Cuando se implanta en nuestro país la táctica de meter miedo a todo el mundo para lograr los objetivos que se quieren conseguir, se inicia una época de oscurantismo que nos ha llevado a las más distintas situaciones de carácter pernicioso para el buen vivir y el buen ser del ciudadano costarricense.
Cuando el miedo invade todos los estratos de la sociedad, esta se vuelve violenta, irreflexiva, desconsiderada, incapaz de dar soluciones y cae en la desesperanza y la falta de fe, descalificando cuanta iniciativa de recomposición se presente.
Si aunado a lo anterior el sistema político-administrativo pierde el rumbo, los objetivos y la capacidad de tomar decisiones, la tragedia está a la vuelta de la esquina.
Esta es la situación de Costa Rica en estos momentos y el panorama del futuro se presenta nublado, desconcertado y propio para permitir la entrada de enemigos que quieran destruir nuestras conquistas socio-económicas, socio-políticas y socio-laborales.
La capacidad de depredación humana a que hemos llegado en el Siglo XXI es difícil que haya existido en otra época, sobre todo por la sofisticación destructiva que el hombre actual ha logrado haciendo uso de la herramienta tecnológica.
Las obras de infraestructura dadas en concesión han sido planteadas, concebidas y adjudicadas a base de una actitud miedosa, de temor a los desafíos que presentaban y han sido vigiladas y desarrolladas a base del temor permanente de unos y otros, explicándosenos así, las barbaridades técnicas y constructivas con ausencia total de ingeniería, sentido de la responsabilidad profesional y de servicio a que está obligado cualquier profesional dentro de la función pública y privada.
Cuando algún político y administrador publico inventa que no somos capaces de construir obras mayores para la infraestructura, que no tenemos recursos económicos para realizarlas, que no tenemos posibilidades de nada, saca a la luz pública la genial idea de que la solución es dar en concesión las obras y así solucionar el problema.
El miedo y el temor que invadió a estos administradores públicos, hizo posible que los resultados de sus decisiones estén causando tanto daño al país, al prestigio de sus profesionales y al erario público, empobreciendo cada vez más a nuestra Nación y dificultando, finalmente, el poder llegar a la solución correcta.
Pasar del miedo a la confianza en sí mismo, a creer en las capacidades de los profesionales nacionales no es cosa fácil después de muchos años en que la práctica del “dejar hacer y del dejar pasar” ha calado hondo en las mentes e inteligencias de los responsables de la administración pública, debilitando en su proyección, a muchos excelentes profesionales.
Estamos seguros que pronto, sacando experiencias de lo sucedido, tendremos de nuevo a valiosos colegas haciéndole frente al diseño y construcción de grandes obras en nuestro país.
Las organizaciones serán lo que las personas que las dirigen, quiere que sean.