos guardas privados es civilista y no militar? ¿Qué ley los inviste de potestades de imperio? ¿No es lógico prever que si el día de mañana esas armadas con dueño deben escoger entre defender los intereses privados y los públicos escojan por los primeros? ¿Por qué fortalecerlas entonces?
Sabiendo todo esto solo resta preguntar: ¿Quién podrá defendernos?