A finales del siglo XIX la Iglesia Católica –horrorizada por los excesos de la segunda revolución industrial y preocupada por los rápidos avances de los movimientos y partidos socialistas y comunistas en toda Europa Occidental– adoptó la Doctrina Social magistralmente construida en torno a la Encíclica “Rerum Novarum”. Era Pontífice Romano León XIII.
De aquella encíclica se derivó una poderosa corriente política, el social cristianismo y de ella en última instancia surgieron los partidos demócrata-cristianos. Dominada en esos mismos años por un fuerte debate en torno a la infalibilidad papal y la inmaculada concepción de María Santísima, la Iglesia Universal decidió no obstante dedicar mucho de su esfuerzo terrenal a tomar posición en el agrio conflicto entre capitalismo y justicia social declarando que así como el primero era necesario y legítimo, la segunda era indispensable y, también, voluntad de Dios.
Décadas después, en la remota Costa Rica la Iglesia Católica replicó aquella convocatoria a la acción y en un gesto insólito, se alió con el partido de la burguesía –el Republicano Nacional– y con el Partido Vanguardia Popular (comunista) para promulgar primero y defender después, la Reforma Social de 1942. Era Arzobispo de San José Monseñor Víctor Manuel Sanabria Martínez. Dividido el mundo por una conflagración apocalíptica, y corriendo ya en el país los vientos de una próxima lucha fratricida, la Iglesia Universal decidió no obstante tomar posición a favor de los trabajadores y sus justas reivindicaciones por una vida digna y libre de necesidad.
La Iglesia Católica, “Madre y Maestra” volvió a la carga en la Conferencia de Medellín, y declaró sin timidez y con clarividencia su “opción preferencial por los pobres”. Y en Puebla, ratificó aquél compromiso clamando por la justa distribución de la riqueza recordando la admonición bíblica: “bienaventurados los humildes, porque ellos heredarán la tierra”. Era Papa Paulo VI.
El fruto de aquellos cónclaves fue la “Teología de la Liberación”, doctrina militante que alimentó con una lectura nueva de la fe a un continente en donde la Iglesia se había quedado guindando en los altares por demasiado tiempo. Y vino la revolución… y la contrarrevolución, pero prevaleció la Doctrina Social. De lleno envuelta por la Guerra Fría, la Iglesia Católica no olvidó a sus hijos “más pequeños”, y junto con ellos pagó el precio de su consecuencia apostólica.
Hubo de intervenir la Iglesia otra vez en la Costa Rica de nuestros días, no para oponerse al libre comercio (como tampoco se opuso al industrialismo en el siglo XIX ni al capitalismo en el siglo XX) sino para advertir sobre el peligro de sus excesos. Hubo de escucharse otra vez su voz profética para advertir sobre “las tres Costa Ricas” y la necesidad de rescatarla para continuar viviendo en paz. Es Arzobispo de San José Monseñor Hugo Barrantes y a su vera se han conjuntado sus hermanos Obispos de la Conferencia Episcopal. La Iglesia Católica de Costa Rica quiere libre comercio pero con equidad, con desarrollo justo, con solidaridad y teniendo como objetivo supremo el bien común. El Vaticano también.
Hay algunos que quieren manipular a la Iglesia Universal sin reparar que “las puertas del Infierno no prevalecerán contra Ella”. Si ni Satanás la alcanza, ¿la podrá alcanzar la corta mano de la oligarquía? A los que se acercan a la Iglesia con las manos sucias; a los que quieren mancillar a sus Pastores; a los que mienten para que otros se confundan; a los que le quieren quitar el pan a quienes ya ni siquiera lo tienen, habrá que recordarles que es pecado mortal “invocar el nombre del Señor en vano.”
Luis Guillermo Solís R.
Junio 20, 2006