Gracias a las convicciones democráticas del Diario Extra, en el campo del respeto a la Libre Expresión, ANEP publica, semanalmente, en días miércoles, esta columna.
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Es evidente el papel que ha jugado el Ministro de la Presidencia, Rodrigo Arias Sánchez, quien realmente ejerce la Presidencia de la República en lo cotidiano, propiciando el alineamiento del Poder Judicial, para acomodarlo al diseño estratégico del nuevo modelo de Estado que luego de aprobado el TLC, se le ha de imponer al pueblo costarricense.
De esa mayoría endeble de magistrados (12 contra 10), al menos dos de ellos tienen vencimiento este año en sus altos cargos de jueces a nivel de magistratura, luego de que en sus respectivos momentos, el PLUSC los eligiera para esos elevados puestos en el Poder Judicial. Aunque en Corte Plena se vota de manera secreta, esperamos que se tenga acceso a las grabaciones de las argumentaciones que cada uno de sus 22 magistrados emitiera para razonar su voto y determinar, por ejemplo, si en esos dos casos la lealtad partidaria con el PLUSC habría imperado por sobre la Constitución, como ya suele pasar de manera cotidiana en otras esferas de la institucionalidad.
Réquiem por la transparencia y la imparcialidad del Poder Judicial. Efectivamente, para una creciente mayoría ciudadana, resultará imposible de olvidar la fecha del 21 de julio de 2008. La división de poderes llegó a su fin, luego de un sostenido proceso de perversión, a partir del mismo momento en que ese Poder Judicial y, específicamente, su tribunal constitucional, impusieron la reelección presidencial, aboliendo la soberanía del parlamento que era el único poder con potestad para un cambio institucional de semejante calibre.
El orden constitucional está roto. La filosofía del humanismo cristiano que anima la maltrecha Constitución Política que formalmente todavía existe, comprometida con la promoción del bien común, ha sido sustituida por la promoción de negocios, algunos lícitos y otros no tan lícitos, como eje central de la política pública, a partir de lo sucedido ayer en Corte Plena. Por increíble que parezca, la subversión de ese orden constitucional, nació de las mismas entrañas de la institucionalidad diseñada para preservarlo.
La tarea estratégica que se tiene por delante está más que clara. Se requiere de una nueva democracia que tenga como uno de sus principales objetivos, la liberación de la institucionalidad secuestrada. La subversión constitucional necesita ser combatida por una ciudadanía militante y patriota, verdaderamente unificada en la diversidad. La imperiosa necesidad de una articulación con vocación de poder está a la orden del día. Pensamos que de ello todos tenemos claridad; sin embargo, es en la concreción donde debemos centrarnos para gestar esa unidad patriótica que clama por la restauración de la república, hoy pulverizada con olor a dados y cartas marcadas. La lógica política de los casinos llegó hasta las entrañas del poder constitucional.
No caigamos en la trampa de creer que el pleito en la cúpula oligárquica es de fondo. Ellos están de acuerdo con la conversión de la institucionalidad republicana, otrora promotora del bien común, en una institucionalidad de, para y por los negocios con la cosa pública. A fin de cuentas, lo de la chequera secreta de los hermanos Arias es un asunto de poca monta, es una bagatela, comparado con lo que se jugaba ayer en Corte Plena, al punto de que la incidencia del Ministro de la Presidencia llegó al máximo cinismo político al dictar, abiertamente, línea política al Poder Judicial. El tuteo con que Rodrigo Arias Sánchez le habló, públicamente, a Federico Sosto López, es una acción simbólica que muestra el control del Poder Ejecutivo sobre el Poder Judicial.
Pese a tal descalabro, pese a la indignación y el enojo, diez magistrados nos muestran que los valores de decencia política están en la base de nuestra idiosincrasia y en nuestra convicción de que la democracia es un valor supremo. Jamás perderemos nuestra capacidad de soñar y jamás perderemos la confianza en que el nuevo orden republicano está por llegar, cuando los proxenetas de la institucionalidad sean desalojados del sagrado templo de la democracia.