Se ampliaron las “bandas” dentro de las cuales el tipo de cambio colón-dólar podría fluctuar. En lo inmediato ello hizo que el dólar se derrumbara diez y seis colones.
1. Intrusos en nuestra propia tierra
La llamada cuenta corriente de la balanza de pagos es el registro de las compras y ventas tanto de bienes (mercancías físicas) como servicios (intangibles) entre Costa Rica y el resto del mundo. O sea, ahí se intenta cuantificar el valor de los bienes y servicios que Costa Rica exporta e importa. Acontece que en el 2006 nuestro país acumuló un faltante o déficit sustancial en esa cuenta: más de US$ 1.100 millones. O sea, se compró afuera mucho más de lo que se vendió. Este monto viene aumentando año con año. Así, en 2000 el déficit era de US$ 691 millones, de modo que entre ese año y 2006 aumentó un 62%. Como porcentaje del Producto Interno Bruto (PIB) –una manera de tener una idea de qué tan significativas son esas cifras- ese déficit representó alrededor de un 5% en 2006, muy similar al de los años previos. No es un porcentaje demasiado alto, pero sí lo suficiente como para exigir cierta prudencia. Para el 2007 la cosa podría ser peor, ya que según datos del Banco Central, solo en el primer semestre de este año ese déficit casi se duplicó (aumentó más del 90%) respecto del mismo período de 2006.
Ese déficit es resultado principalmente de que el valor de las mercancías físicas que Costa Rica importa es muchísimo mayor que el de las que exporta. En ese rubro las diferencias son enormes y aumentan año con año. Baste indicar que el déficit por el comercio de tales mercancías pasó de US$ 1.967 millones en 2004 a US$ 3.305 millones en 2006. En parte la cosa se salva gracias al comercio de servicios, en especial el turismo, donde el país sí tiene superávit. Por ello el faltante total (unos US$ 1.100 millones sumados bienes y servicios) es menos agudo.
El caso es que, de todas formas, el país gasta mucho más de lo que le ingresa. Simplificando un poco, uno podría comparar tal cosa con la situación de una familia que gasta en exceso. Para cubrir la diferencia deberá hacer una de dos cosas: o se endeuda o vende el carro, el tele y hasta las joyas de la abuelita. Lo que en Costa Rica viene haciéndose es, sobre todo, lo segundo. El país está en venta, a fin de seguir con la gastadera. Los datos son contundentes: en 2006 se recibieron US$ 1.469 millones en inversión extranjera directa, un 6,5% del PIB, por encima del déficit de cuenta corriente que, como indiqué más arriba, anduvo en casi 5%. Se cubre así este déficit con lo que, en efecto, se logra “financiar” el exceso de gasto. La oficialidad del poder político, económico y mediático, no se cansa de entonar himnos de júbilo frente a esas cifras. Pero uno podría verlo de otra forma. Y reconocer, entonces, que, entre otras cosas, es gracias a ese montón de inversión extranjera que las tierras en Escazú se volvieron inalcanzables para una familia costarricense promedio, y en las costas de Guanacaste avanza sin freno la privatización de hecho de las playas. O sea, para sostener ese gasto excesivo se está vendiendo el país y nos estamos convirtiendo en intrusos en nuestra propia tierra.
2. Subdesarrollo, consumismo y especulación
Las importaciones que Costa Rica realiza –y que impactan fuertemente en los amplios faltantes que nuestra balanza de pagos registra- son, en su mayor parte (un 83%), materias primas, bienes intermedios y bienes de capital (equipo y maquinaria) que se utilizan en la producción nacional, incluyendo las actividades exportadoras. De hecho, solo las importaciones para zonas francas –ampliamente dominadas por capital extranjero- representan casi el 30% del total. Es frecuente que nos digan que esto es bueno porque permite poner a caminar la producción. En realidad no es tan bueno, puesto que ello simplemente evidencia que nuestra economía está fracturada, es decir, escindida en dos partes. Una, que produce para el mercado nacional, la cual utiliza una mayor proporción de materias primas nacionales. Y otra, en especial las exportaciones de las grandes transnacionales, cuya producción casi no se relaciona con la economía costarricense ya que utiliza fundamentalmente insumos importados. Por ello mismo, las abultadas cifras de sus exportaciones son simplemente un espejismo, puesto que poquísimo beneficio le dejan a nuestro pueblo.
Por otra parte, y en general, cada vez son más agudas las tendencias consumistas y especulativas que se manifiestan en la economía nacional.
No es fácil obtener datos que lo ilustren, cosa que mucho tiene que ver con lo que a los poderes instituidos les interesa mostrar frente a lo que prefieren mantener oculto, pero indirectamente –si bien de forma incompleta- uno quizá pueda ilustrarlo mediante los datos de crédito. En estos últimos años –de 2000 a 2006- el crédito total, una vez eliminado el efecto del aumento de los precios (o sea “en términos reales”), aumentó un 73% (esto significa 2,3 veces el crecimiento de la producción nacional).
Y de ese enorme aumento, dos terceras partes se debió a los renglones de construcción, vivienda y consumo. Es decir, es un crédito que alimenta el auge especulativo que en estos últimos años ha tenido el sector inmobiliario, el cual se ha recalentado al recibir cantidades masivas de inversión extranjera (US$ 787 millones en el trienio 2004-2006). Ese crédito también profundiza el despilfarro consumista que, tristemente, enajena, y hace más infelices, a más y más costarricenses. Sin duda, todo esto tiene que ver con los desequilibrios negativos que registra la balanza de pagos, ya que buena parte de ese gasto en consumo y construcción se desvía hacia las importaciones.
3. Más del mismo veneno
Bueno, dirá usted, y qué tiene que ver todo esto con la decisión del Banco Central sobre el sistema cambiario. Veamos
3.1. Continúa la subasta de Costa Rica
Primero, y en lo inmediato, el Banco Central le está haciendo el juego a la situación de relativa abundancia de dólares que el país vive, la cual se debe a los masivos flujos de inversión extranjera que se vienen recibiendo desde hace algunos años (_para lo cual, como bien sabemos, jamás fue necesario ningún TLC con Estados Unidos_). En esas condiciones hemos observado –no sin cierta sorpresa, desde luego- que aumenta el valor del colón frente al dólar (es decir, la moneda nacional se revalúa). En tan solo un día se valorizó en un 3% lo que, sin duda, es más que significativo.
Recordemos que el tipo de cambio venía casi inalterado durante muchos meses, desde que el año pasado (octubre) el Banco Central anunciara el establecimiento del llamado sistema de bandas. Al mismo tiempo, los precios en el país habían seguido aumentando, si bien algo más lentamente que en años anteriores. En esas circunstancias los productos importados gradualmente se volvían comparativamente más baratos que los nacionales y las exportaciones algo menos rentables. Estos efectos se agudizan repentinamente con la decisión de estos días. El efecto esperable es uno: más importaciones –incluso más importaciones para alimentar el consumismo galopante- y exportaciones menos dinámicas. Y, por cierto, el efecto negativo lo sentirán sobre todo las empresas exportadoras nacionales (por ejemplo, los propagandizados chayoteros) que, en mayor grado, compran insumos nacionales y emplean una mayor cantidad de trabajadores costarricenses (_¿así les pagan su apoyo al TLC?_). Para las transnacionales de alta tecnología la cosa podría resultar quizá beneficiosa, puesto que la mayor parte de lo que producen ha sido previamente importado como insumo. Ello simplemente profundizará la desconexión de esas empresas extranjeras respecto de la economía costarricenses, ya que menos incentivo tendrán para comprar insumos nacionales.
Lo anterior se puede sintetizar de la siguiente forma: (a) hay muchos dólares en virtud de que se recibe mucha inversión extranjera; (b) se “flexibiliza” el sistema de bandas cambiarias aprovechando esa abundancia de divisas y, con ello, se propicia que el colón se valorice y las importaciones y los déficit de balanza de pagos se incrementen; * la misma abundante inversión extranjera “financiará” esos faltantes en crecimiento, o sea (d)* seguiremos vendiendo el país y, cada día más, nos convertimos en extranjeros en nuestra propia patria.
3.2. ¿Bajar la inflación o disparar la especulación?
Por otra parte, está clarísimo que están apostando a la revaluación del colón a fin de, a su vez, disminuir la inflación. Claro que cuando el petróleo y productos básicos como el maíz amarillo –y con éste la leche o los huevos- se van por las nubes, no es fácil hacer que los precios no sigan aumentando. Pero, sin duda, lo que quieren es abaratar importaciones a fin de bajar la inflación. O, como a veces dicen algunos economistas, quieren que el tipo de cambio funcione como “ancla inflacionaria”. Pero bien se sabe –los ejemplos en el mundo son abundantes- que esta es un arma de doble filo. Sencillamente se baja la inflación hoy, al costo de incubar una crisis de balanza de pagos que estalla mañana con grandes costos sociales y humanos.
Este objetivo inflacionario es políticamente sexy. De ahí que lo repitan cada vez que las complacientes corporaciones mediáticas les dan chance de hacerlo. Pero hay otros objetivos de los cuales tan solo se habla como en susurros. Cierto que los importadores ganan y los exportadores (en especial los nacionales) comienzan a sentir síntomas de gastritis, problema que se les agudizará conforme se hagan más sensibles los efectos recesivos de las actuales turbulencias económicas mundiales. Pero sobre todo quieren una cosa: acelerar el paso hacia un sistema de “libre” fluctuación de la moneda. Y esto último, sin duda, es la tierra prometida soñada por los especuladores financieros.
Ése es el objetivo principal: avanzar hacia la “modernización” de la economía costarricense y, en especial, de su sistema financiero. Modernización, digo, en sentido neoliberal y conforme a los estándares dominantes en el capitalismo mundial actual. Modernización como sinónimo de especulación en contextos desregulados.
O sea, el reinado de las exuberancias irracionales de los capitales financieros, cuya mayor ambición es construir un mundo ficticio, independiente de las realidades de la producción y por completo ajeno a la vida concreta de la gente. Eso quieren: la fluctuación de las monedas pone en marcha el negocio de los instrumento de “cobertura del riesgo cambiario” y, enseguida, de los diversos “derivados” que pululan en el mundo fantasmagórico de la alquimia financiera.
El mundo ya ha recorrido un largo trayecto por ese camino. Supongamos que usted anda detrás de hacer que algunos cuantos se enriquezcan bárbaramente, a costo de muchísima otra gente que, por algún tiempo, se ilusionan con enriquecerse, tan solo para venir a descubrir luego el enorme engaño de que fueron víctimas. Bueno, pues entonces haga las cosas a como lo está haciendo el Banco Central. La crisis inmobiliaria actual en Estados Unidos, y los miles y miles de familias que ya fueron o pronto serán desahuciadas de sus casas, entienden muy bien a qué me refiero. Y el asunto, según muchas veces se ha visto, pueden arrastrar consigo a países enteros, lanzados de cabeza en una profunda crisis económica y social. El pueblo argentino sabe muy bien lo que eso significa. La idea es enfermizamente repetitiva: se abren las llaves de la especulación; ésta sube hacia la estratosfera hasta descubrir que nada hay bajo sus pies. Entonces se deja caer de cabeza en el abismo.
Desde hace ya varios años nos vienen jalando por ese camino. Así lo testimonian el irracional auge inmobiliario, la expansión crediticia, el consumo desbocado y el creciente endeudamiento de la gente. Todo activa e irresponsablemente promovido por las autoridades económicas, Banco Central incluido. Ahora quieren apresurar un poco más la carrera y hacernos tragar dosis incrementadas del mismo veneno.
24 de Noviembre 2007